Características del estado: agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales

Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus súbditos según “divisiones territoriales”. Las antiguas asociaciones gentilicias, constituidas y sostenidas por vínculos de sangre, habían llegado a ser, según hemos visto, en gran parte insuficientes porque suponían la ligazón de los asociados con un territorio determinado, lo cual había dejado de suceder desde mucho tiempo atrás. El territorio no se había movido, pero los hombres sí. Se tomó como punto de partida la división territorial y se dejó a los ciudadanos ejercer sus derechos y deberes sociales donde se hubiesen establecido, independientemente de la gens y la tribu. Esta organización de los súbditos del Estado conforme al territorio es común a todos los Estados. Por eso nos parece natural, pero en anteriores capítulos hemos visto que en Atenas y Roma fueron necesarias obstinadas y largas luchas antes de que pudiera sustituir a la antigua organización gentilicia.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 184

Para qué nació el Estado

[…] acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y esclavos, en explotadores ricos y explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar esos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este tipo sólo podía existir en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí, o bajo el dominio de un tercer poder que, estando aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la llamada forma legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y reemplazado por el Estado.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 182

La transformación de la tierra en una mercancía

Junto a la riqueza en mercancías y esclavos, junto a la fortuna en dinero, apareció también la riqueza en tierras. El derecho de posesión sobre las parcelas, concedido primitivamente a los individuos por la gens o la tribu, se había consolidado hasta el punto de que esas parcelas les pertenecían como bienes hereditarios. Lo que en los últimos tiempos habían reclamado ante todo era que sus parcelas quedasen libres de los derechos que sobre ellas tenía la comunidad gentilicia, derechos que se habían convertido para ellos en una traba. Esta traba desapareció, pero al poco tiempo desaparecía también su nueva propiedad territorial. La propiedad plena y libre del suelo no significaba tan sólo facultad de poseerlo íntegramente, sin restricción alguna, sino que también quería decir facultad de enajenarlo. Esta facultad no existió mientras el suelo fue propiedad de la gens. Pero cuando el nuevo propietario suprimió definitivamente las trabas impuestas por la propiedad suprema de la gens y la tribu, rompió también el vínculo que hasta entonces lo unía indisolublemente al suelo. Lo que esto significaba se lo enseñó el dinero, descubierto al mismo tiempo que advenía la propiedad privada de la tierra. El suelo podía ahora convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida o empeñada. Apenas introducida la propiedad privada de la tierra, se inventó la hipoteca (véase Atenas). Así como el heterismo y la prostitución pisan los talones a la monogamia, de igual modo, a partir de este momento, la hipoteca se aferra a los faldones de la propiedad inmueble.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 180 y 181.

Los cimientos de la monarquía y de la nobleza hereditaria

La creciente densidad de población requirió lazos más estrechos en el interior y frente al exterior. La confederación de tribus consanguíneas llegó a ser una necesidad en todas partes, como lo fue muy pronto su fusión y la reunión de los territorios de las distintas tribus en el territorio común del pueblo. El jefe militar del pueblo (rex, basileus, thiudans) llegó a ser un funcionario indispensable y permanente.
La asamblea del pueblo tomó cuerpo allí donde aún no existía. El jefe militar, el consejo y la asamblea del pueblo constituyeron los órganos de la democracia militar surgida de la sociedad gentilicia. Y esta democracia era militar porque la guerra y la organización para la guerra constituían ya funciones regulares de la vida del pueblo. Los bienes de los vecinos excitaban la codicia de los pueblos, para quienes la adquisición de riquezas era ya uno de los primeros fines de la vida. Eran bárbaros: el saqueo les parecía más fácil y hasta más honroso que el trabajo productivo. La guerra, hecha anteriormente sólo para vengar la agresión o con el fin de extender un territorio que había llegado a ser insuficiente, se libraba ahora sin más propósito que el saqueo y se convirtió en una industria permanente. Por algo se alzaban amenazadoras las murallas alrededor de las nuevas ciudades fortificadas: sus fosos eran la tumba de la gens y sus torres alcanzaban ya la civilización. En el interior ocurrió lo mismo. Las guerras de rapiña aumentaban el poder del jefe militar supremo, y también el de los jefes inferiores. La elección habitual de sus sucesores en el seno de las mismas familias, sobre todo desde la introducción del derecho paterno, pasó poco a poco a ser sucesión hereditaria, tolerada al principio, reclamada después y usurpada por último. Con ello se pusieron los cimientos de la monarquía y de la nobleza hereditaria. Así, los órganos de la constitución gentilicia fueron perdiendo las raíces que tenían en el pueblo, en la gens, en la fratría y en la tribu, con lo que todo el régimen gentilicio se transformó en su contrario: de una organización de tribus para la libre regulación de sus propios asuntos, se trocó en una organización para saquear y oprimir a los vecinos. Con arreglo a esto, sus órganos dejaron de ser el instrumento de la voluntad del pueblo y se convirtieron en órganos independientes para dominar y oprimir al propio pueblo. Esto nunca hubiera sido posible si el sórdido afán de riquezas no hubiese dividido a los miembros de la gens en ricos y pobres, “si la diferencia de bienes en el seno de una misma gens no hubiese transformado la coincidencia de intereses en antagonismo entre los miembros de la gens” (Marx) y si la extensión de la esclavitud no hubiese comenzado a hacer considerar el hecho de ganarse la vida por medio del trabajo como un acto digno tan sólo de un esclavo y más deshonroso que la rapiña.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 177 y 178.

El modelo típico de formación del Estado

La formación del Estado entre los atenienses es un modelo notablemente típico de la formación del Estado en general. En primer lugar, porque se realiza sin la intervención de la violencia, ya sea exterior o interior […]; en segundo lugar, porque hace surgir directamente de la gens una forma de Estado muy perfeccionada, la república democrática; y por último, porque conocemos suficientemente los detalles esenciales.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 128.

Una característica esencial del Estado consiste en una fuerza pública separada de la masa del pueblo

Hemos visto que una característica esencial del Estado consiste en una fuerza pública separada de la masa del pueblo. Atenas no tenía entonces más que un ejército popular y una flota equipada directamente por el pueblo, que protegían la ciudad de los enemigos exteriores y mantenían en la obediencia a los esclavos, que en aquella época ya eran la mayoría de la población. Al principio, para los ciudadanos esa fuerza pública sólo existía en forma de policía; ésta es tan vieja como el Estado, y por eso los ingenuos franceses del siglo XVIII no hablaban de naciones civilizadas, sino de “naciones con policía” (nations policées). Los atenienses instituyeron, pues, una fuerza policial, una verdadera gendarmería de arqueros de a pie y de a caballo (Landjäger, como se les llama en el sur de Alemania y en Suiza). Pero esa gendarmería la formaban esclavos. Este oficio le parecía tan indigno al ateniense libre, que prefería ser detenido por un esclavo armado a cumplir él mismo tan viles funciones. Era una manifestación del antiguo espíritu gentilicio. El Estado no podía existir sin la policía, pero todavía era joven y no tenía la suficiente autoridad moral para hacer respetable un oficio que los antiguos miembros de las gens sólo podían considerar infame.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 127.

El irreconciliable antagonismo entre la sociedad gentilicia y el Estado

[…]El primer intento de formación del Estado consiste en destruir los lazos gentilicios, dividiendo los miembros de cada gens en privilegiados y no privilegiados, y a estos últimos, en dos clases, según su oficio, oponiéndolas, en virtud de esta misma división, una a la otra.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 119.