Según los autores, Aristóteles suele agrupar a pensadores, distantes entre sí en el tiempo, para atribuirles una determinada tesis o idea que, supuestamente, tienen en común

394 (31 B 100) ARIST., De Respir. VII 473a-b: También Empédocles habla de la respiración, sin embargo no pone en claro ni el hecho de cuál sea su finalidad ni tampoco el de si todos los animales respiran o no. Y cuando habla de la respiración por la nariz considera que se está refiriendo al principal tipo de respiración… Y expresa que la inspiración y la espiración se producen a causa de que existen ciertas venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, más angostos que las partículas del cuerpo pero mayores que las del aire. Y puesto que está en la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasladarse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiración, mientras que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la espiración. Compara lo que aquí sucede con las clepsidras:

De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacíos de sangre,
y en sus bocas, abundantes conductos perforan
los últimos extremos de la piel de parte a parte, de tal modo que la sangre
es albergada, al tiempo que se obtiene un libre acceso para el éter.
Entonces, cuando la delicada sangre se retira de allí,
el éter hirviente irrumpe con furiosas olas,
y cuando ella salta fuera, se produce la espiración. Tal como cuando una muchacha
juega con una clepsidra de brillante bronce:
Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo
y la sumerge en la masa de agua plateada que retrocede,
nada de lluvia penetra en el vaso, sino que es apartada
por el volumen de aire que presiona desde dentro sobre los abundantes orificios,
hasta que ella deje de contener la abundante corriente. Entonces, por el contrario,
al retroceder el soplo aéreo penetra una cantidad equivalente de agua.
Del mismo modo, cuando el agua se halla en la profundidad del bronce
estando cubierta la boca o poro por la carne mortal,
el éter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia
controlando su superficie sobre las puertas de la criba estrepitosa,
hasta que ella suelte su mano. Entonces, al revés de lo que antes ocurría,
al avanzar el soplo aéreo una cantidad equivalente de agua emprende la retirada.
Y lo mismo sucede con la delicada sangre que se agita a lo largo de los miembros
cuando volviendo sobre sus pasos se retira al interior,
al punto desciende la corriente de éter, precipitándose en oleadas,
pero cuando aquélla salta hacia afuera, en seguida se expira una cantidad semejante 139.

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

726 (59 A 87) Exc. ASTRON., Cod. Vat. 381: Que la tierra no es cóncava, como piensa Demócrito, ni plana, como Anaxágoras 64.

727 ARIST., Del Cielo III 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 65.

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

730 (59 A 69) [ARIST.], Probl. XVI 8, 914b – 915a: La causa de los fenómenos que suceden en la clepsidra parece ser la que dice Anaxágoras. En efecto, el aire encerrado en ella es causa de que el agua no penetre cuando el tubo está tapado ❬en su abertura superior❭. El aire en sí mismo no es, sin embargo, la causa, pues si se introduce [la clepsidra] en forma inclinada en el agua, habiendo tapado el tubo ❬en su abertura superior❭, el agua entra ❬por los orificios inferiores❭. Por ello no explica adecuadamente cómo [el aire] es causa, bien que, tal como se ha dicho, el aire es causa. Éste, sea impulsado o moviéndose por sí mismo sin ser compelido, se mueve por naturaleza en línea recta, tal como los demás elementos. Si la clepsidra se sumerge en forma inclinada, [el aire], manteniendo su curso recto, es expelido por el agua a través de los orificios opuestos a los [sumergidos] en el agua, y, al irse, el agua ingresa. Si en cambio la clepsidra se sumerge en forma recta en el agua, [el aire] no puede seguir su curso recto porque las partes superiores están obstruidas, y permanece en torno a los primeros orificios, pues no puede comprimirse en sí mismo. Y la prueba de que el aire, cuando no se puede mover, es capaz de excluir al agua, está en lo que sucede en la clepsidra.
En efecto, si se llena el balón [de la clepsidra] y se tapa el tubo ❬en su abertura superior❭, y se da vuelta [la clepsidra] con el tubo hacia abajo, el agua no corre a través del tubo hacia la boca de salida. Y cuando ésta es abierta, el agua no corre inmediatamente a través del tubo, sino sólo un momento después, puesto que no está sobre la boca de salida del tubo, sino que se mueve a través de éste después de que se ha abierto. Si, en cambio, la clepsidra está llena y en posición recta, apenas abierto el tubo, [el agua] pasa a través del colador, por estar en contacto con éste y no estar en contacto con las extremidades del tubo.
El agua, por consiguiente, no entra en la clepsidra, por la causa antes mencionada; pero sale una vez abierto el tubo porque el aire que está en él, al moverse hacia arriba y hacia abajo, provoca un gran vaciamiento del agua en la clepsidra. El agua, entonces, impulsada hacia abajo y deslizándose en forma natural en esa dirección, fluye, predominando por su violencia sobre el aire que está fuera de la clepsidra, aire que se mueve y es igual en fuerza al aire que empuja [desde arriba], pero que es más débil que éste por causa de la resistencia ❬del agua❭, que fluye rápidamente y cada vez con mayor intensidad a través del estrecho tubo hasta caer en el agua. Si el tubo hubiera estado cerrado, la causa de que el agua no corriera es la de que, al entrar en la clepsidra, el agua expelería de ella con violencia al aire. Una prueba de esto es el viento y ruido que se producen en ella.
Al entrar el agua, ❬el aire❭ hace presión con violencia y se precipita en el tubo; y como cuñas de madera o de bronce insertas en la hendidura, permanece así sin otra ligazón, ❬pero salta fácilmente cuando❭ es rechazada desde la [dirección] opuesta, tal como saltan de los leños las clavijas de maderas astilladas. Esto sucede una vez abierto el tubo, por las causas ya mencionadas. Si es por estas causas, es natural que [el agua] no fluya hacia afuera o bien que el aire, soplando con violencia, le impida salir. Y el ruido muestra que el agua es atraída hacia arriba por el aire, como sucede en muchos casos. Pero al ser atraída y por ser continua en si misma, toda el agua permanece bajo la presión del aire, hasta que es expelida nuevamente por éste. Y si al principio permanece quieta, también el resto se comporta así, por ser el agua una y continua 66.

139 La «clepsidra» en cuestión, utilizada por Empédocles como símil de la respiración, no es el reloj de agua del mismo nombre sino un artefacto que se utilizaba para trasvasar líquidos de un recipiente mayor a otro menor. Consistía en un tubo de metal similar al pico de las regaderas de jardín, con un extremo —el más estrecho— descubierto, y el otro cerrado pero perforado con pequeños orificios al modo de una criba. Al sumergir el extremo cribado en un líquido, este no penetra en el tubo en tanto se tape la otra boca con la mano (pues el aire que ocupa el tubo impide la entrada del liquido), pero si se libera la boca superior, entonces penetrará tanto líquido como aire desalojado. Además, si se retira la clepsidra del recipiente cuando ella se ha llenado de líquido, este no caerá por los pequeños orificios en tanto se mantenga tapado el otro extremo. La boca perforada del artefacto equivale a los poros que hay en la piel, la otra salida del tubo equivale a la nariz, el liquido a la sangre existente en los tubos de carne que atraviesan el cuerpo desde la nariz hasta los poros. La sangre palpita en dichos tubos y, cuando se retira hacia los poros, penetra aire por la nariz; en cambio, cuando la sangre abandona los poros, ella ocupa el lugar del aire que es expelido por la nariz. En fin, el movimiento oscilatorio de la sangre determina la inspiración y la espiración: al penetrar aire por la nariz, sale por los poros y viceversa. La agudeza de Empédocles al utilizar este símil es destacable, pero se trata nada más que de una ilustración empírica de un proceso a cuyo conocimiento Empédocles no a arribó —de más esta decirlo— por nada que se parezca a las modernas técnicas científicas de investigación. No vale la pena discutir las anacrónicas observaciones de quienes, como Farrington y Burnet (cf. EGP, página 27), suponen que estamos ante el primer caso de un «experimento científico».
La explicación del símil que hemos dado se basa en la de D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», JHS 77 (1957), 31-34. Ella se basa en considerar que se alude a la respiración a través de todo el cuerpo y no solamente por la nariz, lo que implica afirmar que Aristóteles se habría equivocado al tomar rinõn en el v. 4 como el genitivo plural de rís (nariz), cuando en verdad se trata de la piel (rinós). Una teoría de la respiración por los poros del cuerpo (quizá la misma teoría) puede hallarse en el Timeo platónico (79a-c). N . B. Booth ofrece una interpretación bien distinta del fragmento (cf. «Empedocles’ account of breathing», JHS 80 (1960), 10-15), para lo cual supone —contra Diels y Furley— que el rinõn significa «narices» (por lo cual se estaría hablando sólo de la respiración nasal), que en el v. 2 se habla de lo interior del cuerpo y no de su superficie (la palabra pýmaton es ambigua) y que el aire de la clepsidra simboliza la sangre de la respiración.

64 También a Anaxímenes (tomo I, textos nums. 210 y 213) los doxógrafos atribuyen el haber sostenido que la tierra es plana y que «cabalga» en el aire. Tal verbo (epocheîsthai) hemos sugerido que podría pertenecer textualmente a Anaxímenes (nuestra nota 99 en ese capítulo). Pero si allí se sostenía que para Anaxímenes la tierra tiene forma de tabla (tomo I, texto núm. 211), aquí tenemos que la doxografía atribuye a Anaxágoras haber dicho que tiene forma de tambor (o de tímpano, texto núm. 725, aunque esto podría entrar en conflicto con la afirmación, repetida, de que la tierra es plana). De ser así, la forma sería cilíndrica, como dicen los doxógrafos que lo era para Anaximandro (tomo I, textos núms. 158 a 160), y lo que es plano, es la superficie.

65 En sus típicas agrupaciones de pensadores para atribuir una tesis, Aristóteles endosa una idea compleja o un complejo de ideas —como se prefiera— a tres pensadores notoriamente distantes entre sí en el tiempo. Ya se ha dicho que, aun cuando no haya sido discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras puede haber seguido algunas de las líneas de su cosmología. Aquí tal vez lo único que parece corresponder a Anaxímenes es la idea de la superficie plana de la tierra, en lo cual coincidiría con Anaxágoras —aun dando formas distintas a la tierra, ver nota 64—, y posiblemente dejando lo de que «es la causa de su estabilidad» como una explicación que introduce Aristóteles. Véase nota 100 a Anaxímenes. Lo que es dable advertir aquí, como en los tres textos siguientes, es la idea de una presión del aire: lo que denominaríamos presión atmosférica. Presión, en todo caso, y por eso da el ejemplo de la clepsidra. Ver texto núm. 730 y nota 66.

66 La clepsidra mencionada aquí no es un «reloj de agua» sino una pequeña vasija, empleada habitualmente para transvasar líquidos, y que Anaxágoras ha utilizado para hacer experimentos que comprobaran la presión que ejerce el aire, cuya consistencia es ignorada por el común de las gentes hasta el punto de creer que es «vacío».
Cf. fr. 100 de Empédocles (texto núm. 394 en este volumen) y respectiva nota 139. La mayoría de los estudios respecto del funcionamiento y experimentos realizados con la clepsidra en la época griega clásica se refieren a Empédocles. Entre otros, cf. GUTHRIE, II, págs. 224-226, D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», ensayo de 1957 reimpreso en SPP II, con un «Postscript july 1971», en que se refiere brevemente a seis estudios aparecidos entre su propio artículo y su inclusión en SPP II. Como se sostiene en los estudios que hemos citado, no cabe hablar de un experimento de Empédocles, sino de un símil con el proceso de respiración. El texto pseudo-aristotélico de los Problemas, que refiere sin duda experimentos de Anaxágoras, ha merecido menor atención por parte de los estudiosos. El opúsculo de GERSHENSON y GREENBERG, Anaxagoras and the Birth of Scientific Method, pretende, por el contrario, darle su significación científica a los experimentos de Anaxágoras con la clepsidra. Lamentablemente, en este punto como en otros de la obra del clazomenio, ni hay referencia a los textos que pueden servir de apoyo, ni se ve que se siga con fidelidad a esos textos (lo que sugiere un empleo indirecto y parcial de los mismos). Así dichos autores solo hablan de sumergir la clepsidra (en rigor, dicen erróneamente «un reloj de agua», «un simple instrumento destinado a medir el tiempo», pág. 40; pero en ello pueden haber sido influidos por la Oxford’s Translation dirigida por Ross, tomo VII, donde también E. S. Forster traduce «Water-clock» la palabra klepsýdra en el texto que comentamos; a pesar de LSJ, primera acepción) «verticalmente» en el agua, y aluden sólo a estas situaciones: en una se colocaba un tapón en su boca superior de salida, estando vacío el interior de la clepsidra: no obstante, no ingresaba agua por los orificios inferiores, debido a que el aire ejercía presión desde el interior de la clepsidra (hemos usado las palabras de Gershenson y Greenberg, en el sentido de que se sumergía la «clepsidra vacía», y luego la conclusión anaxagórea que contradecía la frase anterior, al explicar que lo que impedía el ingreso del agua era «el aire dentro de la clepsidra»; lo que muestra que los autores en cuestión hablan como «el común de las gentes», al llamar «vacío» al «aire»; si bien entendemos que su intención en la primera frase es la de que la clepsidra está vacía de agua). En seguida, los autores hablan de otra situación, pero dividida en dos: la clepsidra está ahora llena de agua, y no es sumergida, pero en un caso, está puesto el tapón y el agua no sale por abajo; en el otro se saca el tapón y el agua fluye.
Si el lector revisa el texto pseudo-aristotélico, hallará que eso sólo es parte —mal transcrita— de lo que allí se describe, por más que haya que convenir que es de difícil lectura. Para facilitarla, describiremos primero la clepsidra que allí se usa, de acuerdo con THALHEIM (RE, XI, 1922, cols. 807-808) y lo inferimos de la lectura del texto. La clepsidra es una vasija pequeña, en la que podríamos distinguir dos partes: un balón, en cuya base hay orificios que forman una suerte de «colador» como se lo denomina en el mismo texto; y un tubo que hacía las veces de un «asa de forma semicircular» y «estaba en conexión por ambos lados con el interior de la vasija y tenía en su punto superior una abertura que se podía cerrar fácilmente con el pulgar» (Thalheim). Así podía sumergirse en un tonel de vino, llenar el balón, tapar con el dedo la abertura superior y llevarla hasta una jarra, donde se sacaba el dedo —o sea, se la destapaba- y el vino caía por abajo. En el primer caso que presenta el texto pseudo-aristotélico, se sumerge la clepsidra en forma inclinada (o bien, oblicuamente, como se prefiera), caso que no es contemplado en la descripción de Gershenson y Greenberg, y que es contrapuesto a la inmersión en forma recta. En el primer caso, al sumergirse en forma inclinada en el agua, hay orificios del «colador» que permanecen fuera del agua, y permiten que salga el aire que es expulsado por el agua que entra por los «orificios opuestos», que están sumergidos en el agua. Si se sumerge en forma recta, en cambio, el aire no puede salir (ni el agua entrar). En estos dos primeros casos el tubo está tapado. El experimento del balón lleno también presenta un aspecto que no describen los autores mencionados: la clepsidra se invierte, esto es, el balón queda arriba y el tubo abajo. El hecho de que, mientras la boca de salida esté tapada, el agua permanece en el balón sin correr a través del tubo, y que, cuando se destape aquélla, el agua no corra inmediatamente hacia la boca de salida, supone precisamente que el tubo,como en la descripción de Thalheim, sea un asa o argolla unida por ambos extremos a la parte superior del balón. Se trata de un espacio en el cual, aun cuando se llena de líquido el balón, el aire frena el paso del líquido. En la posición en que la clepsidra es invertida, la presión del liquido es mayor, pero mientras no se saque el dedo o el tapón, se mantiene la presión del aire, que cede al destaparse el tubo, lo cual permite que fluya el agua, aunque no inmediatamente. En la posición recta, en cambio (la única considerada por los dos autores mencionados, cuando se quita el tapón el agua sale inmediatamente por los orificios inferiores que constituyen el «colador». Aquí tampoco está sumergida en agua la clepsidra, y al destaparse el tubo se produce un «gran vaciamiento del agua» (no aceptamos la enmienda propuesta por Forster, kínesis, «movimiento», en lugar de kénosis, «vaciamiento») dentro de la clepsidra. En este caso, entre el aire encerrado en el tubo y que es destapado, y el agua que cae a través del «colador» pueden más, naturalmente, que la presión del aire externo a la clepsidra. En todo el pasaje, pues, se aprecia aquello a lo que ya en los dos textos anteriores (núms. 728 y 729) Antóteles se ha referido: la negación del vacío por Anaxágoras y la afirmación de éste de que muchos se equivocan al hablar, y denominan «vacío» al aire (como Gershenson y Greenberg). Pero lo principal es demostrar la fuerza o presión que ejerce el aire, aun cuando no existiera un concepto de «presión atmosférica», que puede justificar la aserción de que el aire sirva de soporte a la tierra (texto núm. 725).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 214 a 216 y 358 a 365

158 (12 A 10) Ps. PLUT., 2: En cuanto a la forma, la tierra es cilíndrica, y su espesor es un tercio de su ancho.

159 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 3; Su forma [esto es, la de la tierra], es anular, redonda, semejante a una columna de piedra; en una de sus superficies planas estamos situados, pues hay otra antípoda.

160 (12 A 25) AECIO, III 10, 2: Anaximandro dice que la tierra es similar a una columna de piedra 74.

210 (13 A 6) Ps. PLUT., 3: El aire, al comprimirse, genera primeramente la tierra, de la cual dice que es completamente plana 98 y, también por la misma razón, cabalga en el aire 99.

211 (13 A 20) AECIO, III 10, 3: Anaxímenes dice que la tierra tiene forma de tabla.

212 (13 a 6) ARIST., Del Cielo II 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para m u
verse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 100.

213 (13 A 20) AECIO, III 15, 18: Anaxímenes dice que la tierra cabalga en el aire por causa de lo plano [de su superficie].

74 La expresión «semejante a una columna de piedra» tiene visos de ser textual, y ha de ser posiblemente la que más tarde ha sido sustituida por «cilíndrica» (de forma).

98 La generación de la tierra directamente del agua no es contradictoria con otros testimonios que mencionan pasos diversos en el proceso de condensación (viento, nube, agua) del aire antes de llegar a ser tierra, pues aquí no se habla de la tierra como «elemento» o una «cosa como el «agua», «viento», etc., sino de la tierra que habitamos, como se ve por la referencia a su superficie plana y al «cabalgar en el aire».
Por lo tanto, no hay tal «dificultad mayor» como la que ve MADD., lonici, págs. 186 sigs. Y se nos antoja que el verbo «comprimirse» no tiene aquí el mismo significado que «condensarse».

99 Traducimos epocheîsthai por .«cabalgar» (si bien también podría decirse «sostenerse», pero la otra acepción parece más arcaica), y por su índole puede ser textual de Anaxímenes.

100 Que la tierra sea plana y tenga forma de tabla implica un retroceso de Anaxímenes frente a la tierra cilíndrica que concebía Anaximandro. Pero por lo demás Aristóteles intenta una explicación probablemente incorrecta del «cabalgar» de la tierra en el aire, asimilando a Anaxímenes en una explicación que los doxógrafos atribuyen a Anaxágoras (y él mismo lo menciona).
Cf. 59 A 42, donde se usa el mismo verbo epocheîsthai que vimos en nota 99, y que puede ser fuente del malentendido. Kirk objeta que «para Anaxímenes el aire circundante era absolutamente ilimitado», aunque no es bueno usar terminología aristotélica para objetar a Aristóteles. De todos modos, si el «aire» es lo «divino», y fuerza generadora de lo demás, no es lícito tomarlo aquí como «encerrado» como el agua en una clepsidra.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 120, 137 y 138.