Las tribus pastoriles no sólo produjeron más medios de vida que el resto de los bárbaros, sino también una mayor diversidad de productos. Tenían sobre ellos la ventaja de poseer más leche, productos lácteos y carne; además disponían de pieles, lana, pelo de cabra, así como de hilos y tejidos, que se fueron haciendo más habituales según aumentaba la cantidad de materia prima. Así fue posible, por primera vez, establecer un intercambio regular de productos.[…] Verdad es que una particular habilidad en la fabricación de armas e instrumentos puede producir una división transitoria del trabajo. Así, en muchos sitios se han encontrado restos de talleres para fabricar instrumentos de sílice, datados en los últimos tiempos de la Edad de Piedra. Los artífices que ejercitaban en ellos su habilidad debieron de trabajar por cuenta de la colectividad, como todavía hacen los artesanos en las comunidades gentilicias de la India. En todo caso, en esta fase del desarrollo sólo podía haber intercambio en el seno mismo de la tribu, e incluso esto con carácter excepcional. Pero cuando las tribus pastoriles se separaron del resto de los salvajes, encontramos enteramente formadas las condiciones necesarias para el intercambio entre miembros de tribus diferentes y para el desarrollo y consolidación del intercambio como un fenómeno regular. Al principio, el intercambio se hizo entre tribus, por mediación de los jefes de las gens. Pero cuando los rebaños empezaron poco a poco a ser propiedad privada, el intercambio entre individuos fue predominando más y más, y acabó por ser la única forma. El principal artículo que las tribus de pastores ofrecían a sus vecinos era el ganado, que llegó a ser la mercancía que servía como patrón de valoración de todas las demás y era aceptado con mucho gusto en todas partes a cambio de ellas. En resumen, el ganado desempeñó la función del dinero y sirvió como tal ya en aquella época. Con esa rapidez y precisión se desarrolló, desde el comienzo mismo del intercambio de mercancías, la necesidad de una mercancía que sirviese de dinero
Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 174.