Según los autores, hay pruebas de que Empédocles creía en una «transmigración» de «algo» después de la muerte, no de que creyera en una «metensomatosis», en una «metempsícosis» o en una «palingenesia»

Según los autores, hay pruebas de que Empédocles creía en una «transmigración» de «algo» después de la muerte, no de que creyera en una «metensomatosis», una «metenpsícosis» o en una «palingenesia». Al existir tal «transmigración» de «algo», coincidían, al menos en este sentido, la doctrina física del filósofo con las enseñanzas, al respecto, en su poema de las Purificaciones.

C) La caída y la transmigración.

447 (31 B 119) CLEM., Strom. IV 12:

De cuánto honor y de qué cima de felicidad,

como dice Empédocles, que se encuentra aquí tras haber dejado atrás… 176.

448 (31 B 124) CLEM., Strom. III 14: Y dice, a su vez,

¡Ay! Oh raza miserable de los mortales, del todo desventurada,
de qué discordias y lamentos habéis nacido.

449 (31 B 125) CLEM., Strom. III 14:

De los vivientes hace muertos, cambiando sus figuras,〈y de los muertos, vivientes〉177.

450 (31 B 126) PORF. en ESTOB., Ecl. I 49, 60: El sino de este ordenamiento cósmico y la naturaleza, llamadas divinidad por Empédocles,

La reviste con una túnica de carne que le es extraña, cambiando el vestido de las almas 178.

451 (31 B 117) HIPÓL., I 3: Y además de todo esto admite la metensomatosis 179 al hablar de este modo:

Yo ya he sido antes un muchacho y una muchacha, un arbusto, un pájaro y un mudo pez de mar 180.

Afirma que todas las almas se transforman en todos los animales. Y, en efecto, el maestro de ellos [—pitagóricos—] dice haber sido Euforbo, el que combatió en Troya, manifestando reconocer su escudo.

452 PLUT., De exil. 607D: Dice Empédocles que no es la sangre ni nuestro aliento mezclado, oh hombres, lo que produce la esencia y principio del alma 181; sino que es el cuerpo el que está modelado a partir de éstos, y es terrestre y mortal. Y por haber venido aquí el alma desde otro lado, él llama eufemísticamente «paseo por fuera» al nacimiento, con el más dulce de los nombres. Pero lo cierto es que ella huye y vaga, expulsada por los decretos y leyes divinas.

453 ARIST., Del alma I 4, 408a: Uno podría objetar contra Empédocles esto: puesto que dice que cada una de las partes [del cuerpo] constituye una cierta proporción, ¿es acaso el alma la proporción, o es alguna otra cosa más que se agrega a las partes? Y además ¿es la Amistad causa de una mezcla cualquiera o de aquella que es proporcionada? ¿constituye ella la proporción misma o es otra cosa más allá de la proporción?

176 Quizás a partir de la paráfrasis final de Clemente pueda reconstruirse el verso siguiente al que, de todos modos, le falta el complemento de «tras haber dejado…». Ver BIGNONE, pág. 491.

177 El sujeto debe ser una divinidad masculina (¿acaso el Odio, Kótos?, BIGNONE, pág. 497). Se alude a la transmigración. El segundo verso es reconstitución de DK.

178 Este fragmento también lo cita Plutarco, suponiendo como sujeto solamente a la Naturaleza. El participio que utiliza Empédocles, peristéllousa, es femenino, a diferencia del texto anterior y, si debiéramos conjeturar un sujeto, podríamos pensar en la Necesidad, que reviste al daímon con un cuerpo.

Hemos escrito en la traducción «la reviste» para que la lectura concuerde con el contexto, en el que se habla del alma, pero en rigor el objeto debe ser el daímon. Si Empédocles utilizo, como dice Porfirio, este mismo vocablo para designar a algo así como el sino y la naturaleza, entonces creemos que la palabra debía tener el sentido de divinidad en general, como en el frag. 59 (donde se alude a los dioses-elementos).

179 La doctrina de la transmigración del alma carecía de una denominación precisa en Grecia clásica. En épocas posteriores se habla de «palingenesia», «metensomatosis» y, mucho más tarde, «metempsícosis». Parece haber surgido en Grecia en modo más o menos repentino, y los testimonios fidedignos de su existencia no van más atrás del siglo v. Heródoto la menciona refiriendo equivocadamente que fue importada de Egipto (II 123; equivocadamente porque los egiptólogos no saben que haya sido sostenida en el valle del Nilo para esa época), y ella esta presente sin mayor margen de dudas en la Ol. II de Píndaro (sobre esto, ver nuestro trabajo «La vida en el más allá según Píndaro, Ol. II», en Actas del IV Simposio Nacional de Estudios Clásicos, Resistencia, l977, págs. 96-104), pero se carece de informaciones antiguas que nos hablen de los términos en que ella habría sido sostenida por Pitágoras, si es que la sostuvo.

La creencia en la transmigración se ha detectado en la historia de la religión y de la filosofía a través de formas muy diversas, y no siempre es necesario considerarla como el peregrinar de un alma o yo sustancial y permanente que va asumiendo distintos cuerpos de animales y humanos como quien se coloca distintos vestidos. Es difícil determinar las características propias de esta doctrina en Empédocles, pero nos inclinamos a pensar que la versión recién parafraseada no se le aplica a él.

El lenguaje que nuestro filósofo emplea en el texto número 450 no nos debe confundir y hacernos considerar al daímon como una entidad sustancial que mora en un cuerpo, pues podría tratarse de una simple imagen poética. Más bien, las resonancias etimológicas del vocablo elegido por Empédocles, daímon, nos llevan a conjeturar que se trata de un «destino», es decir, de la continuidad causal de vidas de vegetales, animales u hombres que marcan el estado inferior de existencia propio del mundo del Odio que ha quebrado la unidad beatífica. Sobre la doctrina en cuestión cf. LONG, A study of the doctrine of metempsychosis in Greece, from Pythagoras to Plato, Princeton, 1948, y nuestro trabajo «La doctrina de la transmigración en Grecia preplatónica», Argos II (1978).

180 Es posible que estas vidas que Empédocles afirma haber asumido ya contengan una referencia a que ha cumplido su ciclo de purgación bajo cada uno de los elementos (subregiones del mundo del Odio, ver nota 170 y frag. 115, 9-12), es decir, las formas humanas representarían al fuego, mientras que luego se alude a seres de la tierra, del aire y del agua respectivamente.

181 Uno de los mayores argumentos elevados por aquellos que sostienen la existencia de una contradicción doctrinaria entre el poema físico y las Purificaciones es el de suponer que la física empedóclea no deja lugar para la transmigración del alma, porque cada ser viviente constituye una combinación efímera de los elementos y no hay ningún «yo» o personalidad consciente que pueda subsistir a la disolución del compuesto, teniendo en cuenta que la conciencia es para Empédocles una función de los elementos mismos. Como se puede ver a partir de lo que expresamos en la nota 179, esta objeción de que no existe un sustrato físico que posibilite la transmigración, se basa en la concepción de dicha doctrina bajo una forma determinada (la asunción de distintos cuerpos por parte de una entidad sustancial permanente) que no tiene por qué haber sido la que Empédocles profesó. De todas maneras, a partir de Conford (en sus conferencias no publicadas y en FRtoPh, págs. 237 y ss.) se buscó dar una solución al problema (pseudoproblema según nosotros) suponiendo que los daímones del frag. 115 no son sino porciones o fragmentos de Amistad que se hallan aprisionados en cada cuerpo y, a la muerte, emigran a otros. Este texto de Plutarco y el siguiente de Aristóteles han sido utilizados, precisamente, como principales testimonios en favor de tal hipótesis, y por ello los incluimos aquí. Reconocemos que es atractivo considerar al daímon como porción de Amistad porque, si aceptamos la identificación que hace Aristóteles del Esfero con la Amistad (texto núm. 306), cada daimon constituiría un fragmento del Esfero y, de ese modo, tendríamos una perfecta coincidencia entre el ciclo cósmico y el del alma. Pero los textos en cuestión no ofrecen ninguna fuerza probatoria: la posibilidad que eleva Aristóteles de que la Amistad constituya «algo más» con respecto a la proporción en que el alma consiste, no deja de ser una elaboración de su propio cuño, y Empédocles ni dice nada de eso.

La hipótesis de Conford fue especialmente desarrollada por O’BRIEN, págs. 325-336, que identifica los daímones del frag. 115 con los del frag. 59 y con los que Plutarco menciona en De tranq. an. 474B, que se hacen cargo del alma del recién nacido y lo acompañan como ángeles guardianes. Kahn, por su parte, expresa que cree que hay derecho a aceptar la hipótesis sin evidencia visto que «la poesía mística de Empédocles coloca problemas irresolubles con el mero análisis textual» (pág. 27).

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 242 a 245.