Qué son para Aristóteles los «elementos»

«Para Aristóteles el elemento es el «constituyente primero de cada cosa» (Met. V 3, 1014b15), producto de la conformación de la materia prima por las cualidades elementales de lo cálido, frío, seco y húmedo (cálido y seco es el fuego, cálido y húmedo el aire, frío y seca la tierra, fría y húmeda el agua), pudiendo transformarse un elemento en otro al cambiar una de dichas cualidades. En su concepción, los elementos desempeñan el papel de la causa material (en grado penúltimo en el plano del análisis, en grado último en el de la realidad)»

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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 175 a177

Para los autores, el Esfero de Empédocles tiene prioridad ontológica por sobre las cuatro raíces, por lo que representa una unidad en todo sentido

Para N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce y C. Eggers Lan, no existe diferencia doctrinaria entre los dos poemas de Empédocles, cuando se les analiza con un sentido global, y, por consiguiente, ambos quieren transmitir las mismas enseñanzas, sin embargo, el De La Naturaleza está pensado para las personas que tienen cierta preparación, mientras que el de las Purificaciones está pensado para el pueblo, en general.

Asimismo, para dichos autores, Empédocles está más cerca de Parménides que de Anaxágoras o los atomistas (como creía Aristóteles). Para ellos, el Esfero de Empédocles es similar al de Parménides, salvo por el hecho de que el del primero se destruye cada cierto tiempo, mientras que el del segundo es eterno. De esta forma, este Esfero de Empédocles no es una mezcla de las cuatro raíces, y se reivindica su prioridad ontológica por sobre aquellas. La inmutabilidad y sustancia de las cuatro raíces en el plano cósmico, dicen estos autores, no debe proyectarse al plano metacósmico del Esfero.
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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 133 a 135

Aristóteles: Empédocles concibe un estado precósmico, llamado Esfero, donde todas las cosas «estaban unidas» gracias a la Amistad. Eventualmente, el Esfero es destruido por el Odio, formándose la pluralidad en que vivimos. El ciclo formación del Esfero, destrucción del Esfero, se repite eternamente

Para Aristóteles, Empédocles es un filósofo pluralista emparejado con Anaxágoras y los atomistas. Todos ellos habrían dividido el ser eleático en principios sustanciales eternos e inmutables a partir de los cuales, por mezcla o combinación, se constituye el universo.

Para Empédocles, estos principios son las cuatro raíces (que Aristóteles concibe como «elementos») y que reúnen a los diferentes principios que propusieron los filósofos jonios (el agua de Tales, el aire de Anaxímenes, el fuego de Heráclito, a los cuales se agrega la tierra). Sobre estos actúan dos causas eficientes eternas: la Amistad y el Odio, las que, respectivamente, los combinan y disgregan. Cuando reina en modo absoluto la primera de ellas, los cuatro elementos se combinan generando una mezcla única llamada Esfero. Sin embargo este reinado se alterna con el del Odio, el que destruye dicho Esfero, formándose la pluralidad en que vivimos. Y así, sucesivamente, ocurre un proceso y otro, por lo que la realidad se halla en un ciclo eterno donde lo único permanente son las cuatro raíces. El Esfero constituye para Aristóteles un estado precósmico, no demasiado distinto del de Anaxágoras, en el que todas las cosas estaban unidas.

Los neoplatónicos introducen una novedad a esta interpretación de Aristóteles, de la filosofía de Empédocles, asocian el Esfero al mundo inteligible, haciéndolo, por tanto, coexistente con el mundo de la pluralidad cósmica, asimilado, a su vez, al mundo sensible. Esta versión neoplatónica desvirtúa la esencia del ciclo cósmico, pero en compensación, coloca en primer lugar la radical distinción entre lo Uno (Esfero) y lo Múltiple (el cosmos).
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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 130 y 131