Las relaciones amorosas mujer-hombre después de la supresión de la producción capitalista

[…]¿qué sobrevendrá? (con las relaciones amorosas hombre mujer después de la eliminación del capitalismo). Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que no sepan lo que es comprar una mujer con dinero ni con ayuda de ninguna otra fuerza social; una generación de mujeres que no sepan lo que es entregarse a un hombre por miedo a las consecuencias económicas que pudiera acarrear una negativa ni en virtud de otra consideración que no sea un amor real. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!

La aclaración entre paréntesis es mía.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 89.

El progreso histórico del matrimonio se lo debemos, principalmente, a la mujer

Hemos visto cuánta razón tenía Bachofen cuando consideraba que el progreso del matrimonio por grupos al matrimonio por parejas se debió sobre todo a la mujer. Solamente se puede atribuir al hombre el paso del matrimonio sindiásmico a la monogamia, que históricamente ha consistido sobre todo en rebajar la situación de las mujeres y facilitar la infidelidad de los hombres. Por eso, cuando lleguen a desaparecer las consideraciones económicas en virtud de las cuales las mujeres han tenido que aceptar esta infidelidad habitual de los hombres (la preocupación por su propia existencia y todavía más por el porvenir de los hijos), la igualdad alcanzada por la mujer, a juzgar por toda nuestra experiencia anterior, influirá mucho más en el sentido de hacer monógamos a los hombres que en el de hacer poliandras a las mujeres.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 89.

El amor sexual individual (amor) según Engels

Nuestro amor sexual difiere esencialmente del simple deseo sexual, del eros de los antiguos. En primer lugar, supone la reciprocidad en el ser amado. Desde este punto de vista, la mujer es en él igual que el hombre, mientras que en el eros de la Antigüedad se está lejos de consultarla siempre. En segundo lugar, el amor sexual alcanza una intensidad y una duración que hace que ambas partes consideren la falta de relaciones íntimas y la separación como una gran desventura, si no la mayor de todas; para poder ser el uno del otro, no se retrocede ante nada y se llega hasta jugarse la vida, lo cual sólo sucedía en la Antigüedad en caso de adulterio. Y, por último, nace un nuevo criterio moral para juzgar las relaciones sexuales. Ya no se pregunta solamente: ¿son legítimas o ilegítimas?, sino también: ¿son hijas del amor y de un afecto recíproco? Por supuesto, en la práctica feudal o burguesa este criterio no es respetado más que cualquier otro criterio moral, pero tampoco menos; al igual que los restantes, está reconocido sobre el papel. Y, por el momento, no puede pedirse más.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 84.

Cómo poner fin a la prostitución y alcanzar la monogamia del sexo masculino

Podría responderse, no sin fundamento, que lejos de desaparecer (la monogamia, con una revolución socialista), más bien se realizará plenamente a partir de ese momento. Porque con la transformación de los medios de producción en propiedad social desaparecerán también el trabajo asalariado, el proletariado y, por consiguiente, la necesidad de que cierto número de mujeres, estadísticamente calculable, se prostituyan. Desaparece la prostitución, pero la monogamia, en vez de decaer, llega por fin a ser una realidad, también para los hombres.

La aclaración ente paréntesis es mía

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 82.

Cuando los medios de producción sean propiedad común, la familia dejará de ser la unidad económica de la sociedad

Cuando los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica y el cuidado y educación de los hijos se convertirán en un asunto social. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales. Así desaparecerá el temor a “las consecuencias”, que es hoy el más importante motivo social —tanto desde el punto de vista moral como desde el punto de vista económico— que impide a una joven soltera entregarse libremente al hombre a quien ama. ¿No bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres?

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 82.

La monogamia nació de la concentración de riquezas en las mismas manos: las del hombre

La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en las mismas manos —las de un hombre— y del deseo de que solamente sus hijos heredasen dichas riquezas. Por eso era necesaria la monogamia de la esposa, pero no la del marido. Tanto es así, que la monogamia de ella no ha sido óbice para la poligamia descarada u oculta de él.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 82.

La prostitución de la mujer desmoraliza mucho más al sexo masculino que al femenino

[…] hay tres formas principales de matrimonio, que corresponden aproximadamente a los tres estadios fundamentales de la evolución humana. Al salvajismo corresponde el matrimonio por grupos; a la barbarie, el matrimonio sindiásmico; a la civilización, la monogamia con sus complementos, el adulterio y la prostitución. Entre el matrimonio sindiásmico y la monogamia se intercala, en el estadio superior de la barbarie, un período en que los hombres tienen a su disposición a las esclavas y se practica la poligamia. Según ha demostrado todo lo antes expuesto, la peculiaridad del progreso manifestado en esta sucesión de formas de matrimonio consiste en que a las mujeres, pero no a los hombres, se les ha ido quitando más y más la libertad sexual del matrimonio por grupos. En efecto, el matrimonio por grupos sigue existiendo hoy para los hombres. Lo que en la mujer es un crimen de graves consecuencias legales y sociales, se considera muy honroso en el hombre, o a lo sumo como una ligera mancha moral que se lleva con gusto. Pero cuanto más es modificado en nuestra época el antiguo heterismo (relaciones sexuales fuera del matrimonio) por la producción mercantil capitalista, a la cual se adapta, más se transforma en prostitución descarada y más desmoralizadora se hace su influencia. Y a decir verdad, desmoraliza mucho más a los hombres que a las mujeres. Entre ellas, la prostitución sólo degrada a las infelices que caen en sus garras, e incluso a éstas en grado mucho menor de lo que suele creerse. En cambio, envilece el carácter de todo el sexo masculino. Y así, es de advertir que el noventa por ciento de las veces el noviazgo prolongado es una verdadera escuela preparatoria para la infidelidad conyugal.

La aclaración entre paréntesis es mía.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 82.

Reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, y supresión de la familia como unidad económica = liberación de la mujer

[…] La situación no es mejor en lo concerniente a la igualdad jurídica entre hombre y mujer en el matrimonio. Su desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer. En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a las mujeres, era una industria pública y tan necesaria socialmente como la obtención de los víveres por los hombres. Las cosas cambiaron con la familia patriarcal y todavía más con la familia individual monogámica. El gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en servicio privado y la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria moderna le ha abierto de nuevo —aunque sólo a la mujer proletaria— el camino a la producción social. Pero esto se ha hecho de tal suerte que, si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida de la producción social y no puede ingresar nada. Y si quiere tomar parte en la industria social y tener sus propios ingresos, le es imposible cumplir con los deberes familiares. En cualquier tipo de actividad, incluidas la medicina y la abogacía, le ocurre a la mujer lo mismo que en la fábrica. La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica, franca o más o menos disimulada, de la mujer; y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, tiene que alimentar a la familia, por lo menos entre las clases poseedoras, lo que le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. En la familia, el hombre es el burgués y la mujer representa al proletario. […] El […] predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación de la mujer exige, como primera condición, la reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 81.

La libertad de matrimonio no existe entre las clases poseedoras.

[…]nuestros juristas estiman que el progreso de la legislación va quitando a las mujeres cada vez más todo motivo de queja. Los sistemas legislativos de los países civilizados modernos van reconociendo más y más, en primer lugar, que el matrimonio, para tener validez, debe ser un contrato libremente consentido por ambas partes y, en segundo lugar, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben tener los mismos derechos y deberes. Si estas dos condiciones se aplicaran con un espíritu consecuente, las mujeres gozarían de todo lo que les apeteciese.

[…]hasta la ley más avanzada se da enteramente por satisfecha desde el punto y hora en que los interesados han inscrito formalmente en el acta su libre consentimiento. En cuanto a lo que pasa fuera de las bambalinas jurídicas, en la vida real, y en cuanto a cómo se expresa ese consentimiento, no es cosa que inquiete a la ley ni al jurista. Y sin embargo, la más sencilla comparación del derecho de los distintos países debería mostrar al jurisconsulto lo que representa ese libre consentimiento. En los países donde la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna paterna y donde, por consiguiente, no pueden ser desheredados […], los hijos necesitan el consentimiento de los padres para contraer matrimonio. En los países […] donde el consentimiento paterno no es condición legal del matrimonio, los padres gozan también de absoluta libertad de testar y pueden desheredar a su antojo a los hijos. Claro es que, a pesar de ello, e incluso por ello mismo, la libertad para contraer matrimonio no […] (existe) entre las clases que tienen algo que heredar.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 80.

La monogamia, el amor y el matrimonio en la clase proletaria

[…]el amor sexual no es ni puede ser una regla excepto entre las clases oprimidas (en nuestros días, el proletariado)[…]. Pero en este caso también desaparece el fundamento de la monogamia clásica, dado que faltan por completo los bienes de fortuna, para cuya conservación y transmisión por herencia se instituyeron precisamente la monogamia y el dominio del hombre. Por ello faltan también motivos para establecer la supremacía masculina. Es más, faltan hasta los medios de conseguirla […] a causa de la pobreza del obrero[…]. Además, […] desde que la gran industria ha arrancado del hogar a la mujer para arrojarla al mercado de trabajo y a la fábrica, convirtiéndola bastante a menudo en el sostén de la casa, han quedado desprovistos de toda base los últimos restos de la supremacía masculina en el hogar del proletario, excepto, quizás, cierta brutalidad para con sus esposas, muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia. Así pues, la familia del proletario ya no es monogámica en el sentido estricto de la palabra, ni siquiera con el amor más apasionado y la más absoluta fidelidad de los cónyuges y a pesar de todas las bendiciones espirituales y temporales posibles. Por eso, el heterismo (promisciudad sexual, prostitución, etc.) y el adulterio, eternos compañeros de la monogamia, desempeñan aquí un papel casi nulo. La mujer ha reconquistado en la práctica el derecho de divorcio; cuando ya no pueden entenderse, los esposos prefieren separarse. En resumen, el matrimonio proletario es monógamo en el sentido etimológico de la palabra, pero en absoluto lo es en su sentido histórico.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 79.