La experiencia no puede tratar al pensamiento con desprecio si no quiere caer en el espiritismo

[…] Los extremos se tocan, reza un viejo dicho de la sabiduría popular, impregnado de dialéctica. Difícilmente nos equivocaremos, pues, si buscamos el grado más alto de la quimera, la credulidad y la superstición, no precisamente en la tendencia de las ciencias naturales que, como la filosofía alemana de la naturaleza, trata de encuadrar a la fuerza el mundo objetivo en los marcos de su pensamiento subjetivo, sino, por el contrario, en la tendencia opuesta, que, haciendo hincapié en la simple experiencia, trata al pensamiento con soberano desprecio y llega realmente más allá que ninguna otra en la ausencia de pensamiento. Es esta la escuela que reina en Inglaterra. Ya su progenitor, el tan ensalzado Francis Bacon, preconizaba el manejo de su nuevo método empírico, inductivo, mediante el cual se lograría, ante todo, según él, prolongar la vida, rejuvenecerse hasta cierto punto, cambiar la estatura y los rasgos fisionómicos, convertir unos cuerpos en otros, crear nuevas especies y llegar a dominar la atmósfera y provocar tormentas; Bacon se lamenta del abandono en que ha caído esta clase de investigaciones y en su historia natural ofrece recetas para fabricar oro y producir diversos milagros. También Isaac Newton, en los últimos días de su vida, se ocupó de interpretar la revelación de San Juan. No tiene, pues, nada de extraño que, en los últimos años, el empirismo inglés, en la persona de algunos de sus representaes —que no son, por cierto, los peores— parezca entregarse irremediablemente al espiritismo y a las creencias en los espíritus, importadas de Norteamérica.[…]

[…] Creemos que a la luz de lo que ha quedado dicho se revela de un modo bien tangible cuál es el camino más seguro que conduce de las ciencia naturales al misticismo. No es el de la enmarañada teoría de la filosofía de la naturaleza, sino el del más trivial empirismo, que desprecia todo lo que sea teoría y desconfía de todo lo que sea pensamiento. No es la necesidad apriorística la que pretende probar la existencia de los espíritus, sino que son las observaciones empíricas […].

En realidad, nadie puede despreciar impunemente a la dialéctica. Por mucho desdén que se sienta por todo lo que sea pensamiento teórico, no es posible, sin recurri a él, relacionar entre sí dos hechos naturales o penetrar en la relación que entre ellos existe. Lo único que cabe preguntarse es si se piensa acertadamente o no, y no cabe duda que el desdén por la teoría constituye el camino más seguro para pensar de un modo naturalista y, por tanto, falso. Y el pensamiento falso, cuando se le lleva a sus últimas consecuencias, conduce generalmente, según una ley dialéctica ya de antiguo conocida, a lo contrario de su punto de partida. Por donde el desprecio empírico por la dialéctica acarrea el castigo de arrastrar a algunos de los más fríos empíricos a la más necia de todas las supersticiones, al moderno espiritismo. […]

DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA, F. Engels, Editorial Grijalbo, México, 1961, páginas 30, 38 y 39.