Según varios autores, para Anaxágoras la luna habría sido un sólido incandescente con montañas, cavidades y planicies

747 (59 A 77) AECIO, 11 25, 9: Anaxágoras y Demócrito dicen que la luna es un sólido incandescendente que contiene planicies, montañas y barrancos.

748 (59 A 77) AECIO, 11 30, 2: Anaxágoras dice que la luna es una extraña mezcla, porque lo frío se combina con lo terrestre, y tiene tanto partes altas como bajas y cavidades. Y lo nebuloso se entremezcla con lo ígneo…

749 (59 A 77) AQ. TAC., 21, p. 49, 4: Otros conciben a la luna como una tierra ardiente que posee un fuego permanente, y sobre la cual hay otra morada, ríos y cuantas cosas hay sobre la tierra. Se narra el mito de que el león de Nemea cayó desde allí.

750 (59 A 77) ESC. a APOL. ROD., I 498: El mismo Anaxágoras declara que la luna es una región plana, de la cual parece haberse caído el león de Nemea71.

71 En la luna habría visto Anaxágoras, como nosotros, montañas y planicies. Varios doxógrafos coinciden en conectar esta visión con el mito de la caída del león de Nemea desde la luna.

En la Teogonía de Hesíodo, dicha figura mitológica aparece como engendrada por la atroz Equidna, y creciendo al amparo de Hera, pero sucumbiendo bajo el brazo de Hércules (327-331). Esto último, que es lo que se celebraba en los juegos Nemeos, en la planicie llamada precisamente Nemea, figura en el fr. 2 de Epiménides, donde se dice que el león cayó de la luna (los versos de «Epiménides» no dicen exactamente eso, pero Eliano, que los cita, hace la afirmación, leyéndola en dichos versos: DK 3 B 2). Epimédes, como Orfeo y Museo, es a su vez un personaje cuasimftico (ya H. Diels trató el tema en 1891, en «Ueber Epimenides von Kreta», incluido por Burkert en los Kleine Schtfften de H. Diels).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 369 y 370.

Según Aecio e Hipólito, para Anaxágoras el eclipse de sol se debe a que la luna se interpone entre el sol y la tierra, ocultándolo durante la luna nueva

745 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 9: El eclipse de sol [se produce] porque la luna lo oculta, durante la luna nueva.

746 (59 A 77) AECIO, II 29, 7: Los eclipses de sol se deben a que la luna se interpone [entre el sol y la tierra].

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 369.

Según Aecio, Anaxágoras decía que el solsticio se produce por el rechazo del aire en relación con el norte, comprimiendo a aquel, y al sol mismo fortalece por condensación.

744 (59 A 72) AECIO, II 23, 2: Anaxágoras dice que [el solsticio se produce] por el rechazo del aire en relación con el norte, comprimiendo al cual [esto es, al aire,] [el sol] mismo fortalece por condensación.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 369.

Según los autores, el aporte principal de Anaxágoras a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras

719 (59 A 70) TEOFR., De Sens. 59: Entre las [cualidades sensibles percibidas por el  tacto, [la mayoría de los físicos] hablan acerca de lo pesado y lo liviano, así como de lo caliente y de lo frío, diciendo por ejemplo que lo raro y sutil es caliente, en tanto que lo denso y espeso es frío, como Anaxágoras, cuando diferencia al aire del éter.

720 (59 A 71) AECIO, II 13, 3: Anaxágoras dice que el éter es ígneo en cuanto a la sustancia, y por la tensión del torbellino rotante, tras arrancar piedras a la tierra e incendiarlas, convierte a éstas en astros 61.

741 (59 A 1) D. L., II 8: Digo que el sol es… más grande que el Peloponeso.

742 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 8: El sol excede en tamaño al Peloponeso.

743 (59 A 72) AECIO, II 21, 3: Anaxágoras dice que el sol es mucho más grande que el Peloponeso 70.

61 El éter (lo «ígneo en cuanto a la sustancia» deriva de Aristóteles, sin duda) juega su papel en la conformación de los astros a continuación de la rotación que pone en marcha el intelecto.

70 Estas afirmaciones respecto del tamaiío del sol constituirían un retroceso frente a Anaximandro, y se contradirían además con la correcta explicación de un eclipse.
En efecto, como señala D. O’BRIEN («Derived light in the 5th. Century», JHS 88 (1968), 124-125), «si el sol es más pequeño que la tierra, la sombra proyectada por la tierra se extendería hacia afuera en un cono siempre creciente y la luna se eclipsaría noche tras noche». Y sale del paso así: «Pero incluso si Anaxágoras hubiera querido decir que el sol fuera más pequeño que la tierra (y no ha sido esta necesariamente su intención), es claro que no extrajo la conclusión de que la sombra de la tierra cubre una amplia parte del cielo. Porque Anaxágoras, según Aristóteles, explicó la Vía Láctea como la luz de astros ocultada de los rayos del sol por la sombra de la tierra. La sombra de la tierra, por lo tanto, debe ser una banda bastante estrecha, que sólo ocasionalmente oscurecería la luz de la luna. En rigor, no se entiende demasiado bien por qué O’Brien piensa, ajustándose a tales doxografías, que Anaxágoras no quiso decir necesariamente que el sol era más pequeño que la tierra. ¿Tal vez a causa del testimonio que dice que «el sol es mucho más grande que el Peloponeso»? Reléase el testimonio de Aecio (texto núm. 719), según el cual Anaxágoras atribuye al éter, merced a la tensión del torbellino rotante, el formar astros arrancando piedras de la tierra e incendiarlas. En el testimonio de Hipólito (texto núm. 720), el ordenamiento cósmico hace converger cierto tipo de cosas en el centro y, una vez solidificadas, formaron la tierra. Entrambos textos se confiere a la tierra un papel central en el cielo, no solo en cuanto a lugar sino en lo concerniente a su función. Esto justificaría la creencia de que el sol, presuntamente una piedra incandescente desprendida de la tierra, no sea mucho más grande que el Peloponeso. En cuanto al intento de O’Brien de compatibilizar esta idea con la explicación de eclipses, nos parece inteligente, sin quitarnos del todo el escepticismo respecto a lo correcto de la explicación de Anaxágoras. En todo caso, el aporte principal de éste a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 357, 367 a 369.

Según algunos estudiosos Anaxágoras dijo que el sol es más pequeño que la tierra, pero según los autores esto es erróneo

719 (59 A 70) TEOFR., De Sens. 59: Entre las [cualidades sensibles percibidas por el  tacto, [la mayoría de los físicos] hablan acerca de lo pesado y lo liviano, así como de lo caliente y de lo frío, diciendo por ejemplo que lo raro y sutil es caliente, en tanto que lo denso y espeso es frío, como Anaxágoras, cuando diferencia al aire del éter.

720 (59 A 71) AECIO, II 13, 3: Anaxágoras dice que el éter es ígneo en cuanto a la sustancia, y por la tensión del torbellino rotante, tras arrancar piedras a la tierra e incendiarlas, convierte a éstas en astros 61.

741 (59 A 1) D. L., II 8: Digo que el sol es… más grande que el Peloponeso.

742 (59 A 42) HIPÓL., I 8, 8: El sol excede en tamaño al Peloponeso.

743 (59 A 72) AECIO, II 21, 3: Anaxágoras dice que el sol es mucho más grande que el Peloponeso 70.

61 El éter (lo «ígneo en cuanto a la sustancia» deriva de Aristóteles, sin duda) juega su papel en la conformación de los astros a continuación de la rotación que pone en marcha el intelecto.

70 Estas afirmaciones respecto del tamaiío del sol constituirían un retroceso frente a Anaximandro, y se contradirían además con la correcta explicación de un eclipse.
En efecto, como señala D. O’BRIEN («Derived light in the 5th. Century», JHS 88 (1968), 124-125), «si el sol es más pequeño que la tierra, la sombra proyectada por la tierra se extendería hacia afuera en un cono siempre creciente y la luna se eclipsaría noche tras noche». Y sale del paso así: «Pero incluso si Anaxágoras hubiera querido decir que el sol fuera más pequeño que la tierra (y no ha sido esta necesariamente su intención), es claro que no extrajo la conclusión de que la sombra de la tierra cubre una amplia parte del cielo. Porque Anaxágoras, según Aristóteles, explicó la Vía Láctea como la luz de astros ocultada de los rayos del sol por la sombra de la tierra. La sombra de la tierra, por lo tanto, debe ser una banda bastante estrecha, que sólo ocasionalmente oscurecería la luz de la luna. En rigor, no se entiende demasiado bien por qué O’Brien piensa, ajustándose a tales doxografías, que Anaxágoras no quiso decir necesariamente que el sol era más pequeño que la tierra. ¿Tal vez a causa del testimonio que dice que «el sol es mucho más grande que el Peloponeso»? Reléase el testimonio de Aecio (texto núm. 719), según el cual Anaxágoras atribuye al éter, merced a la tensión del torbellino rotante, el formar astros arrancando piedras de la tierra e incendiarlas. En el testimonio de Hipólito (texto núm. 720), el ordenamiento cósmico hace converger cierto tipo de cosas en el centro y, una vez solidificadas, formaron la tierra. Entrambos textos se confiere a la tierra un papel central en el cielo, no solo en cuanto a lugar sino en lo concerniente a su función. Esto justificaría la creencia de que el sol, presuntamente una piedra incandescente desprendida de la tierra, no sea mucho más grande que el Peloponeso. En cuanto al intento de O’Brien de compatibilizar esta idea con la explicación de eclipses, nos parece inteligente, sin quitarnos del todo el escepticismo respecto a lo correcto de la explicación de Anaxágoras. En todo caso, el aporte principal de éste a la astronomía parece haber sido el considerar a los astros como piedras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 357, 367 a 369.

Según Jenófanes, Sócrates dijo que Anaxágoras perdió la razón al ejercer un gran esfuerzo para explicar los designios de los dioses, concernientes a los fenómenos celestes

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

c) El sol: tamaño y características principales.

738 (59 A 42) HIPÓL., I 8. 6: El sol, la luna y todos los astros son piedras incandescentes.

739 (59 A 72) AECIO, II 20, 6: Anaxágoras dice que el sol es una masa incandescente o una piedra de fuego.

740 (59 A 73) JENOF., Memor. IV 7, 6 7 : [Sócrates] dijo también que quien se ocupara de esos temas [concernientes a los fenómenos celestes] corría el riesgo de perder la razón, no menos que Anaxágoras, cuyo gran esfuerzo en explicar los designios de los dioses sobre esos tópicos lo había hecho enloquecer. Éste, en efecto, al afirmar que el fuego y el sol son lo mismo, ignoraba que los hombres miran al fuego sin dificultad pero no pueden mirar de frente al sol, y que debido al brillo de éste los colores [de la piel] se ennegrecen, no por la acción del fuego; también ignoraba que, sin la luz del sol, no podría crecer ninguna de las cosas que nacen en la tierra, mientras que si el fuego las calentara, todas las cosas perecerían. Y, al afirmar que el sol es una piedra incandescente, ignoraba que una piedra que está en el fuego no brilla ni resistiría mucho tiempo, mientras el sol es la cosa que más brilla de todas y dura todo el tiempo 69.

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

69 Junto con el texto núm. 665, de la Apología platónica, este es el testimonio más antiguo de que Anaxágoras consideró al sol como una piedra incandescente, y no una divinidad.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 319, 320 y 367.

Según los autores, Anaxágoras consideró al sol como una piedra incandescente y no como una divinidad

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

c) El sol: tamaño y características principales.

738 (59 A 42) HIPÓL., I 8. 6: El sol, la luna y todos los astros son piedras incandescentes.

739 (59 A 72) AECIO, II 20, 6: Anaxágoras dice que el sol es una masa incandescente o una piedra de fuego.

740 (59 A 73) JENOF., Memor. IV 7, 6 7 : [Sócrates] dijo también que quien se ocupara de esos temas [concernientes a los fenómenos celestes] corría el riesgo de perder la razón, no menos que Anaxágoras, cuyo gran esfuerzo en explicar los designios de los dioses sobre esos tópicos lo había hecho enloquecer. Éste, en efecto, al afirmar que el fuego y el sol son lo mismo, ignoraba que los hombres miran al fuego sin dificultad pero no pueden mirar de frente al sol, y que debido al brillo de éste los colores [de la piel] se ennegrecen, no por la acción del fuego; también ignoraba que, sin la luz del sol, no podría crecer ninguna de las cosas que nacen en la tierra, mientras que si el fuego las calentara, todas las cosas perecerían. Y, al afirmar que el sol es una piedra incandescente, ignoraba que una piedra que está en el fuego no brilla ni resistiría mucho tiempo, mientras el sol es la cosa que más brilla de todas y dura todo el tiempo 69.

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

69 Junto con el texto núm. 665, de la Apología platónica, este es el testimonio más antiguo de que Anaxágoras consideró al sol como una piedra incandescente, y no una divinidad.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 319, 320 y 367.

Se le atribuye a Anaxágoras la predicción de la caída de un meteorito en Egospótamo, pero los autores aseguran que esta atribución es errada: Anaxágoras no tenía manera de predecir aquello, considerando el avance de las ciencias y la técnica, en el tiempo en que vivió

b) El meteorito de Egospótamo.

734 (59 A 6) FILÓSTR., V. Apoll. I 2, p. 3, 6: ¿Quién no sabe que Anaxágoras… dijo la verdad cuando pronosticó que del día se haría noche y que del cielo caerían piedras en Egospótamo?

735 (59 A 1) D. L., II 10: Se cuenta que predijo la caída de la piedra que se produjo en Egospótamo, la cual —según dijo— cayó desde el sol.

736 (59 A 12) PLUT., Lis. 12: Y algunos dicen que la caída de la piedra había sido una señal de lo que sucedería. Una enorme piedra se precipitó desde el cielo, en Egospótamo, según narraron muchos; y aún hoy es exhibida y venerada por los habitantes de Quersoneso. Se dice que Anaxágoras predijo que, al producirse algún deslizamiento o sacudimiento de los cuerpos enclavados en el cielo, uno de ellos se desprendería y sería arrojado y caería. Cada uno de los astros no está en el lugar que naturalmente le corresponde; son, en efecto, pétreos y pesados, y brillan por la resistencia y ruptura del éter. Son impulsados por una fuerza violenta, envueltos en el torbellino por la tensión del movimiento rotatorio, tal como de algún modo también al principio se les impidió caer, cuando las cosas frías y pesadas se separaron del conjunto… En Sobre la religiosidad, Démaco da testimonio sobre Anaxágoras, y narra que, durante sesenta y cinco días antes de la caída de la piedra, se vio en el cielo continuamente un enorme cuerpo ígneo semejante a una nube de forma de llamas.

737 (59 A 11) PLINIO, Hist. Nat. II 149: Los griegos cuentan que, en el segundo año de la Olimpíada 78ª (467-466 a. C.), el clazomenio Anaxágoras, por su conocimiento de la ciencia del cielo, predijo en qué días caería una piedra desde el sol, lo cual sucedió de día en un lugar de Tracia, junto al río Egos. La piedra se exhibe aún hoy, es del tamaño de una carretada y de color marrón; también durante aquellas noches ardieron cometas. Si alguien cree que ésta fue una predicción, debe reconocer que la capacidad adivinatoria de Anaxágoras era muy grande 68.

68 Lo dicho sobre la posibilidad de que Tales haya pronosticado un eclipse de sol (nota 25 a Tales, en tomo I) vale, con mayor motivo, respecto a la predicción de la caída de un meteorito en Egospótamo por Anaxágoras, aunque en este segundo caso vemos que, al menos en los tiempos de Plinio, se podía ser mucho más escéptico en torno al asunto. En todo caso, la caída del meteorito provee de una fecha más para encuadrar la vida de Anaxágoras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 364 a 367.

11 (11 A 10) ARIST., Pol. I 11, 1259a: Pues todas estas cosas son útiles para los que aprecian el arte de las ganancias, como por ejemplo la maniobra financiera de Tales de Mileto, que atribuyeron a su sabiduría., pero que tiene carácter universal. En efecto, como lo injuriaban por su pobreza y por la inutilidad de la filosofía, se dice que, gracias a sus conocimientos astronómicos, pudo saber cómo seria la cosecha de aceitunas. Así, cuando era aún invierno y tenía un poco de dinero, tomó mediante fianza todas las prensas de aceite de Mileto y de Quíos, arrendándolas por muy poco, pues no había competencia. Cuando llegó la oportunidad y todos a la vez buscaban prensas, las alquiló como quería, juntando mucho dinero, para demostrar qué fácil resulta a los filósofos enriquecerse cuando quieren hacerlo.

43 (11 A 5) HER, I 74: La guerra entre ellos [esto es, Aliates y Ciaxares] se desarrollaba sin ventajas para uno ni para otro cuando, en el sexto año, mientras estaban combatiendo, súbitamente el día se convirtió en noche. Que ese cambio del día se iba a producir lo predijo a los jonios el milesio Tales, quien anticipó como término el año en que ocurrió.

45 (11 A 5) CLEM., Strom. I 65: Eudemo, en la Historia de la Astronomía, dice que Tales predijo el eclipse de sol que se produjo durante la lucha entre medos y lidias, cuando reinaba entre los medos Ciaxares, padre de Astiages, y sobre los lidios Aliates, padre de
Creso… Fue durante la Olimpiada 50a. (580-577 a. C.) 25.

679 (22 B 105) Esc. A. T. a Il. XVIII 251 (Polidamas «era amigo de Héctor y habían nacido en una misma noche»): de allí que Heráclito llame a «Homero astrólogo» y también porque dice «ningún hombre, pienso, puede escapar a su destino» 82.

25 De las fechas diversas que los distintos testimonios asignan al eclipse que habría pronosticado Tales, la que ha obtenido más adherentes es la del año 584 a. C. Pero si la anécdota forma parte del repertorio más conocido entre quienes hablan de la antigüedad, los especialistas modernos son, más que cautos, escépticos.

En efecto, si bien L. BLANCHE,«L’éclipse de Thalès et ses problèmes», Revue Philosophique de la France et de 1’Etranger 2 (1969), 154-199, aduce frente a quienes alegan que Tales no podía disponer de elementos para pronosticar eclipse alguno, la filiación babilónica del hecho, en la más reciente y monumental obra sobre la astronomía antigua, NEUGEBAUER realiza un detallado estudio de la astronomía babilónica anterior al período seléucida y luego pasa a ocuparse de lo hecho en la Grecia clásica, donde dedica unos pocos párrafos al «eclipse pronosticado por Tales», con escepticismo, empero, a que sean tenidos en cuenta: nadie dudaría que en el siglo VI a. C. un filósofo griego dispusiera del instrumental adecuado para predecir un eclipse solar, pero «podría invocar la astronomía de los ‘caldeos’, de quienes Tales podría haber recibido cualquier información que requiriera. Esta vaga pero conveniente teoría ha sufrido un colapso en vista del presente conocimiento sobre la cronología de la astronomía babilónica en general y de la teoría lunar en particular. Ahora es evidente que, incluso tres siglos después de Tales, no podría haber sido predicho ningún eclipse solar que fuera visible en Asia menor, ni siquiera en Babilonia. Allí sigue en pie otra vaga hipótesis: la predicción por medio de ciclos —nuevamente, de ser necesario, estaba a disposición la consulta a Babilonia—. Desdichadamente, empero, no existe allí ningún ciclo —históricamente manejable— de eclipses solares visibles en una localidad dada, y cualquier intento de establecer un ciclo requeriría la posesión de registros locales de muchos siglos». (Astron., II, pág. 604).
La cosa parece así concluyente. Todavía a GUTHRIE, I, pág. 48, le parece viable la sugerencia de Diels de que Tales pudo ser testigo de un eclipse visible en Egipto en el 603, aun cuando no se atreve a puntualizar de qué modo pudo servirle eso. Nuestra hipótesis es otra: la anécdota, narrada por Heródoto (texto núm. 43), de que durante un combate en el 585/4 entre lidios (rey: Aliates) y medos (Ciaxares) se produjo un eclipse total de sol es históricamente posible. Algo así debe haber producido pánico o al menos una profunda impresión entre los combatientes, aunque Heródoto no dice que Tales ni ningún jonio fuera siquiera testigo del suceso. Según D. L., I 23, entre jonios como Jenófanes y Heráclito (ver texto núm. 679 y nota 82 a Heráclito) repercutió el hecho, o al menos le valió fama de «astrónomo». Relea el lector el texto núm. 11, donde Aristóteles trae a colación una dudosa anécdota según la cual los «conocimientos astronómicos» de Tales le habrían permitido pronosticar una cosecha de aceitunas y hacer un jugoso negocio. Recordemos, finalmente, que el mismo Diógenes registra el dato de que Tales recibió la denominaci6n de «sabio» durante el arcontado de Damasio, año 582.
Nosotros estamos acostumbrados a que se diga que tal o cual futurólogo pronosticó un hecho importante, pero como nos informa de tal predicción luego de acontecido el hecho, no sabemos si fue realmente así; también suele pronosticarse, año tras año, un terremoto en el océano Pacífico, la muerte de un importante hombre público o una catástrofe aérea, y sólo se destaca el pronóstico cuando acierta (con frecuencia, lamentablemente). Pero nuestra hipótesis recoge estos dos últimos datos sólo para enriquecerla. Ella consiste básicamente en hacer notar que el mismo Heródoto menciona el pronóstico de Tales luego de narrar el eclipse; Tales, famoso por sus «conocimientos astronómicos», si presenció un eclipse en Egipto, lo ha narrado. Al ocurrir un eclipse en pleno combate entre pueblos vecinos, los jonios dicen que Tales lo pronosticó. Más que eso, es difícil, a nuestro juicio, proponer.

82 «Astrólogo», en el siglo v a. C. era sin6nimo de «astrónomo» (aun cuando el escoliasta piensa que la alusión es a la «astrología» como estudio de la influencia de los astros sobre los hombres). Pero tal calificación de Hornero no es pensada «en buen sentido» (como cree Marcovich), como ninguna que le ha endilgado Heráclito, quien, por lo demás, se ha burlado de la ciencia jónica y especialmente de la astronomía.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 64 y 65, 78 a 81, 366 y 367

Según Aristóteles, todos los que creen que el cielo se ha generado —entre ellos Anaxágoras— dicen que la tierra se ubica en el centro por el efecto del torbellino

732 (59 A 88) ARIST., Del Cielo II 13, 295a: De modo que, si la tierra se mantiene [en su lugar] por coacción, también debe ser llevada hacia el centro por el torbellino. Todos dicen que tal es la causa, por [haber observado] lo que sucede en los líquidos y respecto del aire, pues en ellos las cosas más grandes y más pesadas se mueven hacia el centro del torbellino. Por ello también todos los que creen que el cielo se ha generado dicen que la tierra se concentra en el medio.

733 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 511, 23: La mayoría dice que la tierra está situada en el centro, como Empédocles, Anaxímenes, Anaxágoras, Demócrito y Platón.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 364.

Según los autores, la referencia a la tierra como «esfera» proviene de Aristóteles, naturalmente, y no de Anaxágoras

394 (31 B 100) ARIST., De Respir. VII 473a-b: También Empédocles habla de la respiración, sin embargo no pone en claro ni el hecho de cuál sea su finalidad ni tampoco el de si todos los animales respiran o no. Y cuando habla de la respiración por la nariz considera que se está refiriendo al principal tipo de respiración… Y expresa que la inspiración y la espiración se producen a causa de que existen ciertas venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, más angostos que las partículas del cuerpo pero mayores que las del aire. Y puesto que está en la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasladarse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiración, mientras que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la espiración. Compara lo que aquí sucede con las clepsidras:

De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacíos de sangre,
y en sus bocas, abundantes conductos perforan
los últimos extremos de la piel de parte a parte, de tal modo que la sangre
es albergada, al tiempo que se obtiene un libre acceso para el éter.
Entonces, cuando la delicada sangre se retira de allí,
el éter hirviente irrumpe con furiosas olas,
y cuando ella salta fuera, se produce la espiración. Tal como cuando una muchacha
juega con una clepsidra de brillante bronce:
Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo
y la sumerge en la masa de agua plateada que retrocede,
nada de lluvia penetra en el vaso, sino que es apartada
por el volumen de aire que presiona desde dentro sobre los abundantes orificios,
hasta que ella deje de contener la abundante corriente. Entonces, por el contrario,
al retroceder el soplo aéreo penetra una cantidad equivalente de agua.
Del mismo modo, cuando el agua se halla en la profundidad del bronce
estando cubierta la boca o poro por la carne mortal,
el éter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia
controlando su superficie sobre las puertas de la criba estrepitosa,
hasta que ella suelte su mano. Entonces, al revés de lo que antes ocurría,
al avanzar el soplo aéreo una cantidad equivalente de agua emprende la retirada.
Y lo mismo sucede con la delicada sangre que se agita a lo largo de los miembros
cuando volviendo sobre sus pasos se retira al interior,
al punto desciende la corriente de éter, precipitándose en oleadas,
pero cuando aquélla salta hacia afuera, en seguida se expira una cantidad semejante 139.

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

726 (59 A 87) Exc. ASTRON., Cod. Vat. 381: Que la tierra no es cóncava, como piensa Demócrito, ni plana, como Anaxágoras 64.

727 ARIST., Del Cielo III 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 65.

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

730 (59 A 69) [ARIST.], Probl. XVI 8, 914b – 915a: La causa de los fenómenos que suceden en la clepsidra parece ser la que dice Anaxágoras. En efecto, el aire encerrado en ella es causa de que el agua no penetre cuando el tubo está tapado ❬en su abertura superior❭. El aire en sí mismo no es, sin embargo, la causa, pues si se introduce [la clepsidra] en forma inclinada en el agua, habiendo tapado el tubo ❬en su abertura superior❭, el agua entra ❬por los orificios inferiores❭. Por ello no explica adecuadamente cómo [el aire] es causa, bien que, tal como se ha dicho, el aire es causa. Éste, sea impulsado o moviéndose por sí mismo sin ser compelido, se mueve por naturaleza en línea recta, tal como los demás elementos. Si la clepsidra se sumerge en forma inclinada, [el aire], manteniendo su curso recto, es expelido por el agua a través de los orificios opuestos a los [sumergidos] en el agua, y, al irse, el agua ingresa. Si en cambio la clepsidra se sumerge en forma recta en el agua, [el aire] no puede seguir su curso recto porque las partes superiores están obstruidas, y permanece en torno a los primeros orificios, pues no puede comprimirse en sí mismo. Y la prueba de que el aire, cuando no se puede mover, es capaz de excluir al agua, está en lo que sucede en la clepsidra.
En efecto, si se llena el balón [de la clepsidra] y se tapa el tubo ❬en su abertura superior❭, y se da vuelta [la clepsidra] con el tubo hacia abajo, el agua no corre a través del tubo hacia la boca de salida. Y cuando ésta es abierta, el agua no corre inmediatamente a través del tubo, sino sólo un momento después, puesto que no está sobre la boca de salida del tubo, sino que se mueve a través de éste después de que se ha abierto. Si, en cambio, la clepsidra está llena y en posición recta, apenas abierto el tubo, [el agua] pasa a través del colador, por estar en contacto con éste y no estar en contacto con las extremidades del tubo.
El agua, por consiguiente, no entra en la clepsidra, por la causa antes mencionada; pero sale una vez abierto el tubo porque el aire que está en él, al moverse hacia arriba y hacia abajo, provoca un gran vaciamiento del agua en la clepsidra. El agua, entonces, impulsada hacia abajo y deslizándose en forma natural en esa dirección, fluye, predominando por su violencia sobre el aire que está fuera de la clepsidra, aire que se mueve y es igual en fuerza al aire que empuja [desde arriba], pero que es más débil que éste por causa de la resistencia ❬del agua❭, que fluye rápidamente y cada vez con mayor intensidad a través del estrecho tubo hasta caer en el agua. Si el tubo hubiera estado cerrado, la causa de que el agua no corriera es la de que, al entrar en la clepsidra, el agua expelería de ella con violencia al aire. Una prueba de esto es el viento y ruido que se producen en ella.
Al entrar el agua, ❬el aire❭ hace presión con violencia y se precipita en el tubo; y como cuñas de madera o de bronce insertas en la hendidura, permanece así sin otra ligazón, ❬pero salta fácilmente cuando❭ es rechazada desde la [dirección] opuesta, tal como saltan de los leños las clavijas de maderas astilladas. Esto sucede una vez abierto el tubo, por las causas ya mencionadas. Si es por estas causas, es natural que [el agua] no fluya hacia afuera o bien que el aire, soplando con violencia, le impida salir. Y el ruido muestra que el agua es atraída hacia arriba por el aire, como sucede en muchos casos. Pero al ser atraída y por ser continua en si misma, toda el agua permanece bajo la presión del aire, hasta que es expelida nuevamente por éste. Y si al principio permanece quieta, también el resto se comporta así, por ser el agua una y continua 66.

731 (59 A 89) ARIST., Meteor. II 7, 365a: Anaxágoras dice que el éter se mueve por naturaleza hacia arriba, por lo que, al caer hacia las partes bajas y cavidades de la tierra, la mueve, pues las partes superiores se han vuelto impermeables como arcilla a raíz de las lluvias, puesto que toda la tierra es porosa por naturaleza: como si la esfera [terráquea] tuviera partes superiores e inferiores, y la que habitamos es la superior, la inferior la otra… Y [es tonto] decir, por una parte, que la tierra se mantiene sobre el aire por causa de su tamaño, y afirmar, por otra parte, que se sacude toda por arriba al ser golpeada desde abajo 67.

139 La «clepsidra» en cuestión, utilizada por Empédocles como símil de la respiración, no es el reloj de agua del mismo nombre sino un artefacto que se utilizaba para trasvasar líquidos de un recipiente mayor a otro menor. Consistía en un tubo de metal similar al pico de las regaderas de jardín, con un extremo —el más estrecho— descubierto, y el otro cerrado pero perforado con pequeños orificios al modo de una criba. Al sumergir el extremo cribado en un líquido, este no penetra en el tubo en tanto se tape la otra boca con la mano (pues el aire que ocupa el tubo impide la entrada del liquido), pero si se libera la boca superior, entonces penetrará tanto líquido como aire desalojado. Además, si se retira la clepsidra del recipiente cuando ella se ha llenado de líquido, este no caerá por los pequeños orificios en tanto se mantenga tapado el otro extremo. La boca perforada del artefacto equivale a los poros que hay en la piel, la otra salida del tubo equivale a la nariz, el liquido a la sangre existente en los tubos de carne que atraviesan el cuerpo desde la nariz hasta los poros. La sangre palpita en dichos tubos y, cuando se retira hacia los poros, penetra aire por la nariz; en cambio, cuando la sangre abandona los poros, ella ocupa el lugar del aire que es expelido por la nariz. En fin, el movimiento oscilatorio de la sangre determina la inspiración y la espiración: al penetrar aire por la nariz, sale por los poros y viceversa. La agudeza de Empédocles al utilizar este símil es destacable, pero se trata nada más que de una ilustración empírica de un proceso a cuyo conocimiento Empédocles no a arribó —de más esta decirlo— por nada que se parezca a las modernas técnicas científicas de investigación. No vale la pena discutir las anacrónicas observaciones de quienes, como Farrington y Burnet (cf. EGP, página 27), suponen que estamos ante el primer caso de un «experimento científico».
La explicación del símil que hemos dado se basa en la de D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», JHS 77 (1957), 31-34. Ella se basa en considerar que se alude a la respiración a través de todo el cuerpo y no solamente por la nariz, lo que implica afirmar que Aristóteles se habría equivocado al tomar rinõn en el v. 4 como el genitivo plural de rís (nariz), cuando en verdad se trata de la piel (rinós). Una teoría de la respiración por los poros del cuerpo (quizá la misma teoría) puede hallarse en el Timeo platónico (79a-c). N . B. Booth ofrece una interpretación bien distinta del fragmento (cf. «Empedocles’ account of breathing», JHS 80 (1960), 10-15), para lo cual supone —contra Diels y Furley— que el rinõn significa «narices» (por lo cual se estaría hablando sólo de la respiración nasal), que en el v. 2 se habla de lo interior del cuerpo y no de su superficie (la palabra pýmaton es ambigua) y que el aire de la clepsidra simboliza la sangre de la respiración.

64 También a Anaxímenes (tomo I, textos nums. 210 y 213) los doxógrafos atribuyen el haber sostenido que la tierra es plana y que «cabalga» en el aire. Tal verbo (epocheîsthai) hemos sugerido que podría pertenecer textualmente a Anaxímenes (nuestra nota 99 en ese capítulo). Pero si allí se sostenía que para Anaxímenes la tierra tiene forma de tabla (tomo I, texto núm. 211), aquí tenemos que la doxografía atribuye a Anaxágoras haber dicho que tiene forma de tambor (o de tímpano, texto núm. 725, aunque esto podría entrar en conflicto con la afirmación, repetida, de que la tierra es plana). De ser así, la forma sería cilíndrica, como dicen los doxógrafos que lo era para Anaximandro (tomo I, textos núms. 158 a 160), y lo que es plano, es la superficie.

65 En sus típicas agrupaciones de pensadores para atribuir una tesis, Aristóteles endosa una idea compleja o un complejo de ideas —como se prefiera— a tres pensadores notoriamente distantes entre sí en el tiempo. Ya se ha dicho que, aun cuando no haya sido discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras puede haber seguido algunas de las líneas de su cosmología. Aquí tal vez lo único que parece corresponder a Anaxímenes es la idea de la superficie plana de la tierra, en lo cual coincidiría con Anaxágoras —aun dando formas distintas a la tierra, ver nota 64—, y posiblemente dejando lo de que «es la causa de su estabilidad» como una explicación que introduce Aristóteles. Véase nota 100 a Anaxímenes. Lo que es dable advertir aquí, como en los tres textos siguientes, es la idea de una presión del aire: lo que denominaríamos presión atmosférica. Presión, en todo caso, y por eso da el ejemplo de la clepsidra. Ver texto núm. 730 y nota 66.

66 La clepsidra mencionada aquí no es un «reloj de agua» sino una pequeña vasija, empleada habitualmente para transvasar líquidos, y que Anaxágoras ha utilizado para hacer experimentos que comprobaran la presión que ejerce el aire, cuya consistencia es ignorada por el común de las gentes hasta el punto de creer que es «vacío».
Cf. fr. 100 de Empédocles (texto núm. 394 en este volumen) y respectiva nota 139. La mayoría de los estudios respecto del funcionamiento y experimentos realizados con la clepsidra en la época griega clásica se refieren a Empédocles. Entre otros, cf. GUTHRIE, II, págs. 224-226, D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», ensayo de 1957 reimpreso en SPP II, con un «Postscript july 1971», en que se refiere brevemente a seis estudios aparecidos entre su propio artículo y su inclusión en SPP II. Como se sostiene en los estudios que hemos citado, no cabe hablar de un experimento de Empédocles, sino de un símil con el proceso de respiración. El texto pseudo-aristotélico de los Problemas, que refiere sin duda experimentos de Anaxágoras, ha merecido menor atención por parte de los estudiosos. El opúsculo de GERSHENSON y GREENBERG, Anaxagoras and the Birth of Scientific Method, pretende, por el contrario, darle su significación científica a los experimentos de Anaxágoras con la clepsidra. Lamentablemente, en este punto como en otros de la obra del clazomenio, ni hay referencia a los textos que pueden servir de apoyo, ni se ve que se siga con fidelidad a esos textos (lo que sugiere un empleo indirecto y parcial de los mismos). Así dichos autores solo hablan de sumergir la clepsidra (en rigor, dicen erróneamente «un reloj de agua», «un simple instrumento destinado a medir el tiempo», pág. 40; pero en ello pueden haber sido influidos por la Oxford’s Translation dirigida por Ross, tomo VII, donde también E. S. Forster traduce «Water-clock» la palabra klepsýdra en el texto que comentamos; a pesar de LSJ, primera acepción) «verticalmente» en el agua, y aluden sólo a estas situaciones: en una se colocaba un tapón en su boca superior de salida, estando vacío el interior de la clepsidra: no obstante, no ingresaba agua por los orificios inferiores, debido a que el aire ejercía presión desde el interior de la clepsidra (hemos usado las palabras de Gershenson y Greenberg, en el sentido de que se sumergía la «clepsidra vacía», y luego la conclusión anaxagórea que contradecía la frase anterior, al explicar que lo que impedía el ingreso del agua era «el aire dentro de la clepsidra»; lo que muestra que los autores en cuestión hablan como «el común de las gentes», al llamar «vacío» al «aire»; si bien entendemos que su intención en la primera frase es la de que la clepsidra está vacía de agua). En seguida, los autores hablan de otra situación, pero dividida en dos: la clepsidra está ahora llena de agua, y no es sumergida, pero en un caso, está puesto el tapón y el agua no sale por abajo; en el otro se saca el tapón y el agua fluye.
Si el lector revisa el texto pseudo-aristotélico, hallará que eso sólo es parte —mal transcrita— de lo que allí se describe, por más que haya que convenir que es de difícil lectura. Para facilitarla, describiremos primero la clepsidra que allí se usa, de acuerdo con THALHEIM (RE, XI, 1922, cols. 807-808) y lo inferimos de la lectura del texto. La clepsidra es una vasija pequeña, en la que podríamos distinguir dos partes: un balón, en cuya base hay orificios que forman una suerte de «colador» como se lo denomina en el mismo texto; y un tubo que hacía las veces de un «asa de forma semicircular» y «estaba en conexión por ambos lados con el interior de la vasija y tenía en su punto superior una abertura que se podía cerrar fácilmente con el pulgar» (Thalheim). Así podía sumergirse en un tonel de vino, llenar el balón, tapar con el dedo la abertura superior y llevarla hasta una jarra, donde se sacaba el dedo —o sea, se la destapaba- y el vino caía por abajo. En el primer caso que presenta el texto pseudo-aristotélico, se sumerge la clepsidra en forma inclinada (o bien, oblicuamente, como se prefiera), caso que no es contemplado en la descripción de Gershenson y Greenberg, y que es contrapuesto a la inmersión en forma recta. En el primer caso, al sumergirse en forma inclinada en el agua, hay orificios del «colador» que permanecen fuera del agua, y permiten que salga el aire que es expulsado por el agua que entra por los «orificios opuestos», que están sumergidos en el agua. Si se sumerge en forma recta, en cambio, el aire no puede salir (ni el agua entrar). En estos dos primeros casos el tubo está tapado. El experimento del balón lleno también presenta un aspecto que no describen los autores mencionados: la clepsidra se invierte, esto es, el balón queda arriba y el tubo abajo. El hecho de que, mientras la boca de salida esté tapada, el agua permanece en el balón sin correr a través del tubo, y que, cuando se destape aquélla, el agua no corra inmediatamente hacia la boca de salida, supone precisamente que el tubo,como en la descripción de Thalheim, sea un asa o argolla unida por ambos extremos a la parte superior del balón. Se trata de un espacio en el cual, aun cuando se llena de líquido el balón, el aire frena el paso del líquido. En la posición en que la clepsidra es invertida, la presión del liquido es mayor, pero mientras no se saque el dedo o el tapón, se mantiene la presión del aire, que cede al destaparse el tubo, lo cual permite que fluya el agua, aunque no inmediatamente. En la posición recta, en cambio (la única considerada por los dos autores mencionados, cuando se quita el tapón el agua sale inmediatamente por los orificios inferiores que constituyen el «colador». Aquí tampoco está sumergida en agua la clepsidra, y al destaparse el tubo se produce un «gran vaciamiento del agua» (no aceptamos la enmienda propuesta por Forster, kínesis, «movimiento», en lugar de kénosis, «vaciamiento») dentro de la clepsidra. En este caso, entre el aire encerrado en el tubo y que es destapado, y el agua que cae a través del «colador» pueden más, naturalmente, que la presión del aire externo a la clepsidra. En todo el pasaje, pues, se aprecia aquello a lo que ya en los dos textos anteriores (núms. 728 y 729) Aristóteles se ha referido: la negación del vacío por Anaxágoras y la afirmación de éste de que muchos se equivocan al hablar, y denominan «vacío» al aire (como Gershenson y Greenberg). Pero lo principal es demostrar la fuerza o presión que ejerce el aire, aun cuando no existiera un concepto de «presión atmosférica», que puede justificar la aserción de que el aire sirva de soporte a la tierra (texto núm. 725).

67 La referencia a la tierra como «esfera» proviene de Aristóteles, naturalmente, y no de Anaxágoras. En cuanto a la causa de que la tierra se mantenga sobre el aire, ya hemos hablado en notas 65 y 66.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 214 a 217 y 358 a 365 .

158 (12 A 10) Ps. PLUT., 2: En cuanto a la forma, la tierra es cilíndrica, y su espesor es un tercio de su ancho.

159 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 3; Su forma [esto es, la de la tierra], es anular, redonda, semejante a una columna de piedra; en una de sus superficies planas estamos situados, pues hay otra antípoda.

160 (12 A 25) AECIO, III 10, 2: Anaximandro dice que la tierra es similar a una columna de piedra 74.

210 (13 A 6) Ps. PLUT., 3: El aire, al comprimirse, genera primeramente la tierra, de la cual dice que es completamente plana 98 y, también por la misma razón, cabalga en el aire 99.

211 (13 A 20) AECIO, III 10, 3: Anaxímenes dice que la tierra tiene forma de tabla.

212 (13 a 6) ARIST., Del Cielo II 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 100

213 (13 A 20) AECIO, III 15, 18: Anaxímenes dice que la tierra cabalga en el aire por causa de lo plano [de su superficie].

74 La expresión «semejante a una columna de piedra» tiene visos de ser textual, y ha de ser posiblemente la que más tarde ha sido sustituida por «cilíndrica» (de forma).

98 La generación de la tierra directamente del agua no es contradictoria con otros testimonios que mencionan pasos diversos en el proceso de condensación (viento, nube, agua) del aire antes de llegar a ser tierra, pues aquí no se habla de la tierra como «elemento» o una «cosa como el «agua», «viento», etc., sino de la tierra que habitamos, como se ve por la referencia a su superficie plana y al «cabalgar en el aire».
Por lo tanto, no hay tal «dificultad mayor» como la que ve MADD., lonici, págs. 186 sigs. Y se nos antoja que el verbo «comprimirse» no tiene aquí el mismo significado que «condensarse».

99 Traducimos epocheîsthai por .«cabalgar» (si bien también podría decirse «sostenerse», pero la otra acepción parece más arcaica), y por su índole puede ser textual de Anaxímenes.

100 Que la tierra sea plana y tenga forma de tabla implica un retroceso de Anaxímenes frente a la tierra cilíndrica que concebía Anaximandro. Pero por lo demás Aristóteles intenta una explicación probablemente incorrecta del «cabalgar» de la tierra en el aire, asimilando a Anaxímenes en una explicación que los doxógrafos atribuyen a Anaxágoras (y él mismo lo menciona).
Cf. 59 A 42, donde se usa el mismo verbo epocheîsthai que vimos en nota 99, y que puede ser fuente del malentendido. Kirk objeta que «para Anaxímenes el aire circundante era absolutamente ilimitado», aunque no es bueno usar terminología aristotélica para objetar a Aristóteles. De todos modos, si el «aire» es lo «divino», y fuerza generadora de lo demás, no es lícito tomarlo aquí como «encerrado» como el agua en una clepsidra.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 120, 137 y 138.