Según los autores, Simplicio se equivoca al interpretar la censura de Aristóteles a Anaxágoras: este mismo, no se habría equivocado al escribir «éter», en vez de «fuego», y, a su vez, Aristóteles estaría equivocado al asociar en Anaxágoras la palabra «éter» con la palabra «fuego»

718 (59 A 73) SIMPL., Del Cielo 119, 2: Aristóteles reprocha a Anaxágoras por derivar etimológicamente en forma incorrecta el nombre «éter» del verbo «quemar», esto es «prender fuego», y por usar ese nombre en lugar del de «fuego»60.

60 Al comenzar el pasaje aristotélico de Del Cielo, Simplicio, en evidente confusión, interpreta que la censura de Aristóteles a Anaxágoras se debe a que ha puesto por error «éter», en lugar de «fuego», por derivar etimológicamente aithér del verbo aíthein («quema» = «prender fuego», kaíein).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 356 y 357.

Según lo autores, es un error de Aristóteles, decir que para Anaxágoras el «éter» es lo mismo que el fuego

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», theîn y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

Según los autores, para Aristóteles el éter, al no tener contrario —a diferencia de cualquiera de los otros cuatro elementos, a saber: el aire que tiene como opuesto a la tierra, y viceversa; y el agua que tiene como opuesto al fuego, y viceversa— es eterno

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», theîn y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

Aristóteles llama al «éter» el «primer cuerpo», porque ocupa, según él, el lugar más alto, dado que no posee contrario, a diferencia de cualquiera de los elementos, ordenados en los pares: «tierra-aire» y «fuego-agua», y por lo cual estaría más allá de cualquiera de estos, o sea, en un sentido físico, en el cielo

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», thein y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

El origen y la constitución en el sistema de Empédocles

IV. ASTRONOMÍA Y METEOROLOGÍA 112.

a) Origen y constitución del cielo 113.

346 (31 A 49) FILÓN, De Prov. II 60, 86: Del mismo modo parecen haber sido hechas las partes del mundo, como dice Empédocles, pues luego que el éter fue separado se volatilizaron a su vez el aire y el fuego y se formó el cielo en un amplísimo espacio. En cambio el fuego, que quedara un poco debajo del cielo, quedó él mismo concentrado en los rayos del sol; la tierra, por su parte, concentrándose en una [masa] por cierta necesidad concreta, se situó en el medio. Sin embargo el éter, por ser más liviano, gira en torno de ella por todas partes sin cesar. En cambio, la razón del reposo se debe a dios y no a esferas múltiples puestas recíprocamente sobre sí 114.

347 (31 A 49) AECIO, II 6, 3: …Del agua se evaporó el aire, y del aire nació el cielo, del fuego el sol, y de los otros [agua y tierra] se produjo la condensación de las cosas terrestres.

348 (31 A 30) Ps. PLUT. (en Eus., Pr. Ev. I 8, 10):… Y hay dos hemisferios que giran en derredor de la tierra, uno totalmente de fuego, otro mezcla de aire con un poco de fuego, que Empédocles supone que constituye la noche. El principio del movimiento [rotativo] sobreviene porque ocurrió que la caída del fuego determinó que el conjunto se desplazara… 115.

349 (31 A 51) AECIO, II 11, 2: Dice Empédocles que el cielo es sólido, como de cristal, de aire condensado por el fuego 116, y en cada uno sus hemisferios contiene lo ígneo y lo aéreo.

350 (31 A 51) AQ. TAC., 5, 34, 29: Empédocles afirma que el cielo es cristalino, congregado del elemento helado.

351 (31 A 50) AECIO, II 31, 4: Dice Empédocles que la distancia de la tierra al cielo —o sea, su elevación respecto de nosotros— es menor que la dimensión según la anchura. Según esto, al hallarse el cielo con mayor extensión, el mundo está dispuesto en forma parecida a la de un huevo 117.

352 (1 B 12; ORFEO, fr. Kern) AQ. TAC., 4, 33, 17: Los órficos comparan el orden que hemos asignado a la esfera con el que hay en los huevos…

353 (31 A 50) AECIO, II 1, 4: Dice Empédocles que la órbita solar es el contorno del límite del mundo.

354 (31 A 50) AECIO, II 10, 2: Dice Empédocles que lo que se halla hacia el lado del trópico estival constituye la derecha [del mundo] y su izquierda es lo que se halla hacia el lado del trópico invernal 118.

355 (31 A 58) AECIO, II 8, 2: Dice Empédocles que al ceder el aire al impulso del sol se inclinaron los polos, y las zonas boreales se elevaron mientras que las meridionales se deprimieron, de tal modo también el mundo entero [se inclinó] 119.

112 No esta de más observar que la mayor parte de los textos incluidos en este capítulo corresponden a doxografías y no a fragmentos originales. Por ello, la reconstrucción de las concepciones de Empédocles sobre fenómenos físicos particulares (especialmente astronomía, meteorología, psicología) gozará de mucha menos fiabilidad. Además se dan casos en que algunos doxógrafos adjudican a Empédocles teorías que ya habían adjudicado a otros presocráticos.

113 Los primeros testimonios de este ítem son relativos a la cosmogonía producida tras la quiebra del Esfero, es decir, en los comienzos de la etapa del Odio creciente (respecto del período de la Amistad creciente, ver nota 110). Por ello pueden leerse inmediatamente después del ítem «d» del punto III; por otra parte los textos núms. 347 y 348 representan respectivamente la continuación del 312 y 311.

114 Este texto, como el 382, está conservado en la versión latina de Aucher. Su contenido coincide, en términos generales, con los testimonios 311 y 312. Véase lo que se dice del éter en la nota 73.

115 El pasaje está corrupto en su última parte, pero el sentido parece ser que al ser más pesado el hemisferio diurno (de fuego, mas pesado que el aire preponderante en el hemisferio nocturno) cayó hacia abajo y, de ese modo, se originó la rotación de esfera celeste y la consecuente alternación del día y la noche.

116 El fuego actuó sobre el aire solidificándolo, y se constituyó así el cielo cristalino (krystalloeidés, esto es, de forma o características del hielo o cristal, que en griego se dice igual). Tal cosa habría sucedido con la «mole firme del aire» de que se habla en el texto núm. 311, que en rigor es de éter (aire con fuego).

117 Véase el texto siguiente. Aunque las fuentes, que reputan como típica del orfismo la atribución de forma de huevo al universo, son tardías, tal asimilación es común en tradiciones muy antiguas y diversas. Cf. BICKNELL, «The shape of the cosmos in Empedoclesa», P. P. (1968), 118-119, que niega en este caso influencia órfica, y atribuye la asimilación al empirismo.

118 Cf. ARISTÓTELES, Del Cielo II 2, 284b6 que expresa que la atribución al cielo de izquierda y derecha es propia de «los llamados pitagóricos».

119 DIÓG. LAERCIO, II 9, ;atribuye también a Anaxágoras la creencia de que los polos se inclinaron.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 198 a 201

Qué son para Aristóteles los «elementos»

«Para Aristóteles el elemento es el «constituyente primero de cada cosa» (Met. V 3, 1014b15), producto de la conformación de la materia prima por las cualidades elementales de lo cálido, frío, seco y húmedo (cálido y seco es el fuego, cálido y húmedo el aire, frío y seca la tierra, fría y húmeda el agua), pudiendo transformarse un elemento en otro al cambiar una de dichas cualidades. En su concepción, los elementos desempeñan el papel de la causa material (en grado penúltimo en el plano del análisis, en grado último en el de la realidad)»

Captura_15-08-2017_23:36:59Captura_15-08-2017_23:37:28Captura_15-08-2017_23:37:44Captura_15-08-2017_23:38:20Captura_15-08-2017_23:38:37

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 175 a177

Las raíces de Empédocles y sus características: no se transforman unas en otras; son inmutables en el ciclo cósmico pero se generan desde el Esfero; son más que componentes materiales, porque al integrar compuestos, no pierden su ethos

«Las raíces de Empédocles exhibirían las siguientes diferencias respecto de los elementos aristotélicos: a) ellas no se transforman unas en otras como los elementos (lo cual determina las críticas de Aristóteles a nuestro filósofo en Gen. y Corr. II 6, 333a16 ss.); b) las raíces son inmutables a lo largo del ciclo cósmico, pero se generaron a partir del Esfero; c) las raíces son algo más que componentes materiales de las cosas, pues es difícil que al integrar compuestos pierdan su ethos o modo de ser propio.»
Captura_15-08-2017_22:56:29Captura_15-08-2017_22:56:52Captura_15-08-2017_22:57:18Captura_15-08-2017_22:57:40Captura_15-08-2017_22:57:56Captura_15-08-2017_22:58:12Captura_15-08-2017_22:58:25Captura_15-08-2017_22:58:48Captura_15-08-2017_22:59:01Captura_15-08-2017_22:59:59Captura_15-08-2017_23:00:45Captura_15-08-2017_23:01:10Captura_15-08-2017_23:01:27Captura_15-08-2017_23:01:40Captura_15-08-2017_23:01:55Captura_15-08-2017_23:02:11Captura_15-08-2017_23:02:28Captura_15-08-2017_23:02:47Captura_15-08-2017_23:03:08

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 175 a 184

Aristóteles: Empédocles concibe un estado precósmico, llamado Esfero, donde todas las cosas «estaban unidas» gracias a la Amistad. Eventualmente, el Esfero es destruido por el Odio, formándose la pluralidad en que vivimos. El ciclo formación del Esfero, destrucción del Esfero, se repite eternamente

Para Aristóteles, Empédocles es un filósofo pluralista emparejado con Anaxágoras y los atomistas. Todos ellos habrían dividido el ser eleático en principios sustanciales eternos e inmutables a partir de los cuales, por mezcla o combinación, se constituye el universo.

Para Empédocles, estos principios son las cuatro raíces (que Aristóteles concibe como «elementos») y que reúnen a los diferentes principios que propusieron los filósofos jonios (el agua de Tales, el aire de Anaxímenes, el fuego de Heráclito, a los cuales se agrega la tierra). Sobre estos actúan dos causas eficientes eternas: la Amistad y el Odio, las que, respectivamente, los combinan y disgregan. Cuando reina en modo absoluto la primera de ellas, los cuatro elementos se combinan generando una mezcla única llamada Esfero. Sin embargo este reinado se alterna con el del Odio, el que destruye dicho Esfero, formándose la pluralidad en que vivimos. Y así, sucesivamente, ocurre un proceso y otro, por lo que la realidad se halla en un ciclo eterno donde lo único permanente son las cuatro raíces. El Esfero constituye para Aristóteles un estado precósmico, no demasiado distinto del de Anaxágoras, en el que todas las cosas estaban unidas.

Los neoplatónicos introducen una novedad a esta interpretación de Aristóteles, de la filosofía de Empédocles, asocian el Esfero al mundo inteligible, haciéndolo, por tanto, coexistente con el mundo de la pluralidad cósmica, asimilado, a su vez, al mundo sensible. Esta versión neoplatónica desvirtúa la esencia del ciclo cósmico, pero en compensación, coloca en primer lugar la radical distinción entre lo Uno (Esfero) y lo Múltiple (el cosmos).
Captura_21-07-2017_22:33:43Captura_21-07-2017_22:35:03Captura_21-07-2017_22:35:36

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 130 y 131