Empédocles niega el vacío (no-ser); sus raíces son inmutables, no generadas, siempre las mismas y, por consiguiente, inmortales: nada puede llegar a ser o dejar de ser; muerte y nacimiento son disociación y combinación, respectivamente, de las raíces.

f ) Carácter aparente del nacimiento y de la muerte. Negación del vacío.

324 (31 B 8) AECIO, I 30, 1: Dice Empédocles92 que no existe nacimiento de nada, sino mezcla y división de los elementos. En efecto, en el primer libro de la Física escribe esto:

Y te diré otra cosa: no existe nacimiento93 de ninguno de los seres mortales, ni tampoco un fin en la funesta muerte, sino que solamente la mezcla y el intercambio de lo mezclado existen, y esto es llamado nacimiento por los hombres.

325 (31 A 44) AECIO, I 24, 2: Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, Epicuro y todos cuantos construyen el mundo por una reunión de finas partículas corporales, admiten combinaciones y separaciones, pero no legítimas generaciones y destrucciones. Pues estas últimas no se producen a partir de una alteración cualitativa, sino de una reunión cuantitativa94.

326 (31 B 13) Ps. ARIST., M. J . G. 2, 976b: Y cuando [las sustancias] se reúnen en una única forma para constituir un único todo, dice que:

No hay nada en el Todo que sea vacío o lleno95.

327 (31 B 14) Ps. ARIST., M. J . G. 2, 976b: Y del mismo modo dice Empéclocles que las cosas siempre están en movimiento, combinándose perpetuamente, y que nada existe de vacío; se expresa así:

Y, del todo, nada hay vacío: ¿de dónde, pues, podría provenirle algo más?

92 En este fragmento (y ademas en los números 9, 11 y 12) nos encontramos ante una nítida influencia parmenídea. Los elementos son inmutables como el ser de Parménides (akínetoi, frag. 17, 13 y 26, 12; cf. PARM., frag. 8, 26), no generados (agéneta en el frag. 7; cf. PARM., 8, 3), «siempre los mismos» (aién homoía en 17, 35; cf. pân homoîon en Parm. 8, 22) y, por lo mismo, inmortales, en el contexto cósmico. Nada puede entonces llegar a ser o dejar de ser, y muerte y nacimiento son solamente palabras que designan la disociación de las criaturas en los elementos o su combinación a partir de ellos. Véase sin embargo el frag. 9 donde Empédocles admite seguir utilizando a veces dichas palabras dejándose llevar por la costumbre.

93 Traducimos por «nacimiento» la palabra phýsis; ver nuestra nota 34. Lovejoy, «The meaning of phýsis in the Greek physiologers», PR (1909), 371, entiende, inconvincentemente, la palabra en este fragmento como significando la naturaleza permanente, lo que lo obliga a leer en el verso segundo que la muerte no tiene fin.

94 Más allá de lo apropiado que es este testimonio en lo que se refiere a la generación y destrucción en Empédocles, notamos una asimilación indebida de su filosofía al atomismo: ver nota al texto núm. 341.

95 En el texto núm. 327 el contexto del Ps. Aristóteles muestra que la negación del vacío se refiere, en ese caso, al Esfero. Pero dicha negación (que constituye otro postulado parmenídeo, porque el vacío equivaldría al no-ser) vale para cualquier instancia del ciclo cósmico, como lo muestra el texto siguiente.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 184 y 185

 

En Meliso, que el ser sea incorpóreo significa que es carente de toda forma, diferenciación, y determinación, algo así como el ápeiron de Anaximandro, el hómoion o asómaton

En Meliso, el vocablo incorpóreo puede tener el significado de carente de toda propiedad, de diferenciación cuantitativa o cualitativa, de partes, en suma, y excluye toda figura o forma determinada, expresando, así, una noción muy cercana tanto a ápeiron como a hómoion.

Para algunos estudiosos, en Meliso no se representaba un ser incorpóreo, ni polemizaba contra un ser de otra filosofía, sino definía un aspecto de su ser, como asómaton, es decir, existente por sí y carente de toda determinación.
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Los filósofos presocráticos II, Meliso de Samos, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 113 a 116