Según los autores, para Aristóteles el éter, al no tener contrario —a diferencia de cualquiera de los otros cuatro elementos, a saber: el aire que tiene como opuesto a la tierra, y viceversa; y el agua que tiene como opuesto al fuego, y viceversa— es eterno

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», theîn y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

Aristóteles llama al «éter» el «primer cuerpo», porque ocupa, según él, el lugar más alto, dado que no posee contrario, a diferencia de cualquiera de los elementos, ordenados en los pares: «tierra-aire» y «fuego-agua», y por lo cual estaría más allá de cualquiera de estos, o sea, en un sentido físico, en el cielo

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», thein y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

Platón acusa a Anaxágoras de atribuir al aire, al éter y al agua, la causa de la ordenación de las cosas, y no al intelecto, lo que para él sería mucho más conveniente

713 (59 A 47) PLATÓN, Fedón 98b-c: Al avanzar en la lectura, me encontré con un hombre que no hacia intervenir en absoluto al intelecto y que no daba causa alguna respecto de la ordenación de las cosas, sino que la imputaba al aire, al éter y al agua, y otras muchas cosas insólitas.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 355.

Platón afirma que Anaxágoras, en su libro, imputaba al aire, al éter y al agua, y a otras muchas cosas, la ordenación de las cosas

713 (59 A 47) PLATÓN, Fedón 98b-c: Al avanzar en la lectura, me encontré con un hombre que no hacía intervenir en absoluto al intelecto y que no daba causa alguna respecto de la ordenación de las cosas, sino que la imputaba al aire, al éter y al agua, y otras muchas cosas insólitas.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 355.

Qué son para Aristóteles los «elementos»

«Para Aristóteles el elemento es el «constituyente primero de cada cosa» (Met. V 3, 1014b15), producto de la conformación de la materia prima por las cualidades elementales de lo cálido, frío, seco y húmedo (cálido y seco es el fuego, cálido y húmedo el aire, frío y seca la tierra, fría y húmeda el agua), pudiendo transformarse un elemento en otro al cambiar una de dichas cualidades. En su concepción, los elementos desempeñan el papel de la causa material (en grado penúltimo en el plano del análisis, en grado último en el de la realidad)»

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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 175 a177

Las raíces de Empédocles y sus características: no se transforman unas en otras; son inmutables en el ciclo cósmico pero se generan desde el Esfero; son más que componentes materiales, porque al integrar compuestos, no pierden su ethos

«Las raíces de Empédocles exhibirían las siguientes diferencias respecto de los elementos aristotélicos: a) ellas no se transforman unas en otras como los elementos (lo cual determina las críticas de Aristóteles a nuestro filósofo en Gen. y Corr. II 6, 333a16 ss.); b) las raíces son inmutables a lo largo del ciclo cósmico, pero se generaron a partir del Esfero; c) las raíces son algo más que componentes materiales de las cosas, pues es difícil que al integrar compuestos pierdan su ethos o modo de ser propio.»
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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 175 a 184

Aristóteles: Empédocles concibe un estado precósmico, llamado Esfero, donde todas las cosas «estaban unidas» gracias a la Amistad. Eventualmente, el Esfero es destruido por el Odio, formándose la pluralidad en que vivimos. El ciclo formación del Esfero, destrucción del Esfero, se repite eternamente

Para Aristóteles, Empédocles es un filósofo pluralista emparejado con Anaxágoras y los atomistas. Todos ellos habrían dividido el ser eleático en principios sustanciales eternos e inmutables a partir de los cuales, por mezcla o combinación, se constituye el universo.

Para Empédocles, estos principios son las cuatro raíces (que Aristóteles concibe como «elementos») y que reúnen a los diferentes principios que propusieron los filósofos jonios (el agua de Tales, el aire de Anaxímenes, el fuego de Heráclito, a los cuales se agrega la tierra). Sobre estos actúan dos causas eficientes eternas: la Amistad y el Odio, las que, respectivamente, los combinan y disgregan. Cuando reina en modo absoluto la primera de ellas, los cuatro elementos se combinan generando una mezcla única llamada Esfero. Sin embargo este reinado se alterna con el del Odio, el que destruye dicho Esfero, formándose la pluralidad en que vivimos. Y así, sucesivamente, ocurre un proceso y otro, por lo que la realidad se halla en un ciclo eterno donde lo único permanente son las cuatro raíces. El Esfero constituye para Aristóteles un estado precósmico, no demasiado distinto del de Anaxágoras, en el que todas las cosas estaban unidas.

Los neoplatónicos introducen una novedad a esta interpretación de Aristóteles, de la filosofía de Empédocles, asocian el Esfero al mundo inteligible, haciéndolo, por tanto, coexistente con el mundo de la pluralidad cósmica, asimilado, a su vez, al mundo sensible. Esta versión neoplatónica desvirtúa la esencia del ciclo cósmico, pero en compensación, coloca en primer lugar la radical distinción entre lo Uno (Esfero) y lo Múltiple (el cosmos).
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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 130 y 131