Según Aristóteles, todos los que creen que el cielo se ha generado —entre ellos Anaxágoras— dicen que la tierra se ubica en el centro por el efecto del torbellino

732 (59 A 88) ARIST., Del Cielo II 13, 295a: De modo que, si la tierra se mantiene [en su lugar] por coacción, también debe ser llevada hacia el centro por el torbellino. Todos dicen que tal es la causa, por [haber observado] lo que sucede en los líquidos y respecto del aire, pues en ellos las cosas más grandes y más pesadas se mueven hacia el centro del torbellino. Por ello también todos los que creen que el cielo se ha generado dicen que la tierra se concentra en el medio.

733 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 511, 23: La mayoría dice que la tierra está situada en el centro, como Empédocles, Anaxímenes, Anaxágoras, Demócrito y Platón.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 364.

Aristóteles llama al «éter» el «primer cuerpo», porque ocupa, según él, el lugar más alto, dado que no posee contrario, a diferencia de cualquiera de los elementos, ordenados en los pares: «tierra-aire» y «fuego-agua», y por lo cual estaría más allá de cualquiera de estos, o sea, en un sentido físico, en el cielo

717 (59 A 73) ARIST., Del Cielo I 3, 270b: Como si el primer cuerpo estuviera más allá de la tierra, fuego, aire y agua, [nuestros antepasados] han dado el nombre de «éter» [al cuerpo que ocupa] el lugar más alto, poniéndole el nombre derivado del «correr siempre», durante un tiempo eterno. Pero Anaxágoras ha hecho un mal uso de este nombre, ya que denomina «éter» al fuego 59.

59 En este pasaje Aristóteles hace suya la tesis —planteada en el Epínomis 981c— de que el «éter» es el quinto elemento (en rigor, lo llama «el primer cuerpo», por ser el que está más alto), superior a los otros cuatro, por el hecho de que los otros son contrarios entre sí, en tanto éste no posee contrario, y por lo tanto es eterno. Ya en Homero (cf. Il. XIV 288) el «éter» designaba al «cielo» (ver también textos núms. 989 y 1002 del tomo I, y nuestra nota 33 a Parménides), y no se ve por qué Anaxágoras habría tenido que sujetarse a la gradación concebida por Aristóteles, y pensar «fuego» y poner por error (tres veces por lo menos) «éter». La etimología que Aristóteles supone ha dado origen al nombre «éter» es la del verbo «correr», thein y el adverbio «siempre», aeí («éter» es aithér).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 356.

El origen y la constitución en el sistema de Empédocles

IV. ASTRONOMÍA Y METEOROLOGÍA 112.

a) Origen y constitución del cielo 113.

346 (31 A 49) FILÓN, De Prov. II 60, 86: Del mismo modo parecen haber sido hechas las partes del mundo, como dice Empédocles, pues luego que el éter fue separado se volatilizaron a su vez el aire y el fuego y se formó el cielo en un amplísimo espacio. En cambio el fuego, que quedara un poco debajo del cielo, quedó él mismo concentrado en los rayos del sol; la tierra, por su parte, concentrándose en una [masa] por cierta necesidad concreta, se situó en el medio. Sin embargo el éter, por ser más liviano, gira en torno de ella por todas partes sin cesar. En cambio, la razón del reposo se debe a dios y no a esferas múltiples puestas recíprocamente sobre sí 114.

347 (31 A 49) AECIO, II 6, 3: …Del agua se evaporó el aire, y del aire nació el cielo, del fuego el sol, y de los otros [agua y tierra] se produjo la condensación de las cosas terrestres.

348 (31 A 30) Ps. PLUT. (en Eus., Pr. Ev. I 8, 10):… Y hay dos hemisferios que giran en derredor de la tierra, uno totalmente de fuego, otro mezcla de aire con un poco de fuego, que Empédocles supone que constituye la noche. El principio del movimiento [rotativo] sobreviene porque ocurrió que la caída del fuego determinó que el conjunto se desplazara… 115.

349 (31 A 51) AECIO, II 11, 2: Dice Empédocles que el cielo es sólido, como de cristal, de aire condensado por el fuego 116, y en cada uno sus hemisferios contiene lo ígneo y lo aéreo.

350 (31 A 51) AQ. TAC., 5, 34, 29: Empédocles afirma que el cielo es cristalino, congregado del elemento helado.

351 (31 A 50) AECIO, II 31, 4: Dice Empédocles que la distancia de la tierra al cielo —o sea, su elevación respecto de nosotros— es menor que la dimensión según la anchura. Según esto, al hallarse el cielo con mayor extensión, el mundo está dispuesto en forma parecida a la de un huevo 117.

352 (1 B 12; ORFEO, fr. Kern) AQ. TAC., 4, 33, 17: Los órficos comparan el orden que hemos asignado a la esfera con el que hay en los huevos…

353 (31 A 50) AECIO, II 1, 4: Dice Empédocles que la órbita solar es el contorno del límite del mundo.

354 (31 A 50) AECIO, II 10, 2: Dice Empédocles que lo que se halla hacia el lado del trópico estival constituye la derecha [del mundo] y su izquierda es lo que se halla hacia el lado del trópico invernal 118.

355 (31 A 58) AECIO, II 8, 2: Dice Empédocles que al ceder el aire al impulso del sol se inclinaron los polos, y las zonas boreales se elevaron mientras que las meridionales se deprimieron, de tal modo también el mundo entero [se inclinó] 119.

112 No esta de más observar que la mayor parte de los textos incluidos en este capítulo corresponden a doxografías y no a fragmentos originales. Por ello, la reconstrucción de las concepciones de Empédocles sobre fenómenos físicos particulares (especialmente astronomía, meteorología, psicología) gozará de mucha menos fiabilidad. Además se dan casos en que algunos doxógrafos adjudican a Empédocles teorías que ya habían adjudicado a otros presocráticos.

113 Los primeros testimonios de este ítem son relativos a la cosmogonía producida tras la quiebra del Esfero, es decir, en los comienzos de la etapa del Odio creciente (respecto del período de la Amistad creciente, ver nota 110). Por ello pueden leerse inmediatamente después del ítem «d» del punto III; por otra parte los textos núms. 347 y 348 representan respectivamente la continuación del 312 y 311.

114 Este texto, como el 382, está conservado en la versión latina de Aucher. Su contenido coincide, en términos generales, con los testimonios 311 y 312. Véase lo que se dice del éter en la nota 73.

115 El pasaje está corrupto en su última parte, pero el sentido parece ser que al ser más pesado el hemisferio diurno (de fuego, mas pesado que el aire preponderante en el hemisferio nocturno) cayó hacia abajo y, de ese modo, se originó la rotación de esfera celeste y la consecuente alternación del día y la noche.

116 El fuego actuó sobre el aire solidificándolo, y se constituyó así el cielo cristalino (krystalloeidés, esto es, de forma o características del hielo o cristal, que en griego se dice igual). Tal cosa habría sucedido con la «mole firme del aire» de que se habla en el texto núm. 311, que en rigor es de éter (aire con fuego).

117 Véase el texto siguiente. Aunque las fuentes, que reputan como típica del orfismo la atribución de forma de huevo al universo, son tardías, tal asimilación es común en tradiciones muy antiguas y diversas. Cf. BICKNELL, «The shape of the cosmos in Empedoclesa», P. P. (1968), 118-119, que niega en este caso influencia órfica, y atribuye la asimilación al empirismo.

118 Cf. ARISTÓTELES, Del Cielo II 2, 284b6 que expresa que la atribución al cielo de izquierda y derecha es propia de «los llamados pitagóricos».

119 DIÓG. LAERCIO, II 9, ;atribuye también a Anaxágoras la creencia de que los polos se inclinaron.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 198 a 201