Según Aecio e Hipólito, para Anaxágoras el eclipse de sol se debe a que la luna se interpone entre el sol y la tierra, ocultándolo durante la luna nueva

745 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 9: El eclipse de sol [se produce] porque la luna lo oculta, durante la luna nueva.

746 (59 A 77) AECIO, II 29, 7: Los eclipses de sol se deben a que la luna se interpone [entre el sol y la tierra].

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 369.

Según Aecio, Anaxágoras decía que el solsticio se produce por el rechazo del aire en relación con el norte, comprimiendo a aquel, y al sol mismo fortalece por condensación.

744 (59 A 72) AECIO, II 23, 2: Anaxágoras dice que [el solsticio se produce] por el rechazo del aire en relación con el norte, comprimiendo al cual [esto es, al aire,] [el sol] mismo fortalece por condensación.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 369.

Según los autores, el aporte principal de Anaxágoras a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras

719 (59 A 70) TEOFR., De Sens. 59: Entre las [cualidades sensibles percibidas por el  tacto, [la mayoría de los físicos] hablan acerca de lo pesado y lo liviano, así como de lo caliente y de lo frío, diciendo por ejemplo que lo raro y sutil es caliente, en tanto que lo denso y espeso es frío, como Anaxágoras, cuando diferencia al aire del éter.

720 (59 A 71) AECIO, II 13, 3: Anaxágoras dice que el éter es ígneo en cuanto a la sustancia, y por la tensión del torbellino rotante, tras arrancar piedras a la tierra e incendiarlas, convierte a éstas en astros 61.

741 (59 A 1) D. L., II 8: Digo que el sol es… más grande que el Peloponeso.

742 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 8: El sol excede en tamaño al Peloponeso.

743 (59 A 72) AECIO, II 21, 3: Anaxágoras dice que el sol es mucho más grande que el Peloponeso 70.

61 El éter (lo «ígneo en cuanto a la sustancia» deriva de Aristóteles, sin duda) juega su papel en la conformación de los astros a continuación de la rotación que pone en marcha el intelecto.

70 Estas afirmaciones respecto del tamaiío del sol constituirían un retroceso frente a Anaximandro, y se contradirían además con la correcta explicación de un eclipse.
En efecto, como señala D. O’BRIEN («Derived light in the 5th. Century», JHS 88 (1968), 124-125), «si el sol es más pequeño que la tierra, la sombra proyectada por la tierra se extendería hacia afuera en un cono siempre creciente y la luna se eclipsaría noche tras noche». Y sale del paso así: «Pero incluso si Anaxágoras hubiera querido decir que el sol fuera más pequeño que la tierra (y no ha sido esta necesariamente su intención), es claro que no extrajo la conclusión de que la sombra de la tierra cubre una amplia parte del cielo. Porque Anaxágoras, según Aristóteles, explicó la Vía Láctea como la luz de astros ocultada de los rayos del sol por la sombra de la tierra. La sombra de la tierra, por lo tanto, debe ser una banda bastante estrecha, que sólo ocasionalmente oscurecería la luz de la luna. En rigor, no se entiende demasiado bien por qué O’Brien piensa, ajustándose a tales doxografías, que Anaxágoras no quiso decir necesariamente que el sol era más pequeño que la tierra. ¿Tal vez a causa del testimonio que dice que «el sol es mucho más grande que el Peloponeso»? Reléase el testimonio de Aecio (texto núm. 719), según el cual Anaxágoras atribuye al éter, merced a la tensión del torbellino rotante, el formar astros arrancando piedras de la tierra e incendiarlas. En el testimonio de Hipólito (texto núm. 720), el ordenamiento cósmico hace converger cierto tipo de cosas en el centro y, una vez solidificadas, formaron la tierra. Entrambos textos se confiere a la tierra un papel central en el cielo, no solo en cuanto a lugar sino en lo concerniente a su función. Esto justificaría la creencia de que el sol, presuntamente una piedra incandescente desprendida de la tierra, no sea mucho más grande que el Peloponeso. En cuanto al intento de O’Brien de compatibilizar esta idea con la explicación de eclipses, nos parece inteligente, sin quitarnos del todo el escepticismo respecto a lo correcto de la explicación de Anaxágoras. En todo caso, el aporte principal de éste a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 357, 367 a 369.

Según algunos estudiosos Anaxágoras dijo que el sol es más pequeño que la tierra, pero según los autores esto es erróneo

719 (59 A 70) TEOFR., De Sens. 59: Entre las [cualidades sensibles percibidas por el  tacto, [la mayoría de los físicos] hablan acerca de lo pesado y lo liviano, así como de lo caliente y de lo frío, diciendo por ejemplo que lo raro y sutil es caliente, en tanto que lo denso y espeso es frío, como Anaxágoras, cuando diferencia al aire del éter.

720 (59 A 71) AECIO, II 13, 3: Anaxágoras dice que el éter es ígneo en cuanto a la sustancia, y por la tensión del torbellino rotante, tras arrancar piedras a la tierra e incendiarlas, convierte a éstas en astros 61.

741 (59 A 1) D. L., II 8: Digo que el sol es… más grande que el Peloponeso.

742 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 8: El sol excede en tamaño al Peloponeso.

743 (59 A 72) AECIO, II 21, 3: Anaxágoras dice que el sol es mucho más grande que el Peloponeso 70.

61 El éter (lo «ígneo en cuanto a la sustancia» deriva de Aristóteles, sin duda) juega su papel en la conformación de los astros a continuación de la rotación que pone en marcha el intelecto.

70 Estas afirmaciones respecto del tamaiío del sol constituirían un retroceso frente a Anaximandro, y se contradirían además con la correcta explicación de un eclipse.
En efecto, como señala D. O’BRIEN («Derived light in the 5th. Century», JHS 88 (1968), 124-125), «si el sol es más pequeño que la tierra, la sombra proyectada por la tierra se extendería hacia afuera en un cono siempre creciente y la luna se eclipsaría noche tras noche». Y sale del paso así: «Pero incluso si Anaxágoras hubiera querido decir que el sol fuera más pequeño que la tierra (y no ha sido esta necesariamente su intención), es claro que no extrajo la conclusión de que la sombra de la tierra cubre una amplia parte del cielo. Porque Anaxágoras, según Aristóteles, explicó la Vía Láctea como la luz de astros ocultada de los rayos del sol por la sombra de la tierra. La sombra de la tierra, por lo tanto, debe ser una banda bastante estrecha, que sólo ocasionalmente oscurecería la luz de la luna. En rigor, no se entiende demasiado bien por qué O’Brien piensa, ajustándose a tales doxografías, que Anaxágoras no quiso decir necesariamente que el sol era más pequeño que la tierra. ¿Tal vez a causa del testimonio que dice que «el sol es mucho más grande que el Peloponeso»? Reléase el testimonio de Aecio (texto núm. 719), según el cual Anaxágoras atribuye al éter, merced a la tensión del torbellino rotante, el formar astros arrancando piedras de la tierra e incendiarlas. En el testimonio de Hipólito (texto núm. 720), el ordenamiento cósmico hace converger cierto tipo de cosas en el centro y, una vez solidificadas, formaron la tierra. Entrambos textos se confiere a la tierra un papel central en el cielo, no solo en cuanto a lugar sino en lo concerniente a su función. Esto justificaría la creencia de que el sol, presuntamente una piedra incandescente desprendida de la tierra, no sea mucho más grande que el Peloponeso. En cuanto al intento de O’Brien de compatibilizar esta idea con la explicación de eclipses, nos parece inteligente, sin quitarnos del todo el escepticismo respecto a lo correcto de la explicación de Anaxágoras. En todo caso, el aporte principal de éste a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 357, 367 a 369.

Según los autores, Anaxágoras consideró al sol como una piedra incandescente y no como una divinidad

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

c) El sol: tamaño y características principales.

738 (59 A 42) HIPÓL., I 8. 6: El sol, la luna y todos los astros son piedras incandescentes.

739 (59 A 72) AECIO, II 20, 6: Anaxágoras dice que el sol es una masa incandescente o una piedra de fuego.

740 (59 A 73) JENOF., Memor. IV 7, 6 7 : [Sócrates] dijo también que quien se ocupara de esos temas [concernientes a los fenómenos celestes] corría el riesgo de perder la razón, no menos que Anaxágoras, cuyo gran esfuerzo en explicar los designios de los dioses sobre esos tópicos lo había hecho enloquecer. Éste, en efecto, al afirmar que el fuego y el sol son lo mismo, ignoraba que los hombres miran al fuego sin dificultad pero no pueden mirar de frente al sol, y que debido al brillo de éste los colores [de la piel] se ennegrecen, no por la acción del fuego; también ignoraba que, sin la luz del sol, no podría crecer ninguna de las cosas que nacen en la tierra, mientras que si el fuego las calentara, todas las cosas perecerían. Y, al afirmar que el sol es una piedra incandescente, ignoraba que una piedra que está en el fuego no brilla ni resistiría mucho tiempo, mientras el sol es la cosa que más brilla de todas y dura todo el tiempo 69.

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

69 Junto con el texto núm. 665, de la Apología platónica, este es el testimonio más antiguo de que Anaxágoras consideró al sol como una piedra incandescente, y no una divinidad.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 319, 320 y 367.

Para Hipólito, en cuanto a la filosofía de Anaxágoras, el sol, la luna y todos los astros giran a nuestro alrededor debido a la revolución del éter

723 (59 A 42) HIPÓL., 1 8, 6: El sol, la luna y todos los astros… giran (a nuestro alrededor) debido a la revolución del éter 63.

63 Esta revolución del éter debe ser la misma rotación mencionada en el fr. 12 (texto núm. 703) y la que acabamos de ver en el texto núm. 720 (cf. nota 61, aunque en este caso se refiriera al proceso de formación, mientras la revolución mencionada debe aludir a la etapa actual); al menos, así lo sugiere el fr. 12.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 358.

Los fenómenos celestes y atmosféricos en el sistema de Empédocles

c) Fenómenos celestes y atmosféricos.

372 (31 B 42) PLUT., De fac. in orbe lun. 929C: Pues ella [la luna] es en ese momento invisible y muchas veces también a él [al sol] lo oculta y lo hace desaparecer. Como dice Empédocles:

…Ella cubrió sus rayos,
al pasarle por arriba, y oscureció tanta parte de la tierra
cuanta es la anchura de la luna de ojos brillantes.

Ocurre como durante la noche y la oscuridad, sin que la luz caiga sobre otro astro.

373 (31 A 59) AECIO, II 24, 7: Cuando la luna le pasa por debajo [el sol se eclipsa] 127.

374 (31 A 65) AECIO, III 8, 1: Sostienen Empédocles y los estoicos que se produce el invierno al predominar el aire y ser presionado 128 hacia lo alto por condensación, y el verano al predominar el fuego cuando es presionado hacia lo bajo.

375 (31 A 57) ARIST., Del Alma II 6, 418b: No es correcto lo que sostienen Empédocles y cualquier otro que diga lo que él, a saber, que la luz se traslada y en algún momento llega al espacio ubicado entre la tierra y aquello que la rodea, de modo inadvertido para nosotros. Pues ello es contrario a la evidencia de la razón y a los hechos aparentes; en efecto, se nos ocultaría si sucediera sobre una corta distancia, pero, sucediendo desde el levante hasta el poniente, es excesivo suponer que no lo advertimos 129.

376 (31 A 57) FILÓP., Del Alma 334, 34: Dice Empédocles que la luz, que es corporal, fluyendo del cuerpo luminoso llega primero al espacio intermedio entre la tierra y el cielo y luego regresa hasta nosotros, y que este movimiento suyo nos permanece oculto a causa de su velocidad.

377 (31 A 63) ARIST., Meteor. II 9, 369b: [Sobre el relámpago] Algunos dicen que se produce fuego en las nubes. Y expresa Empédocles que ello es por el aprisionamiento de los rayos del sol [en las nubes].

378 (31 A 63) AECIO, III 3, 7: Empédocles [dice que el rayo proviene] de la caída de la luz contra una nube, que expulsa al aire que se le opone. Y allí la extinción 130 [del fuego] y la fractura [de la nube] producen el ruido, el resplandor produce el relámpago, y la intensidad del relámpago el rayo.

379 (31 A 64) OLIMP., Meteor. 102, 1: ¿Qué es lo que determina que el movimiento [de los vientos] sea oblicuo? No se debe a que sus componentes terroso e ígneo tengan movimientos opuestos, como creía Empédocles, sino porque el aire se mueve en círculo.

127 También Aecio atribuye a los pitagóricos e Hipólito (I 8, 10) a Anaxágoras la explicación de los eclipses. Pero en el caso de Empédocles poseemos sus propias palabras (ver texto anterior).

128 «Ser presionado», biazoménou. DK y Bignone toman esta palabra con significado activo y creen que el aire presiona al sol hacia arriba. Cf. nuestra nota 83: el ciclo de las estaciones tendría que ver con el predominio sucesivo de los elementos, aunque aquí no se hable del agua y de la tierra.

129 Sobre la corporeidad de la luz véase el fr. 84. v. 5. El viaje de la emanación luminosa (descrito con claridad en el testimonio siguiente) parece ser el objeto de la crítica aristotélica; pero no es así para MILLERD, pág. 68, que supone que Aristóteles está objetando aspectos relativos a la teoría de Empédocles de los dos hemisferios y del fuego.

130 La palabra sbésin debe ser retenida (ver Bignone y DK). Se trata de la extinción del fuego de la luz, al encontrarse con la humedad de la nube.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 204 a 206.

El sol, la luna y los astros en el sistema de Empédocles

b ) El sol, la luna y los astros.

356 (31 B 41) MACR., Sat. I 17, 46: Y al haberse reunido en conjunto mucho fuego, como dice Empédocles:

Pero habiéndose reunido éste se traslada alrededor del vasto cielo 120.

357 (31 B 44) PLUT., de Pyth. or. 400D: Vosotros, [estoicos,] os burláis de Empédocles que, habiendo afirmado que el sol es producido por el reflejo de la luz celeste sobre la tierra, dice en otro lado:

Lanza sus rayos al Olimpo con temerario semblante.

358 (31 A 56) AECIO, II 20, 13: Empédocles cree que hay dos soles: Uno es el arquetipo y es el fuego que está en el otro hemisferio del mundo. Llena el hemisferio y está siempre colocado en frente del lugar en el cual refleja sus rayos. El otro es el visible y es el reflejo en el otro hemisferio, hemisferio que está lleno de aire mezclado con calor. Es producido por la reflexión de la tierra redonda hacia el sol cristalino y se arrastra circularmente con el movimiento del [hemisferio] ígneo. Para decirlo brevemente, el sol es un reflejo del fuego que rodea a la tierra.

359 (31 A 56) AECIO, II 21, 2: [El sol] producto del reflejo, es del mismo tamaño que la tierra.

360 (31 A 58) AECIO, II 23, 3: Empédocles dice que por causa de la esfera que lo rodea y de los círculos de los trópicos [el sol se desvía] impedido de efectuar todo su recorrido en forma recta.

361 (31 A 30) Ps. PLUT. en Eus., Pr. Ev. I 8, 10:… Y el sol, por su naturaleza, no es fuego sino una reflexión del fuego tal como la que procede del agua 121. Y dice que la luna se formó por separado, del aire desprendido por el fuego. Pues este se solidificó, tal como ocurre con el granizo. Y ella obtiene su luz del sol 122.

362 (31 A 60) AECIO, II 25, 15: Empédocles [dice que la luna] es de aire condensado en forma de nube, solidificada por el fuego, por lo cual constituye una combinación.

363 (31 A 60) PLUT., De fac. in orbe lun. 922C: Así, desaprueban a Empédocles, que hace de la luna una mole de aire granizada rodeada por la esfera de fuego.

364 (31 A 60) PLUT., Quest. Rom. 288B: La figura aparente de la luna, cuando está llena, no es esférica sino de forma de lenteja o de disco, como cree Empédocles y ello es real.

365 (31 A 60) AECIO, II: 28, 5: Tales fue el primero que dijo que [la luna] recibe la luz del sol. Y lo mismo dijeron Pitágoras, Parménides y Empédocles.

366 (31 B 46) PLUT., De fac. in orbe lun. 925D: [La luna], de algún modo, pasa rozando la tierra, y al girar cerca de ella

Como gira el eje de un carro, que en la punta [rueda]…

dice Empédocles 123.

367 (31 A 61) AECIO, II 31, 1: El sol dista de la tierra el doble que la luna 124.

368 (31 B 45) AQ. TAC., 16, 43, 2: Y algunos dicen que primero está el sol, segundo la luna y tercero Cronos. Pero según la opinión de la mayoría primero está la luna, puesto que también dicen que ella es un fragmento del sol. Y así Empédocles afirma:

Alrededor de la tierra gira una luz circular y extraña 125.

369 (31 A 53) AECIO, II 13, 2: Empédocles dice que [los astros son] de fuego, el que estaba contenido antes en el aire, y éste lo empujó hacia afuera durante la primera separación [de los elementos].

370 (31 A 54) AECIO, 11 13, 11: Dice Empédocles que las estrellas fijas están atadas al hielo, mientras que los planetas están sueltos.

371 (31 A 62) HIPÓL., I 4, 3: Como dice Empédocles, toda la región en la cual nos encontramos se halla colmada de males, y éstos llegan hasta la luna extendiéndose desde la región que rodea a la tierra, pero no van más allá, porque toda la zona que está por encima de la luna es más pura. Así también opinaba Heráclito 126.

120 Se trata del sol, de naturaleza ígnea (el Ps. Plutarco debe equivocarse al decir que el sol no es fuego, ver nota siguiente). La concepción de Empédocles del sol —de la cual hay indicios en este fragmento y el siguiente, y que es expuesta en el texto núm. 358— es ésta: el fuego del hemisferio diurno (sol arquetípico según Aecio en el texto núm. 358) arroja los rayos sobre la tierra y ésta (que es el sujeto del frag. 44) los refleja hacia el cielo («Olimpo», en el mismo fragmento) en un punto determinado de la bóveda cristalina (en verdad, cristalino no es el sol, como dice Aecio, sino el punto de la bóveda, cf. BURNET, EGP, pág. 238). Lo que no se comprende es cómo puede expresar Aecio que el sol aparente se refleja en el hemisferio opuesto a aquel que contiene fuego en su totalidad (este último es el hemisferio diurno): debe tratarse de una confusión del doxógrafo, porque el sol aparente se ubica en el hemisferio diurno, es decir, en el mismo al cual corresponde el sol arquetípico. Debe consultarse el trabajo de FERGUSON, «Two notes on the Preplatonics», Phr. 9, 2 (1964), 98-101, quien propone un cuadro coherente de las concepciones empedócleas sobre el sol y la luna.

121 El hecho de que el sol constituya un reflejo no es incompatible con que sea fuego, como quiere el Ps. Plutarco, porque sin duda la reflexión debe entenderse aquí como recepción y reenvío de emanaciones ígneas.

122 La luna, un disco de aire congelado, recibe su luz del sol y, por lo tanto, es el penúltimo destinatario de un complejísimo sistema de reflexiones. Tendríamos así: fuego del hemisferio diurno, dejado en la tierra, proyectado hacia el sol visible, proyectado a la luna, reflejado nuevamente en la tierra (pues la luna es visible desde aquí).

123 Fragmento corrupto y reconstituido por DK. Diría que la luna gira alrededor de la tierra como la rueda de un carro, que a su vez se desplaza.

124 Testimonio reconstruido por DK.

125 El verso citado es imitación del frag. 14 de Parménides. Aquiles expresa que la luna es un fragmento (apóspasma) del sol, pero es difícil entender que se llama así a un reflejo del sol.

126 Este testimonio es poco fiable, pues podría provenir de una generalizaci6n de Hipólito o de una proyección de ideas que eran muy comunes en épocas más posteriores. Sin embargo, lo que aquí se dice se hallaría en aparente consonancia con algunas concepciones de las Purificaciones.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 201 a 204.