Según los autores, en la mezcla primigenia de Anaxágoras, cuando todas las cosas estaban juntas, el aire y el éter, eran las más grandes y las demás las pequeñas, además, son iguales en cantidad a las cosas que hay en todo porque tanto unas como otras son infinitas

181 (30 B 7) SIMPL., Fís. 40, 91-12 y 112, 6-15 64: Y Meliso demostró que ello [el ser] es inmóvil por el mismo motivo de que es necesario que si el ser se mueve, haya algún vacío del ser hacia el cual pueda desplazarse; pero demostró previamente que el vacío no es posible. Dice así en su propio escrito: (7) «Y no hay ningún vacío 65, porque el vacío no es nada: ¡y la nada no podría ser! Tampoco [lo que es] se mueve: no tendría lugar alguno donde desplazarse, pues es un pleno. Si hubiese el vacío, podría desplazarse en el vacío; pero, puesto que el vacío no es, no tiene donde desplazarse. 359(8) Tampoco podría ser denso o raro. No es factible que lo raro sea pleno de manera semejante a lo denso, sino que lo raro precisamente resulta más vacío que lo denso 66. (9) Entre lo pleno y lo no pleno hay que hacer esta distinción: si algo hace lugar a algo o lo acoge, no es pleno; si, en cambio, ni hace lugar ni lo acoge, es pleno. (10) En consecuencia, es necesario que sea un pleno, si el vacío no es. Y si, por tanto, es un pleno, no se mueve».

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna, tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto , ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

667 (59 A 47) ARIST., Met. I 4, 985a: Anaxágoras se sirve del intelecto como de una máquina teatral para la formación del cosmos; y cuando se halla en dificultades [para explicar] la causa de algo que existe necesariamente, lo empuja [para que intervenga]; pero en todos los demás casos aduce, antes que el intelecto, cualquier causa de las cosas que se generan 23.

674 (59 B 10) Esc. a GREG., XXXVI 911: Anaxágoras, tras admitir la doctrina de que nada se genera de la nada, suprime la generación e introduce la división en lugar de la generación. En efecto, absurdamente dice que todas las cosas están mezcladas entre sí y se dividen al crecer. También en la misma semilla hay pelos, uñas, venas, arterias, nervios y huesos, y resultan invisibles por la pequeñez de las partes; pero al crecer, poco a poco, se dividen. «En efecto», dice, «¿cómo se generaría pelo de [lo que] no es pelo, y carne de [lo que] no es carne?».

676 SIMPL., Fís. 156, 1-9: Y poco después [añade]: «Dada esta situación, se debe creer que hay muchas cosas y muy variadas en todas las que se han compuesto, y semillas de todas las cosas, poseedoras de variados aspectos, colores y aromas. Ahora bien, antes de que se separaran», dice, «cuando todas las cosas estaban juntas, tampoco era manifiesto ningún color. Lo impedía, en efecto, la mezcla de todas las cosas, tanto de lo húmedo como de lo seco, y de lo caliente como de lo frío, y de lo brillante como de lo oscuro; y había allí mucha tierra y semillas infinitas en cantidad, en nada parecidas entre sí. En efecto, tampoco ninguna de las demás cosas en nada se parecía a la otra» 30.

677 (59 B 1) SIMPL., Fís. 155, 23-30: Que Anaxágoras afirma que de una mezcla única se separan las homeomerías, infinitas en número y existentes todas en todo, caracterizándose cada una según lo que en ella prevalece, es patente por lo que dice al comienzo del libro I de la Física 31: «Todas las cosas estaban juntas, infinitas tanto en cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era infinito. Y cuando todas las cosas estaban juntas, nada era manifiesto, a causa de la pequeñez. El aire y el éter sujetaban a todas las cosas, por ser ambos infinitos; en efecto, tales son las cosas más grandes que hay en el conjunto, tanto en cantidad como en tamaño» 32.

686 (59 B 17) SIMPL., Fís. 163, 18-24: Pero claramente dice Anaxágoras en el libro I de la Física que nacer y perecer son componerse y dividirse, cuando escribe de este modo: «Los griegos no consideran rectamente ni el nacer ni el perecer. Pues ninguna cosa nace ni perece sino que, a partir de las cosas que existen 41, hay combinación y separación. De modo que, [para hablar] correctamente, deberían llamar al nacer combinarse y al perecer separarse 42».

688 (59 A 41) SIMPL., Fís. 26, 31-27, 11: Entre los que afirman que los principios son infinitos en cantidad, unos dicen que son simples y homogéneos, otros que son compuestos, heterogéneos y contrarios, caracterizándose según lo prevaleciente. Anaxágoras de Clazómenas, hijo de Hegesibulo, tras haber compartido la filosofía de Anaxímenes, fue el primero en transformar las doctrinas concernientes a los principios, y completó la causa que faltaba, considerando infinitos los principios corpóreos. En efecto, todas las homeomerías, como agua, fuego u oro, son inengendradas e indestructibles, pero parecen nacer y perecer sólo debido a la composición y a la división: todas las cosas están en todas, pero cada una caracterizada según lo prevaleciente en ella. En efecto, parece oro aquello en lo cual hay mucho de oro, aunque también estaban dentro de él todas las cosas. Dice, en efecto, Anaxágoras que «en todo hay parte de todo» y que «cada cosa es y era manifiestamente aquello de lo que más poseía» 44.

689 (59 A 45) ARIST., Fís. III 4, 203a: Los que sostienen que los principios son infinitos, como Anaxágoras y Demócrito [piensan en la generación de las cosas] a partir de las cosas homeómeras, uno; el otro, a partir de la aglomeración de «semillas» 45 de [diversas] formas, y dicen que lo infinito es continuo por contacto. Además Anaxágoras dice que cualquiera de las partes es una mezcla similar al todo. De ahí parece haber dicho que alguna vez todas las cosas estaban juntas: por ejemplo, esta carne, este hueso y así con cualquier otra cosa; por lo tanto todas las cosas y al mismo tiempo.

690 (59 A 45) SIMPL., Fís. 460, 19-28: Por eso dice que todas las cosas están mezcladas en todas, y que la generación se produce por separación. Con respecto a esto, induce a pensar que tal vez también ciertas cosas subsisten cuando otras se generan de ellas, como el fuego a partir de la piedra, y el aire a partir del agua en ebullición. Al ver que de cada una de las cosas ahora separadas, todas las cosas se distinguen, tal como del pan la carne, huesos. etc., como si todas estuvieran en ellas y mezcladas antes de que fueran separadas. Por lo cual comienza así su libro: «Todas las cosas juntas», de modo que «cualquier cosa», como este pan, esta carne y este hueso «es una mezcla similar al todo».

693 (59 A 53) SIMPL., Fís. 461, 20-23: Por ello dice Anaxágoras que no se puede dividir todo; la división, en efecto, no es un completo desmenuzamiento. No es posible, pues, el procedimiento de separar el color o todas las cualidades y los estados de los sujetos 46.

694 (59 B 3 ) SIMPL., Fís., 164, 16-20: También [dice Anaxágoras] que ni lo mínimo ni lo máximo están en los principios: «Pues no sólo en lo que concierne a lo pequeño existe lo mínimo, puesto que siempre [habrá algo] menor —ya que el ente no puede no existir— sino también en lo que concierne a lo grande existe siempre algo mayor. Y es igual a lo pequeño en cantidad; pero en relación consigo misma, cada cosa es tanto grande como pequeña» 47.

695 (59 B 6) SIMPL., Fís. 164, 25-165, 1: Y en otro lugar dice: «Y dado que las partes de lo grande y de lo pequeño son iguales en cantidad, así también deben estar todas las cosas en todo. Y no se puede existir separadamente, sino que todas las cosas participan en una porción de todo. Puesto que no puede existir lo mínimo, no podría estar separado ni llegar a ser en sí mismo, sino, como al principio, también ahora existen todas las cosas juntas. En todas las cosas hay muchas cosas, iguales en cantidad en las más grandes y en las más pequeñas de las que se separaron» 48.

696 (59 B 8) SMPL., Fís. 176, 29 y 175, 13-14: «No están separadas las cosas entre sí en el único mundo, ni cortadas como con un hacha; ni lo caliente a partir de lo frío, ni lo frío a partir de lo caliente».

697 (59 B 11) SIMPL., Fís. 164, 22-24: Y dice claramente que «en todo hay parte de todo, excepto del intelecto, pero en algunas hay también intelecto».

698 (59 B 12) SIMPL., Fís. 157, 1-4: «pero por completo nada se separa ni se divide una cosa de la otra, excepción hecha del intelecto. Y el intelecto es todo homogéneo, tanto el mayor como el menor. Pero de lo demás nada es semejante a nada, sino que cada cosa es y era manifiestamente aquello de lo que más hay» 49.

703 (59 B 12) SIMPL., Fís. 156, 13-157, 1: Y acerca del intelecto ha escrito lo siguiente: «El intelecto es infinito, autónomo y no está mezclado con cosa alguna, sino que está solo en sí mismo. En efecto, si no existiese por sí mismo, sino mezclado con cualquier otra cosa, estaría mezclado con todas las cosas, si estuviera mezclado con alguna. Pues en todo hay una porción de todo, como ya lo he dicho antes; y las cosas mezcladas le impedirían prevalecer sobre ninguna cosa de un modo similar al [que lo hace] en tanto existe sólo
por sí mismo. Pues es la más sutil y pura de todas las cosas, y cuenta con pleno conocimiento y tiene la mayor fuerza. Y cuantas poseen alma, las más grandes y las más pequeñas, a todas domina el intelecto. Y el intelecto dominó la rotación del conjunto, de modo que rotase al principio. Y primeramente comenzó a rotar desde lo pequeño, y rota más, y rotará más aún. Y las cosas que estaban mezcladas y que se separan y se dividen, a todas las conoce el intelecto. Y cuantas cosas estaban a punto de ser y cuantas eran, que ahora no son, y cuantas ahora no son y cuantas serán, a todas el intelecto las ordenó cósmicamente, y a esta rotación, en la que rotan ahora los astros, tanto el sol como la luna, y también el aire y el éter que se separan esta rotación misma hizo que se separaran: y se separa de lo raro lo denso, y de lo frío lo caliente, y de lo oscuro lo brillante, y de lo húmedo lo seco» 52.

715 (59 B 2 ) SIMPL., Fís. 155, 30-156, 1: Y poco después dice: «Y en efecto, tanto el aire como el éter se separan de la multiplicidad abarcante, y lo abarcante es infinito en cantidad» 58.

716 (59 B 14) SMPL., Fís. 157, 7-8: «El intelecto, que existe siempre, y ahora también allí donde existen todas las demás cosas, en la multiplicidad abarcante».

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

788 SIMPL., Fís. 34, 28-35, 13: En efecto, poco después del inicio del libro I del Sobre la naturaleza, Anaxágoras dice lo siguiente: «Dada esta situación, se debe creer que hay muchas cosas y muy variadas en todas las que se han compuesto, y semillas de todas las cosas, poseedoras de variados aspectos, colores y aromas. Y se estructuraron hombres y todos los demás seres vivos que cuentan con alma. Y estos hombres tienen ciudades pobladas y campos cultivados, como entre nosotros, y hay para ellos también sol y luna y demás [astros], como entre nosotros, y la tierra les produce muchas cosas y muy variadas, las más útiles de las cuales las almacenan en sus casas y las usan. Esto, por consiguiente, lo he dicho respecto de la separación, porque la separación se produce no sólo como entre nosotros, sino también en otras [partes]». Tal vez a algunos les parecerá que no se refiere a la inteligible separación originaria, sino a la comparación de nuestra morada con respecto a otros lugares de la tierra. Pero con respecto a otros lugares no diría que «hay para ellos también sol y luna y demás [astros], como entre nosotros», ni habría llamado «semillas de todas las cosas, [poseedoras de variados] aspectos» a las que haya allí 84.

789 SIMPL., Fís. 157, 9-24: No obstante, tras decir que «hay muchas cosas y muy variadas en todas las que se han compuesto, y semillas de todas las cosas, poseedoras de variados aspectos, colores y aromas. Y se estructuraron hombres y todos los demás seres vivos que cuentan con alma», añade: «Y estos hombres tienen ciudades constituidas 85 y campos cultivados, como entre nosotros, y hay para ellos también sol y luna y demás [astros], como entre nosotros, y la tierra les produce muchas cosas y muy variadas, las más útiles de las cuales las almacenan en sus casas y la usan». Y que alude indirectamente a otro ordenamiento cósmico 86 que el [producido] entre nosotros, lo patentiza la [frase] «como entre nosotros», dicha más de una vez. Y que no piensa en aquel [otro ordenamiento cósmico como si fuera uno] sensible que haya precedido a éste en el tiempo, lo muestra la [frase] «las más útiles de las cuales las almacenan en sus casas y las usan». En efecto, no dice «usaron» sino «usan». Ni tampoco dice que hay ahora otras moradas dispuestas similarmente a las nuestras. En efecto, no dice «el sol y la luna existen entre aquéllos como entre nosotros», sino «sol y luna, como entre nosotros», como si hablase de otros [astros, como sol, luna, etc.]. Pero si estas cosas son así o de otro modo, merece que se lo investigue 87.

791 (59 A 6 3 ) AECIO, II 1, 2: Tales… Anaxágoras, Platón, Aristóteles y Zenón dicen que hay un solo mundo.

839 (59 B 4) SIMPL., Fís. 34, 29-35, 9 y 34, 21-26: Dada esta situación, se debe creer que hay muchas cosas y muy variadas en todas las que se han compuesto, y semillas de todas las cosas, poseedoras de variados aspectos, colores y aromas. Y se estructuraron hombres y todos los demás seres vivos que cuentan con alma. Y estos hombres tienen ciudades pobladas y campos cultivados, como entre nosotros, y hay para ellos también sol y luna y demás [astros], como entre nosotros, y la tierra les produce muchas cosas y muy variadas, las más útiles de las cuales las almacenan en sus casas y las usan. Esto, por consiguiente, lo he dicho respecto de la separación, porque la separación se produce no sólo como entre nosotros, sino también en otras [partes].
Ahora bien, antes de que se separaran, cuando todas las cosas estaban juntas, tampoco era manifiesto ningún color. Lo impedía, en efecto, la mezcla de todas las cosas, tanto de lo húmedo como de lo seco, y de lo caliente como de lo frío, y de lo brillante como de lo oscuro; y había allí mucha tierra y semillas infinitas en cantidad, en nada parecidas entre sí. En efecto, tampoco ninguna de las demás cosas en nada se parecía a la otra. Y dada esta situación, se debe creer que todas las cosas estaban en el conjunto 103.

NOTAS AL TEXTO 181 (DE MELISO DE SAMOS)

64 Este texto contiene los parágrafos 7-10 del fr. 7, al cual, adjudicándole el n.° 6 Covotti lo constituyó como una unidad (219-221). SOLMSEN (págs. 228-9 del art. cit. en n 54) sugiere su división por lo menos en dos partes: 7, 2-6 y 7, 7-10, en razón de la introducción de una nueva cuestión en 7, 7. En efecto, así estaba ya separado en las anteriores divisiones y numeraciones de los fragmentos hechas por Brandis y Mullach. Simpl., por lo demás, cita estos parágrafos, con excepción del 8, en forma independiente en Fís. 40, 12-15, 18-21 y 80, 7-10 y 11-14. Puede ser ello también un índice de que efectivamente constituyen un bloque susceptible de ser escindido del resto.

65 La palabra vacío (kenón) no aparece en el poema de Parménides. El término designa tanto lo que podrIamos llamar el vacio interno como el externo. No debe pensarse necesariamente que Meliso esté aquí polemizando con los atomistas; es probable —aunque no fácil de precisar— que tenga como referencia algunas doctrinas pitagóricas que si bien podemos suponer que no coincidirían exactamente con las que nos describe ARIST. (por ej., Fís. 213b 22 y ss.) —y que son posteriores— no dejarían, sin embargo, de tener vinculación con estas últimas y de contener elementos que han sido después desarrollados y sistematizados (ver CH. H. KAHN, «Pythagorean philosophy before Plato», en The Pre-Socratics, ed. por A. P. D. MOURELATOS, Nueva York, 1974, págs. 161-185, especialmente 183-185). Ver, también, lo que indica Raven acerca del conocimiento que se puede presuponer que tenía Meliso del pitagorismo de la época (págs. 79-82).
En cuanto al movimiento, Parmenides se refiere a él en tres lugares de su poema, todos pertenecientes al fr. 8, versos 3-4, 26-33 y 36-41 . El movimiento es rechazado en todos los casos por una sola razón: porque es una forma de cambio que implica un proceso y el ser parmenídeo es perfecto, contenido en sus limites y exento de generación y corrupción. El argumento de la imposibilidad del movimiento debido a la inexistencia del vacío se halla sólo en Meliso. Desde luego, tiene importancia también en la medida en que pueda haber influido en Leucipo. Acerca del argumento y sus implicaciones, ver G. S. KIRK Y M. STOKES, «Pamenides’ Refutation of Motion», en Phr. (1960), 1-14, y, en contra, P. J. BICKNELL, «Parmenides’ Refutation of Motion and an Implication», en Phr. (1967), 1-5.

66 La alusión es a Anaxímenes.
En razón de la cronologla que establecimos para Meliso (ver n. 4), no podemos aceptar que se trate de una polémica contra Diógenes de Apolonia, como sostienen H. DILLER, «Die philosophiegeschichtliche Stellung des D. von Apollonia», en Hermes (1941), 359-381, espec. 366 y ss., y a partir de él, GHTURIE, II, pág. 115, y J. KERSCHENSTEINER, Kosmos, Munich, 1962, pág. 187. Ver n. 56.

NOTAS A LOS TEXTOS 665 EN ADELANTE (DE ANAXÁGORAS DE CLAZÓMENAS)

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

23 La expresión —hoy bastante habitual— deus ex machina proviene de la referencia aristotélica al ingreso artificial (dos veces artificial: una, por el artificio mecánico que se empleaba para introducir al dios; otra, por quebrar la secuencia natural de los acontecimientos) de los dioses en las tragedias griegas, para solucionar los conflictos al imponer sus decisiones. En el caso presente, la situación resulta paradójica; aunque Aristóteles critica lo mismo que Platón, añade la mención de la incongruencia de que, en el libro de Anaxágoras, el desarrollo mecánico es el natural, y la intervención del intelecto parece artificial.

30 La descripción que se hace aquí —una cita probablemente textual, aunque el orden del pasaje no sea exactamente el original— nos muestra «semillas… de variados aspectos, colores y aromas», y por ende poco conciliables con el concepto de cuerpo «homeómero», contra lo que pensaba Aristóteles. Y en ese sentido, parece estar más cercano del texto de Anaxágoras el autor del texto núm. 674, cuando nos dice que en cada semilla hay mezcla de diversas cosas, aunque aquél ejemplifique con pelos, uñas, etc. —que parecen haber sido los ejemplos del fr. 10— y aquí nos hallemos con los estados húmedo y seco, caliente y frío, brillante y oscuro. Más concretamente, se nos dice aquí que hay una mezcla de todas las cosas.
El texto completo —según DK— del fr. 4 lo presentamos en la serie respectiva, bajo el núm. 839. Precisamente el presente pasaje, que abarca el comienzo y el final de ese texto, permite conjeturar el orden que allí se reconstruye. Aquí posiblemente se ha suprimido el extenso pasaje intermedio —referido a hombres que habitan en otras «partes», cuyo tratamiento por Simplicio lo hallará el lector en los textos núms. 788 y 789 —porque presenta un problema aparte. El lenguaje es impreciso, o acaso deliberadamente graduado, ya que primero se nos dice que «hay muchas cosas y muy variadas» (cosas simples, dentro de las compuestas) y luego se añade «y semillas de todas las cosas, poseedoras de variados aspectos»; pero al retrotraerse al estadio inicial («antes de que se separaran»), al hablar de «la mezcla de todas las cosas» nos dice que allí había «semillas infinitas en cantidad». Por de pronto, cabe advertir que, tanto en el estado primigenio («antes de que se separaran, cuando todas las cosas estaban juntas») como en el actual («hay muchas cosas»), se menciona la existencia de semillas. En el fr. 1 (ver texto siguiente. núm. 677, donde Simplicio entiende que se habla de «homeomerías») se dice que las cosas que estaban juntas eran infinitas en cantidad. Ahora si había infinitas cosas e infinitas semillas (infinitas en cantidad, en ambos casos), no puedo entender la cosa de otro modo que éste: cosas y semillas denotan en el fr. 4 (segunda parte, la relacionada con el fr. 1, o sea, con el estadio primigenio) una misma realidad; la diferencia radicaría sólo en la proyección de futuro que implica la segunda palabra, «semilla». Por eso discrepamos de VLASTOS, «Phys. Th.», páginas 324 y 343, n. 12, cuando pretende que dicho vocablo es introducido por Anaxágoras «como un concepto preciso y técnico», y rechaza la acepción «metafórica» en que LSJ (spérma 2) encasilla el uso anaxagóreo con el de Od. V 490, y PÍNDARO, Pít. III 37, Ol. VI1 48 (de todas maneras, VLASTOS, íd., pág. 343, n. 16, acepta que en los frs. 1, 4, y 12 la palabra «cosas» —chrēmata— puede designar tanto «cualidades» como «semillas» o ambas a la vez). Vlastos ve un uso cosmológico similar al biológico, que ciertamente tampoco era aún demasiado técnico. Según se leerá en textos como los núms. 688 y 690, cada cosa tiene una porción de todas, de modo que, si al comienzo estaban todas mezcladas (formando esa especie de unidad amorfa que llama «mezcla», sýmmixis), ahora en cada una sigue habiendo una mezcla o combinación de todas. Naturalmente, la diferencia es la que media —gracias al intelecto— entre la confusión que impedía distinguir nada, y la ordenación cósmica. El que siga habiendo «semillas de todas las cosas» indica que continuarán generándose, o mejor, combinándose las cosas (ver notas 41 y 42 al fr. 17).

31 Véase el final de nuestra nota 19.

32 Sobre el papel del aire y del éter ver nota 58. La que puede anotarse aquí es que son consideradas «cosas» en cierto modo distintas de las mezcladas, aunque ligadas a éstas en cuanto debían contenerlas, sujetarlas circundándolas (fr. 2). En ese conjunto en que el aire y el éter operan a modo de contención, son las cosas más grandes «tanto en cantidad como en tamaño». Esto último es difícil descifrar: ¿en cantidad de qué? Hablar de partículas resulta insostenible; lo más probable es que sea una expresión de redundancia enfática.
Coling STRANG, en un artículo de 1963 («The Physical Theory of Anaxagoras») incluido en SPP II, pág. 376, propone una traducción tan original como extravagante de los vocablos plēthos y mégethos («cantidad» y «tamaño», tradujimos): «volumen» y «espesor», respectivamente.

41 Hemos subrayado la palabra cosa (chrêma) por constituir la verdadera unidad simple donde Aristóteles podría haber hallado el «elemento» (aunque no lo sea en el sentido aristotélico estricto, ya que hay infinidad de cosas, de variados aspectos, etc.) del cual se componen todos los seres.
Como hemos dicho en la Introducción, el uso de chrêma es especialmente significativo en el plural, donde puede prescindirse de ella y bastarse con el artículo o adjetivo en forma neutra. Y en el texto que el lector tiene delante de sí, esta presencia es doblemente importante, ya que, en todo caso, con mayor frecuencia, era usado tà ónta, «las cosas», que, por su derivación del verbo «ser» o «existir», pasa paulatinamente —tras Parménides y culminando con Aristóteles— a significar «entes» o «cosas que son» o «cosas que existen». Pues bien, en el fr. 17 se dice que, para que haya generación (o muerte) debe haber combinación (o división) «a partir de las cosas que existen», donde encontramos el plural chrémata calificado, por así decirlo, por ónta (en jonio eónta). Esto parecería implicar que son las cosas por antonomasia, las que están en ese continuo presente en el que se amparaba el ente parmenídeo, en contraste con las cosas «compuestas», que nacen a partir de aquéllas y mueren dividiéndose en aquéllas.

42 Obsérvese como Anaxágoras, al igual que antes Heráclito y Parménides (ver tomo I, textos núms. 650 y 910 —entre otros—, respectivamente), contrapone su propio juicio verdadero al erróneo de los hombres en general.

44 El final de este texto contiene precisamente el final del fr. 12 (cf. texto núm. 698), y exhibe las causas de la individuación.
Sobre el significado primitivo del vocablo moîra («parte» o «porción» que es asignada a cada uno, cf. CORNFORD, FtP, págs. 15 y ss.). CORNFORD, «Matter», p4g. 275, no sabe cómo hacer compatible lo que denomina «el principio de la homeomeridad» con la afirmación de que «en todo hay parte de todo». Dejando de lado su solución de tal problema, éste para nosotros no existe, puesto que, según lo examinado ya, tal «principio de la homeomeridad», como bien dice GUTHRIE (II, pág. 285), «no es más que un fantasma que ahora puede considerarse como conjurado».

45 Traducimos panspermía por «aglomeración de semillas».
Aunque VLASTOS, «Phys. Th.»,pág. 324. pretende que los atomistas recogieron de Anaxágoras el sentido técnica de la palabra «semilla«, y afirma: «Ellos hablan de sus átomos como semillas», sólo ejemplifica con Epicuro, Epístola a Heródoto (D. L., II 38 y 74) y la Epístola a Pitocles (D. L., II 89) y luego con LUCRECIO, I 59. De modo que no hay constancia de que el proceso haya transcurrido, a este respecto al menos, entre la interpretación aristotélica de Demócrito y Epicuro más bien que entre Demócrito mismo y Epicuro.

46 Como se verá en los frs. 3 y 6 (textos núms. 694 y 695), dada la imposibilidad de dividir las cosas hasta encontrar una que sea la más pequeña posible, la separación producida en el proceso cosmogónico no es completa (fr. 12, texto núm. 703). Anaxágoras no ha pensado aún en términos de cualidades o afecciones, como para decir, con Aristóteles (y Simplicio, quien sigue a éste), que las cualidades o afecciones y estados de los sujetos son inseparables. Lo que dice, refiriéndose siempre a «cosas», es que ninguna puede «existir separadamente» (fr. 6) o, en forma más gráfica, que no se las puede cortar «como con un hacha». De este modo, hay en cada cosa una combinación de todas las demás, una participación de cada una en todas.
Ya hicimos notar, en la última parte de la nota 30, que, si al comienzo estaban todas las cosas mezcladas, ahora hay en cada una una suerte de mezcla de todas las cosas. Pero avisamos también que no debía olvidarse que, entre la mezcla inicial y la combinación de todas las cosas en cada una, media el ordenamiento cósmico que ha puesto en marcha el intelecto. Este aspecto importante aparentemente es descuidado por Aristóteles, quien, en su afán por hallar sustancias «homeómeras», afirma (texto núm. 689) que «Anaxágoras dice que cualquiera de las partes es una mezcla similar al todo». Simplicio (texto 690) copia esta frase de Aristóteles (no descarto la posibilidad de que Teofrasto actúe como intermediario, pero resulta más probable que sea cosa de Simplicio, puesto que está comentando dicho texto de Aristóteles a partir de esa frase en particular) como si hubiera estado en el libro de Anaxágoras, y como si fuera una explicación o inferencia de la del fr. 1 que cita previamente. Schaubach se ha hecho la ilusión. en consecuencia, de que es una afirmación textual, y la considera como fr. 16 de Anaxágoras (más prudentemente, Diels entrecomilla —en su edición de la Física— la frase del fr. 1, y la otra la destaca espaciando las letras; en DK aparecen ambas frases entrecomilladas, pero la del fr. 1 figura con el espaciado que suele asignarse a los pasajes considerados textuales, mientras la otra con un espaciado común, y añadiendo entre paréntesis: «de ahí fr. 16 Schaubach»). Todavía Raven, aunque a propósito de otro texto, asegura que «Simplicio ha tenido ciertamente el libro de Anaxágoras ante sí» (K-R, pág. 380), aseveración totalmente infundada, que poco después (íd., pág. 390) atenúa diciendo que «ha tenido ciertamente la parte principal del libro»; pero lo evidente es que ha trabajado con la Física de Aristóteles (la única diferencia entre ambas citas es la de que Aristóteles habla de «cualquiera de las partes» en tanto que Simplicio dice sólo «cualquier cosa»). No se puede inferir, con una buena lógica, de la frase «todas las cosas estaban juntas», que «cualquier cosa es una mezcla similar al todo», como deduce Simplicio (al decir «de modo que»). El «todo» al que cada parte es similar no es estrictamente «homeómero», dado que le falta la otra característica básica de este concepto: que cada parte sea similar a las demás. Pero, por otra parte, ¿a qué todo se refiere Aristóteles? Para ser fiel a la tesis anaxagórea de que «en todo hay parte de todo», debería referirse a «todas las cosas»; pero como Aristóteles habla en seguida del estadio primigenio, parecería que con la palabra «todo» se refiriera a este conjunto originario, en lo cual podría ayudarlo la fase del fr. 6 (texto núm. 695): «como al principio, también ahora existen todas las cosas juntas». Sin embargo, no es posible que Anaxágoras piense que el ordenamiento cósmico puesto en marcha por el intelecto condujera a una multiplicidad de mezclas idénticas a la inicial, en la cual no se podía distinguir nada de nada (frs. 4 y 12). Y tampoco es probable que Aristóteles haya pasado eso por alto, aunque más arriba hayamos sugerido «que este aspecto importante aparentemente es descuidado por Aristóteles». Pienso, al respecto, que las pautas de la similitud las da el mismo Aristóteles al final del texto en cuestión: «todas las cosas y al mismo tiempo».

47 La última frase debe ser el resumen y conclusión de todo el texto del fr. 3. En los párrafos anteriores, en efecto, hallamos comparativos («mínimo», «menor», «máximo», «mayor»), pero no es porque se compare «cosas» entitativamente distintas, sino grados diversos de una misma operación (decreciente —o sea, de división— o creciente). Es decir, para poner ejemplos como los que da Aristóteles (y en parte, al menos, Anaxágoras, fr. 10) la carne y el hueso pueden ser divididos indefinidamente: siempre se hallará un trozo de carne o de hueso más pequeño, nunca un trozo que es «el más pequeño posible» (dejamos de lado cualidades que menciona Aristóteles, no sólo porque esta explicación resultaría en esos casos más difícil, sino porque, como ya hemos dicho, las llamadas «cualidades» no tienen casi seguramente en Anaxágoras tal carácter «adjetivo»): si hubiera algo menor, sería «vacío», y por lo tanto, la «nada», según el eleatismo de Meliso (ver texto número 181). La operación inversa —crecimiento desde la infinitud de lo pequeño— siempre encontrará un grado mayor, y el proceso naturalmente será infinito. Por eso, tomada en sí misma, cada cosa es a la vez grande y pequeña.
Sin duda, la explicación que proponemos es compleja, pero nos resulta imposible hallar una más simple que a la vez sea correcta. Por ejemplo, no vemos que lo que dice Anaxágoras es que cada cosa «contiene una porción de grande y de pequeño», como interpreta K. FREEMAN (The PreSocratic Philosophers, A Companion to Diels, Oxford, 1946, pág. 266), porque, aunque eso cabe dentro de la afirmación de que «en todo hay parte de todo», no es lo que se lee en el fr. 3. Por su parte, M. REESOR («The Meaning of Anaxagoras», CP 55 (1960), pág. 2) lee una antítesis entre la relación de una cosa con las demás y la relación consigo mismo: «puesto que lo grande y lo pequeño son infinitos, toda entidad es grande o pequeña cuando es comparada con otra entidad», «pero si no se la compara con otra, toda entidad es grande y pequeña». Pero el texto no autoriza a entender que los adjetivos comparativos son usados entre entidades distintas; de ser así, no entraría en juego el principio de divisibilidad hasta lo infinito, que se lee claramente en éste y otros fragmentos. En cuanto a la referencia que hemos hecho al eleatismo de Meliso, parte de que la tesis «el ente no puede no existir» es parmenídea, y de que Parménides —a pesar de lo que sostienen Burnet y otros— no identifica la nada o no-ser con el «vacío», cosa que sí hace Meliso: véase nota 17 a Parménides, vol. I, y texto núm. 181 de Meliso, en este volumen, así como textos núms. 728 y 729, en que Aristóteles atribuye a Anaxágoras la negación del vacío.

48 Puesto que la división puede prolongarse indefinidamente, ya que siempre se hallará algo más pequeño, las cosas no pueden existir separadamente, y en cada una están todas las demás. La diferencia entre esta situación y la mezcla originaria está en que hay un ordenamiento cósmico. Inclusive, en algunas cosas hay intelecto (fr. 11).
Ver sobre tal diferencia nota 46. La primera frase de este texto podría interpretarse, con M. REESOR (art. cit.) que «las porciones de lo grande y lo pequeño son grados de grandeza… y de pequeñez… y son iguales en cantidad porque son infinitas». Pero eso nos exige aclarar: a) esto no contradice lo sostenido contra K. Freeman en la nota anterior, ya que dicha investigadora aclara su aserción sobre el fr. 3 de este modo: «[cada cosa] no puede nunca ser llamada absolutamente ‘pequeña’, sino sólo ‘más pequeña’ o ‘más grande’, que ésta o aquella otra cosa», y esto lo hemos rechazado en lo concerniente al texto de dicho (fr. 3; b) M. Reesor conecta también esta primera frase del fr. 6 con el fr. 3, a través de sucesivos eslabones; nosotros hemos dado una interpretación distinta de dicho fr. 3 (acaso más vecina a la de Raven en K-R, pág. 372, pero sin adherirnos a su tesis —de algún modo compartida por GUTHRIE , II, página 289— de que hay allí un ataque a Zenón, y sin aceptar —junto con VLASTOS, «Phys. Th.», pág. 341— la implicación de un concepto de «infinitesimal»); c) no asimilamos la primera frase de este fr. 6 a la última, donde advertimos una referencia a las «cosas» «que se separaron», o sea, al estadio primigenio. En dicho estadio, según vimos en el texto núm. 677, fr. 1 y nota 32, «las cosas más grandes que hay en el conjunto» eran «el aire y el éter», que en el fr. 2 las vemos incluidas en el movimiento de separación. Por lo tanto, no vemos motivos para cambiar y dejar de pensar que «las [cosas] más grandes… de las que se separaron» son el aire y el éter, y las pequeñas las demás. Si son iguales en cantidad a las cosas que hay en todo, es porque tanto unas como otras son infinitas.
RAVEN (K-R. pág. 376) alega que, en este fr. 6, la frase «en todas las cosas hay parte de todo» debe entenderse como la primera parte del fr. 11, que a ella añade (texto núm. 697) «excepto del intelecto». Pero a ello debemos replicar que 1) eso supondría desconocer la validez de los frs. 12 y 13; 2) también eliminaría gratuitamente la frase final del fr. 11, «pero en algunas hay también intelecto». En base al principio de «todo en todo», y con una parte del fr. 11 no se puede rechazar la otra parte de éste, que vale para la situación actual del universo.

49 Cada entidad es un compuesto en que están combinadas todas las cosas simples, y lo único que individualiza, en el sentido de lo que distingue a una de otras, es el predominio de una de esas cosas simples. Algo realmente «indiviso» (átomos, para decirlo en griego) no existe. Podría hablarse, entonces, de una verdadera comunión esencial de los seres entre sí, por encima —o por debajo, si se quiere— del comportamiento individualista que ignore tal comunión y lleve a actuar frente a los demás como si fueran distintos, inferiores o enemigos.

52 El intelecto es una cosa, aunque esté incontaminado y sea autónomo. Es «la más sutil y pura de todas las cosas», de modo tal que no se lo puede concebir con la espiritualidad con que será visto desde Platón y Aristóteles. El hecho de que nos diga que ordena cósmicamente no sólo a las cosas que fueron, sino también a las que ahora son y aun a las que todavía no son pero que serán, hace pensar que, contrariamente a lo afirmado por Platón, el intelecto no da simplemente un «puntapié inicial» y luego deja libre el campo al juego de factores mecánicos. El mismo pasaje de Aristóteles (texto número 667) en que vimos criticaba a Anaxágoras, aludía más de una intervención del intelecto, que a Aristóteles le parecía que se producía cada vez que tropezaba con dificultades para explicar el proceso naturalmente. En todo caso, el predominio del intelecto respecto de todas las cosas es mencionado tanto en presente como en pasado, y lo mismo es dicho de su capacidad de conocimiento de todas las cosas. Ciertamente, una vez recibido del intelecto el primer impulso, parecería que nuevos impulsos, derivados del primero —como una suerte de ley de inercia, pero algo más fuerte y trascendente que ésta—, hicieran el resto («esta rotación misma hace que se separen»); y en ese sentido habrá abundado en el relato cosmogónico una cantidad de elementos de acción mecánica, los cuales, sumados a la falta de la explicación estrictamente teleológica que buscaba Platón (por qué cada cosa es como es, y por qué lo que es es lo mejor que podría ser), configuran un cierto mecanismo, que no desmerece, empero, la importancia del intelecto cósmico.
En «Der Noûs des Anaxagoras», un artículo publicado en A B G (1964), 87-102, y reimpreso en Grundprobleme der Geschichte der antiken Wissenschaft (1971), K . v. Fritz propone suprimir el punto que leemos en nuestra traducción (siguiendo a DK) después de «a todas las conoce el intelecto», de modo que quede más ligado a «y cuantas cosas que estaban a punto de ser», etc., y se aplique a éstas (pasado, presente y futuro) el conocimiento que tiene el intelecto de las cosas (pág. 580, n. 16). De todos modos, ya se ha dicho que dicho conocimiento alcanza, cuando menos, al pasado y al presente. No podemos seguir a K. v. Fritz, en cambio, cuando nos declara que hallamos en Anaxágoras la continuación de un proceso de «desantropomorfización» pero no de «desteleologización» (séanos permitido el empleo de tales neologismos para no recurrir a forzadas perífrasis en busca de una traducción adecuada de los vocablos germanos respectivos) que se verificaría «ya» en Anaximandro y en Empédocles. Con la primera de las palabras. K. v. Fritz relaciona la progresiva «desmitologización» (neologismo que ya ha sacado carta de ciudadanía después de los trabajos de Bultmann) que en Grecia se produce respecto de la mitología homérica, y que hallamos explícita en Jenófanes (ver en tomo I, textos núms. 495 y ss.). Resulta, empero, difícil hacer comparaciones entre Homero y presocráticos como la que propone K. v. Fritz, puesto que, con la excepción de Jenófanes, no se podría decir tajantemente que el nuevo tratamiento —«cósico»— de lo divino sea excluyente de la admisión de los dioses homéricos. En todo caso, hay una cierta «personalización» de lo Infinito o de lo que aquí se denomina «intelecto», en este último caso patentemente a imagen y semejanza del hombre. Hay que esperar hasta el Fedón (80a-d) para encontrar una atribución de una índole invisible e inteligible a lo divino, en comparación con el alma humana: precisamente la «teleologización» que se produce paulatinamente hasta culminar en el Timeo platónico, y que K. v. Fritz encuentra ya en Anaxágoras (en contra de quienes ven en él una «desteleologización»), es un signo de «antropomorfización», naturalmente que en otro sentido que el homérico, puesto que es el intelecto humano el que por naturaleza se propone fines (télos) y actúa, por ende, teleológicamente. Por eso tampoco podemos aceptar que el «pensamiento teleológico es naturalmente antiquísimo» (pág. 588, n. 35). Baste echar un vistazo a la Teogonía de Hesíodo y compararla con el Timeo: en contraste con la cosmogonía demiúrgica del Timeo, donde cada cosa o instancia aparece de acuerdo con un pensamiento previo acerca de qué es lo que conviene y por qué, la cosmogonía hesiódica nos presenta una sucesión de generaciones de dioses-cosas (cháos o «abismo», «tierra», «amor», «noche», etc.) en una forma que no pretende explicarse, y que aparece como una cierta concatenación ciega y mecánica, hasta la aparición de los Crónidas (o de Cronos mismo), su rebelión contra el padre y luchas posteriores hasta que Zeus se impone. Puede decirse tal vez que el propósito de Hesíodo era presentarnos una aparición caótica del conjunto de deidades de cultos pre-homéricos, a fin de mostrar cómo estos quedan superados por las divinidades homéricas y en especial por Zeus. Ciertamente, no es ése el propósito de Hesíodo, ya que desde la primera página aparecen envueltas deidades pre-homéricas y homéricas, que son también (ambas) aludidas en los poemas de Homero. Además, aunque el propósito de Hesíodo parece ser el de ordenar los elementos cosmogónicos que conoce, y en todo caso aprovechar la supremacía final de Zeus en el mundo homérico para esperar de él un reino de justicia, nada de eso hay en el relato que lo haga presagiar. Entre esta descripción «cósica» y la teleología demiúrgica del Timeo, es posible aceptar que Anaxágoras está a mitad de camino, y mucho más cerca de Platón que de Hesíodo (tanto, que Platón ha creído por un momento que ya hallaría en él lo que buscaba). Por consiguiente, aun aceptando la progresiva «desmitologización» del mundo homérico, creemos que el proceso es mucho más complejo de lo que resulta al hablar de una «desantropomorfización» y una «desteleologización» o de las evoluciones inversas a las aludidas por tales vocablos.

58 «Lo abarcante» desde por lo menos Anaxágoras (si no Anaximandro y Anaxímenes) hasta el Timeo (31a) tiene un significado que no puede despojarse de connotaciones que llevan a pensar, si no en algo divino, al menos en algo supremo. De los frs. 1 y 2 se infiere que, cuando «todas las cosas estaban juntas», eso «abarcante» contenía las sustancias que nosotros sabemos eran más «sutiles», a saber, el aire y el éter. Por el fr. 12 sabemos que «la más sutil de todas las cosas» es el intelecto. Y en el texto siguiente (núm. 716; fr. 14) se menciona la presencia del intelecto «en la multiplicidad abarcante», aunque no sea muy clara esta expresión. En todo caso, dado lo tenue de las sustancias y del intelecto, da pie para suponer una afinidad (véase en el tomo I, texto núm. 129, referido a Anaximandro, y la respectiva nota 61) de lugar y función.

84 Respecto de este pasaje del fr. 4 se ha dicho que hay en él una clara alusión a otros mundos. Pero en ningún momento Anaxágoras habla de estos otros mundos ni de más de un proceso cósmico.
Cf. H. FRÄNKEL, WuF, pág. 288 y su examen por VLASTOS, «One World or many in Ainaxagoras?», reseña de 1959 incluida en SPP II, 354-360. (Cf. otros puntos de vista en K-R, pág 390, GUTHRIE, II, págs. 313-315.) Cuando Simplicio menciona una «inteligible (noerán) separación originaria», habla un lenguaje neoplatónico que nos aleja bastante de Anaxágoras. Por lo demás, y aun antes de que comparemos con el texto núm. 676, donde el comienzo del fr. 4 aparece conectado con el final, suprimiendo este engorroso pasaje (ver nota 30), es patente que se está hablando de un único ordenamiento cósmico, en el cual se produce la rotación «en la que rotan ahora los astros, tanto el sol como la luna» (fr. 12, texto núm. 703), de modo que hay un solo sol y una sola luna, tanto para nosotros como para nuestros hipotéticos antípodas; y que en todo caso podía valer para los que vivieran en «otros lugares de la tierra». Añadamos que este texto no suele ser tenido en cuenta por quienes creen en la multiplicidad de mundos en Anaxágoras, que prefieren el texto siguiente.

85 Traducimos «constituidas» el participio synemménas, que sustituye al synoikēménas del texto anterior («pobladas»). Que el original puede ser este último, como sugiere GUTHRIE (II, pág. 334, n. 2), vale para una transcripción o traducción del fr. 4 de Anaxágoras, pero no autoriza —pensamos— a alterar el texto de esta pág. 157 de Simplicio.

86 El pensamiento de un ordenamiento cósmico (diakósmēsis) distinto al que conocemos (en rigor, lo conocemos ya ordenado, dado que el ordenamiento mismo sólo lo conjeturamos), que es sensible y modelado sobre el anterior, inteligible, aunque con hombres, ciudades, casas, etc., es un pensamiento que sólo a partir del neoplatonismo se aplica a la generación del mundo y del hombre.
Como dice VLASTOS, art. cit., pág. 360, n. 14, la importancia que da Simplicio a la frase «entre nosotros» (par’hemîn) puede deberse a la influencia del uso de la misma (8 veces en el diálogo Parménides) por Platón respecto del mundo sensible en contraposición con el inteligible.

87 La ausencia de los artículos antes de «sol» y «luna» no demuestra nada, porque la lengua no los requiere. De todos modos, se los lee al hablar de la rotación del sol y de la luna en el fr. 12. Pero, por lo demás, los doxógrafos (cf. texto núm. 791), Simplicio incluido, hablan siempre de un solo mundo en Anaxágoras.

103 El ordenamiento de este texto (fr. 4) se hace en base a la conjetura de que las palabras «antes de que se separaran» deben pertenecer al mismo texto que las anteriores, ya que son también citadas, con el comienzo de aquél, en el texto núm. 676 (ver nota 30). Como se ve, el fundamento es precario, ya que en dicho texto Simplicio no cita en ese orden. Además, la última frase es casi idéntica a la primera, aunque eso estilísticamente no sería un inconveniente, ya que Anaxágoras, como los prosistas presocráticos, es propenso a la repetición (ver fr. 12).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 104 a 106, 319, 320, 325, 330 a 333, 339 a 347, 349 a 353, 355, 356, 359, 360, 381 a 383 y 397.

Para Aristóteles, el intelecto de la filosofía de Anaxágoras, busca de manera absurda distinguir —dividir completamente las cosas— dado que las cualidades no se pueden separar y no hay una magnitud mínima para las cantidades. Es menester señalar que Anaxágoras, empero, jamás se refirió, según los autores, a la división de cualidades, sino exclusivamente de cantidades o «cosas»

692 ARIST., Fís. I 4, 188a: Lo de que nunca las cosas pueden ser divididas [completamente] no es dicho con conciencia de las implicaciones, pero es dicho correctamente: las cualidades son inseparables. Si colores y estados se mezclan, en caso de que se separaran, habría algo «blanco» y algo «sano» que no sea otra cosa [que blanco o sano] ni corresponda a sujeto alguno. De modo que el intelecto busca absurdamente lo imposible, queriendo distinguir; hacer esto es imposible respecto a la cantidad y a la cualidad; respecto de la cantidad, porque no hay una magnitud mínima, y respecto a la cualidad, porque las afecciones son inseparables.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 342.

Según entiendo, para Aristóteles la mezcla primigenia de Anaxágoras no podría ser algo, dado que al estar todo mezclado no podría decirse nada de ella: es gracias a las formas particulares de algo, observa, que podemos decir lo que sea de aquello

291 ARIST., De Gen. y Corr. II 6, 333b: Empédocles solamente alaba a la mezcla… 56.

317 (31 B 26) SIMPL., Fís. 33, 18: Y, un poco más adelante, dice:

Y predominan 82 por partes en el girar del ciclo,
y se consumen unos en otros y se acrecientan en la parte que les asigna el destino 83
Son ellos, pues, los mismos, pero corriendo uno a través de otro
se vuelven hombres y diversas razas de fieras
ya confluyendo en un único orden por causa de la Amistad
ya, en cambio, conducido cada uno separado por el rencor del Odio,
hasta que creciendo juntamente queden totalmente subsumidos y se vuelvan Uno 84.
Así, en tanto se habituaron a constituirse en Uno desde muchos 85.

374 (31 A 65) AECIO, III 8, 1: Sostienen Empédocles y los estoicos que se protiuce el invierno al predominar el aire y ser presionado 128 hacia lo alto por condensación, y el verano al predominar el fuego cuando es presionado hacia lo bajo.

679 (59 A 61) ARIST., Met. XII 2, 1069b: Todo se genera a partir del ser, aunque de un ser en potencia y de un no-ser en acto; y esto es lo Uno de Anaxágoras. En efecto, mejor que decir «todas las cosas estaban juntas» —y que la mezcla de Empédocles y Anaximandro y que lo que dice Demócrito— sería decir «todas las cosas estaban juntas en potencia pero no en acto» 34.

680 (59 A 61) ARIST., Met. I 8, 989a-b: Si alguien supusiera que Anaxágoras dice que los elementos son dos, su suposición se ajustaría a la razón, y aunque Anaxágoras mismo no lo haya articulado así, seguiría forzosamente a quienes se lo propusieran. En efecto, aunque es absurda la afirmación de que al principio todas las cosas han estado mezcladas —tanto porque habría que convenir que las cosas deben haber preexistido sin mezcla, cuanto porque es natural que cualquier cosa no se mezcle con cualquier otra; y además, porque las cualidades y los accidentes estarían separados de las sustancias, ya que de las mismas cosas que hay mezcla cabe también la separación—; si se siguiese lo que quiere decir, articulándolo, tal vez resultaría un lenguaje novedoso. En efecto, cuando nada estaba separado, es evidente que no se podría decir nada verdadero en cuanto a aquella sustancia. Quiero decir que, por ejemplo, no era blanca, negra ni gris, ni de cualquier otro color, sino que era necesariamente incolora; de otro modo, tendría algo de estos colores. Similarmente, por la misma razón carecería de sabor y de cualquier otra propiedad semejante: no podría tener una cualidad ni una cantidad, ni ser algo. Sería imposible, en efecto, que tuviera en sí alguna de las formas denominadas particulares, mientras estuvieran mezcladas todas las cosas: tendrían que haberse separado ya, pero Anaxágoras dice que todas las cosas estaban mezcladas excepto el intelecto, y que sólo éste era incontaminado y puro. De esto resulta que sostiene que los principios son lo Uno —pues éste es simple e incontaminado— y lo Otro 35.

681 ARIST., Fís. VIII 1, 250b: Si es posible que en algún momento nada estuviera en movimiento, tendría que pasar una de dos cosas: o bien lo que dice Anaxágoras (éste afirma, en efecto, que todas las cosas estaban juntas y en reposo por un tiempo infinito, y el intelecto introduce el movimiento separador) o lo que dice Empédocles 36.

683 (59 A 52) ARIST., De gen. y corr. I 1, 314a: Entre los antiguos [filósofos] algunos dicen que la llamada generación simple es alteración, mientras para otros alteración y generación son distintas. En efecto, cuantos dicen que el universo es uno y que todas las cosas se generan a partir de lo Uno, forzosamente han de afirmar que la generación es alteración y que lo que se genera en sentido estricto es alterado. Pero cuantos sostienen que la materia es más que uno, como Empédocles, Anaxágoras y Leucipo [deben considerar a la alteración y a la generación] como distintas. Anaxágoras, sin embargo, no llega a entender sus propias palabras. Afirma, en todo caso, que nacer y perecer consisten en lo mismo que ser alterado.

684 (12 A 9) SIMPL., Fís. 24, 23-25: [Anaximandro] piensa que la generación se produce no al alterarse el elemento sino al separarse los contrarios por obra del movimiento eterno. Por eso Aristóteles lo conecta con Anaxágoras.

685 ARIST., Fís. I 4, 187a: Los físicos hablan de dos modos. Por un lado, algunos piensan que el cuerpo sustrato es uno, sea uno de los tres [elementos, a saber, aire, agua o fuego] o algo que sea más denso que el fuego y más sutil que el aire, y que las demás cosas se generan por condensación y rarefacción, formando la multiplicidad… Por otro lado, algunos piensan que los contrarios están en lo uno, a partir de lo cual se separan, como dicen Anaximandro y cuantos afirman que (lo real) es uno y múltiple, como Empédocles y Anaxágoras, pues éstos también piensan que las demás cosas se separan de la mezcla. Pero difieren entre sí, porque uno [Empédocles,] concibe que esto sucede periódicamente; el otro [Anaxágoras] en cambio, que sucede una sola vez y que las cosas son infinitas, tanto las homeómeras como los contrarios, en tanto el primero admite sólo los llamados elementos 38.
Anaxágoras parece haber concebido así las cosas infinitas, a raíz de suponer que es verdadera la opinión común de los físicos, según la cual nada se genera del no-ente 39. Por esto dicen: «todas las cosas estaban juntas» y «el generarse tal o cual cosa consiste en ser alterada», mientras para otros [el generarse] es composición y división 40.

686 (59 B 17) SIMPL., Fís. 163, 18-24: Pero claramente dice Anaxágoras en el libro I de la Física que nacer y perecer son componerse y dividirse, cuando escribe de este modo: «Los griegos no consideran rectamente ni el nacer ni el perecer. Pues ninguna cosa nace ni perece sino que, a partir de las cosas que existen 41, hay combinación y separación. De modo que, [para hablar] correctamente, deberían llamar al nacer combinarse y al perecer separarse 42».

56 Este pasaje es uno de los ejemplos que muestran la concepción aristotélica del Esfero como mígma o mezcla. Cf. además Met. 1069b22, 1075b4, 1092b7 y Fís. l87a22. Aristóteles entiende que los cuatro elementos de Empédocles son inmutables (nosotros también creemos que lo son, pero sólo en el plano cósmico, ver texto núm. 317 y notas correspondientes) y, como ellos están presentes antes y después del Esfero, no puede sino suponer que éste constituye una mezcla de ellos. Ahora bien, la míxis en la Física aristotélica consiste en una combinación «química» de los elementos en la cual ellos pierden sus cualidades distintivas. Ante esto, ese agudo crítico de las interpretaciones aristotélicas de los presocráticos que es H. CHERNISS acepta que el Esfero sea una mezcla, pero no en el sentido de Aristóteles de mezcla química sino como una «combinación mecánica», suponiendo sin más que «la concepción popular de mezcla como un agregado meramente mecánico de cantidades imperceptibles era en realidad la doctrina común de los presocráticos» (ACPP, pág. 142). Esto es posiblemente cierto, pero ¿por qué aceptar que el Esfero sea una mezcla? Al corregir a Aristóteles Cherniss se aleja más de Empédocles que el mismo Aristóteles porque, de cualquier manera, la noción de este último de mezcla radicalizada se aproxima más a una descripción de la absoluta unidad del Esfero (que, no obstante, no es una mezcla) de lo que puede hacerlo la «combinación mecánica».
Aun reteniendo la falsa versión del Esfero como mezcla, otro autor moderno, N. I. BOUSSOULAS, llega a dar cuenta de él en términos mucho más adecuados. En su articulo «Essai sur la structure du Mélange dans la pensée presocratique. Empédocle», Revue de Métaphysique et de Morale 2-3 (1958), 135-148, sostiene que la noción de mezcla constituye la «piedra de toque» de todo el sistema de Empédocles y distingue, a propósito, tres clases distintas de mezcla detectables en él: la mezcla-confusión (el Esfero), la mezcla-yuxtaposición (la fase del Odio total, ver nuestro ítem «i») y la mezcla intermedia (propia de las criaturas del mundo). La «mezcla-confusión» es caracterizada, a partir del tratado De mixtionè de Alejandro de Afrosidia, «por el hecho de que ninguno de los cuerpos que la componen no ha salvaguardado ni su sustancia, ni sus cualidades propias, ni su propia superficie, ni su contorno» (pág. 139). Ahora bien, una descripción del Esfero en términos semejantes caracteriza más a una situación de absoluta unidad que a lo que podemos entender por «mezcla».

82 El sujeto está constituido por las elementos, lo mismo que en el frag. 17, 29 del cual esta línea es reiteración. Es imposible que se esté hablando del Odio y de la Amistad (como quiere MUNDING, «zur Beweisführung des Empedokles», Hermes (1954), 140).

83 A pesar de ser inmutable, un elemento puede «consumirse» en otro al entrar a fomar parte de una combinación (por ejemplo, el agua al entrar a formar parte de una combinación con el aire: se constituye entonces una masa de «aire húmedo» en la cual el agua desaparece en apariencia). Además, un elemento «crece», es decir. parece aumentar su propio volumen, al separarse de una combinación en la cual, al no preponderar, se hallaba oculto (por ej., en el caso de la lluvia); entonces, el elemento en cuestión es «conducido separado por el rencor del Odio» (verso 6).
Probablemente estos aumentos y disminuciones tengan que ver con las estaciones: cf. el texto núm. 374 (que habla del predominio del fuego en verano, etc.) y GILBERT, Die meteorologischen Theorien des griechischen Altertums, Leipzig, 1907, pág. 257, nota. No nos parecen sólidas las razones que BIGNONE, pág. 534, opone a esta alusión a las estaciones, lo que es perfectamente compatible incluso con su propia explicasión del fragmento. El «girar del ciclo» puede aludir simultáneamente al curso anual y al ciclo cósmico; no es extraño, por otra parte, que en las tradiciones arcaicas se considere al primero, como un reflejo del segundo.

84 Es difícil la interpretación de este verso, pero creemos que indica que la separación de las raíces dura hasta que, tras crecer juntamente (symphýnta; o sea, tras marchar progresivamente hacia su conjunción) lleguen a ser una sola cosa (el Esfero), perdiendo su misma identidad al quedar totalmente subsumidas en él (tó pán hypénerthe, tó pán con significado adverbial).
Adecuadamente MUNDING, Hermes (1954), 142, remite este verso al testimonio de Filópono de Gen. y Corr. 19, 6-9 (ver nuestro texto núm. 28).

85 El significado de los próximos versos (muy discutido por cierto) nos parece el siguiente: las cuatro raíces devienen porque nacen al quebrarse lo Uno y mueren al reducirse en lo Uno, respectivamente al comenzar y finalizar el ciclo —ésta es, por otra parte, la lectura obvia, aunque el prejuicio de la eternidad de los elementos se opuso a ella—; ahora bien, puesto que las raíces vuelven a aparecer en cada ciclo, puede decirse —en tanto que siempre surgen como siendo las mismas— que son inmutables y eternas. En la antepenúltima línea (esto es especialmente significativo para nuestra interpretación) Empédocles le niega a la vida de los elementos uno de los rasgos del ser de Parménides (cf. émpedon, «estable» en PARM., frag. 8, 30. Véanse los vv. 9-13 del frag. 17, que reiteran estas líneas).

128 «Ser presionado», biazoménou, DK y Bignone toman esta palabra con significado activo y creen que el aire presiona al sol hacia arriba. Cf. nuestra nota 83: el ciclo de las estaciones tendría que ver con el predominio sucesivo de los elementos, aunque aquí no se hable del agua y de la tierra.

34 Aristóteles —aquí expresamente— pretende insertar sus categorías de «potencia» y «acto» en el fr. 1 de Anaxágoras. Para la traducción seguimos la lectura de Ross.

35 Ver nota anterior. En este texto, cuando se dice que «los elementos son dos» (la mezcla y el intelecto), la palabra «elemento» carece estrictamente de las habituales connotaciones aristotélicas y se identifica más con lo que llamaríamos (y llama también Aristóteles al final del texto) «principios». En cuanto a las denominaciones de «lo Uno» y «lo Otro», parecería hacer una poco correcta aplicación de conceptos presuntamente platónicos.
En rigor, por el texto núm. 685 se advierte que con mayor frecuencia Aristóteles llama «lo Uno» a la mezcla que contiene los contrarios, según él, y de donde se separan (ciertamente dice que es «uno y múltiple»). Pero en Met. I 6 . 987b – 988a atribuye a Platón una doctrina («no-escrita») en que los principios son lo Uno y lo Infinito como la «díada» de «lo Grande y lo Pequeño» (esta misma Díada, considerada a imagen y semejanza de la «materia» aristotélica, es asimilada en Fís. I 9, 192a, a «lo Otro»; cf. L. ROBIN, La Théorie Platonicienne des Idées et des Nombres d’après Aristote, París, 1908, nota 261 en pág. 660). El concepto de «lo Otro» hace su aparición en el Sofista de Platón (254e-255e), en que ingresa dentro de los cinco Géneros Supremos, aunque su contrapartida no es allí lo Uno sino «lo Mismo», pareja que es aplicada en Timeo 35a – 36b a la composición del Alma del Mundo. «Lo Uno» aparece sobre todo en el Filebo, contrapuesto a lo Infinito (15a-b y 24c – 25d), pero el intelecto aparece como principio allí en forma separada, si se quiere, de lo Uno. En el pasaje siguiente, Aristóteles interpreta que el intelecto cósmico de Anaxágoras es Uno, por su condición de no estar mezclado con nada, en tanto que lo Otro se identifica con la mezcla infinita. En otras palabras, la terminología platónica combinada encubre a la pareja aristotélica «forma» y «materia».

36 Aristóteles —con una lógica incuestionable, pero aplicada anacrónicamente— no puede dejar de concebir a la mezcla primigenia «en reposo» (ya que el intelecto tiene que ser agente del movimiento) «por un tiempo infinito» —interrumpido por la acción del intelecto— al cual parece difícil que Anaxágoras se haya referido.

38 Las aseveraciones de que lo real «es uno y múltiple» y de que «las demás cosas se separan de la mezcla», son aplicadas por Aristóteles tanto a Anaximandro como a Empédocles y a Anaxágoras, en lo que en nota 50 a Anaximandro (cf. nota 56 a Empédocles) hemos calificado de indebida «anaxagorización» de Anaximandro por parte de Aristóteles (aparte del hecho de la «aristotelización» de Anaxágoras). En lo que sigue, en cambio, por razones de conveniencia, Aristóteles se limita a contraponer las presuntas cosmogonías de Empédocles y Anaxágoras.

39 Este principio es enunciado por vez primera por Parménides, y Aristóteles lo considera «opinión común de los físicos», por cuanto la comparten Empédocles y los atomistas.

40 La primera frase entrecomillada es innegablemente anaxagórea (fr. 1). La segunda es atribuida por Aristóteles a Anaxágoras al final del texto núm. 683, pero en forma indebida (cf. texto núm. 684 y comparar con el primer grupo aludido en el presente texto). El hecho de que Aristóteles atribuya a la misma doctrina afirmaciones como la primera —que forma parte del fr. 1 de Anaxágoras— y la segunda —que la atribuye erróneamente a Anaxágoras en el texto mencionado—, y las contraponga a una afirmación que efectivamente corresponde a Anaxágoras (ver fr. 17 en el texto siguiente) da una pauta de la ausencia de sentido histórico del pasaje.

41 Hemos subrayado la palabra cosa (chrêma) por constituir la verdadera unidad simple donde Aristóteles podría haber hallado el «elemento» (aunque no lo sea en el sentido aristotélico estricto, ya que hay infinidad de cosas, de variados aspectos, etc.) del cual se componen todos los seres.
Como hemos dicho en la Introducción, el uso de chrêma es especialmente significativo en el plural, donde puede prescindirse de ella y bastarse con el artículo o adjetivo en forma neutra. Y en el texto que el lector tiene delante de sí, esta presencia es doblemente importante, ya que, en todo caso, con mayor frecuencia, era usado tà ónta, «las cosas», que, por su derivación del verbo «ser» o «existir», pasa paulatinamente —tras Parménides y culminando con Aristóteles— a significar «entes» o «cosas que son» o «cosas que existen». Pues bien, en el fr. 17 se dice que, para que haya generación (o muerte) debe haber combinación (o división) «a partir de las cosas que existen», donde encontramos el plural chrémata calificado, por así decirlo, por ónta (en jonio eónta). Esto parecería implicar que son las cosas por antonomasia, las que están en ese continuo presente en el que se amparaba el ente parmenídeo, en contraste con las cosas «compuestas», que nacen a partir de aquéllas y mueren dividiéndose en aquéllas.

42 Obsérvese como Anaxágoras, al igual que antes Heráclito y Parménides (ver tomo I, textos núms. 650 y 910 —entre otros—, respectivamente), contrapone su propio juicio verdadero al erróneo de los hombres en general.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 161, 162, 179 a 181, 205, 334 a 339.

4 (11 A 11) Jos., C. Apión I 2: Todos coinciden en que los primeros que entre los griegos filosofaron sobre las cosas celestes y divinas, como Ferécides de Siro 4, Pitágoras y Tales, fueron discípulos de los egipcios y caldeos.

5 (11 A 11) PLUT., De Is. et Os. 364d: Creen que Homero, así como Tales, aprendieron entre los egipcios que el agua es el principio de todas las cosas 5.

18 (11 A 12) ARIST., Met. I 3, 983b: La mayoría de los que filosofaron por primera vez consideraron que los únicos principios de todas las cosas son de especie material. Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en que se corrompen, permaneciendo la sustancia mientras cambian los accidentes, dicen que es el elemento y el principio de las cosas que existen; por esto consideran que nada se genera ni se corrompe, pues tal naturaleza se conserva siempre… Debe de haber, pues, alguna naturaleza única o múltiple a partir de la cual se generan las demás cosas, conservándose ella. No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua (y por ello también manifestó que la tierra está sobre agua). Tal vez llegó a esta concepción tras observar que todas las cosas tienen un alimento húmedo y que el calor se produce y se mantiene en la humedad (ya que aquello a partir de lo cual se generan las cosas es el principio de todas ellas). Por eso llegó a esta concepción y también porque todas las simientes son de naturaleza húmeda y el agua es el principio natural de las cosas húmedas 12. Pero hay quienes consideran que los más antiguos, muy anteriores a la generación actual y primeros en reflexionar sobre los dioses, pensaron así sobre la naturaleza e hicieron a Océano y Tetis padres de la generación 13.

64 (7 A 1) D. L., I 116: Teopompo dice que [Ferécides] fue el primero que escribió sobre la naturaleza y los dioses 31.

74 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 2; [para Anaximandro] el principio… de las cosas es lo Infinito [y fue] el primero que llamó con este nombre el principio.

75 (12 A 9) SIMPL., Fís. 24, 15-16: El principio… de todas las cosas es lo Infinito, y fue el primero que introdujo este nombre de «principio».

76 SIMPL., Fís. 150, 23-24: Anaximandro, el primero que llamó «principio» al sustrato.

77 HOMERO, Il XXII 116: [El rapto de Helena por Alejandro fue] el inicio [arché] de esta guerra.

78 (11 A 12) ARIST., Met. I 3, 983b: Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en que se corrompen, permaneciendo la sustancia mientras cambian los accidentes, dicen que es el «elemento» y el «principio» de todas las cosas… aquello a partir de lo cual se generan las cosas es el principio de ellas 36.

79 SIMPL, Fís. 7, 10-14: …Platón… discriminó los principios elementales de las demás cosas y fue el primero que denominó «elementos» a semejantes principios, según narra Eudemo.

80 PLATÓN, Crát. 423b-c: Puesto que es con sílabas y con letras como se hace la imitación de la esencia, lo más correcto es distinguir primeramente los elementos; así los que se dedican a la práctica de ritmos, distinguen primeramente los valores de los elementos, luego los de las sílabas 37.

81 PLATÓN, Teet. 201e: Los que de algún modo son los primeros elementos, de los cuales estamos compuestos nosotros y todas las demás cosas.

82 PLATÓN, Timeo 48b: Es necesario considerar, pues, la naturaleza del fuego, agua, aire y tierra antes de la generación del universo y sus propiedades. Pues aún nadie nos ha explicado su génesis, sino que, como si supiéramos qué es el fuego y cada uno de ellos, los llamamos principios y establecemos como elementos del Universo 38.

83 ARIST., Met. III 3, 998a-b: Los elementos y principios de la voz parecen ser aquellas cosas, en tanto primeras, de las que los sonidos están compuestos… así, tanto los que dicen que son muchos los elementos del cuerpo como los que dicen que es uno, afirman que hay principios de los cuales están compuestos y de los cuales están constituidos, tal por ejemplo, Empédocles dice que el fuego, agua y lo que se añade a éstos son elementos de los cuales las cosas están constituidas 39.

84 (12 A 14) AECIO, I 3, 3: Anaximandro… dijo que el principio de las cosas es lo Infinito, pues a partir de él se generan todas las cosas.

85 (12 A 1) D. L., II 1: Afirmó que el principio y elemento de las cosas es lo Infinito.

86 (12 A 13) CIC., Acad. II 37, 118: Pero en esto [a saber, de que todas las cosas constan de agua, Tales] no persuadió a su conciudadano y amigo Anaximandro, pues éste dijo que hay una naturaleza infinita, de la cual se generan todas las cosas.

87 SIMPL., Fís. 41, 17-19: Anaximandro… postuló como principio… a una cierta naturaleza infinita.

88 (12 A 17) AG., Civ. Dei VIII 2: No pensaba que cada cosa naciera de una sola, como Tales con el agua, sino de sus propios principios, y creía que los principios de las cosas singulares eran infinitos.

89 HOMERO, Il. VII 446: Padre Zeus: ¿hay un mortal sobre la vasta tierra?

90 HOMERO, Od. XV 79: Antes de que se vayan por la inmensa tierra.

91 HES., Teog. 187: Ninfas que se llaman Melias sobre la tierra inmensa.

92 HOMERO, Il. XXIV 545: El vasto Helesponto.

93 HOMERO, Il. VIII 478-479: Ni aunque te fueras a los confines de la tierra y del mar.

94 HOMERO, Il. XIV 200-201: Voy a los confines de la fértil tierra para ver a Océano, génesis de dioses, y a la madre Tetis.

95 HOMERO, Il. XXIV 776: Gimió el pueblo incontable.

96 HOMERO, Od. VIII 286: Un dios me sumergió bajo un sueño profundo.

97 HOMERO, Od. VIII 340: Tres veces tan inextricables lazos me rodearan.

98 (PÍND., fr. 130 S.) Desde allí descargan una tiniebla profunda.

99 HOMERO, Od. XXIII 248: Mujer, aún no has llegado al fin del trabajo 40.

100 PLATÓN, Timeo 51a: Por lo cual diremos que la madre y receptáculo de todo lo que nace, que es visible y en general sensible no es tierra ni aire ni fuego ni agua, ni ninguna de las cosas que nacen de ellas o de las cuales han nacido ellas, sino que es una cierta Idea invisible y amorfa, que recibe todo y participa de lo inteligible de algún modo muy difícil 41.

102 (12 A 14) AECIO, I 3, 3: Se equivoca al no decir qué es lo Infinito, si es aire, agua, tierra o algún otro de esos cuerpos 42.

103 (12 A 16) ARIST., Fís. I 5, 204b: Tampoco es posible que el cuerpo infinito sea uno y simple, ni en el caso de, como dicen algunos, lo que está aparte de los elementos, a partir de lo cual se engendran aquéllos, ni en ningún otro caso. Hay algunos, en efecto, que suponen que eso es lo infinito, y no aire o agua, de modo que los demás elementos no sean destruidos por ser lo Infinito uno de ellos, ya que todos tienen contrariedad entre sí: el aire es frío, el agua húmeda, el fuego caliente; si uno fuera infinito, los otros serían destruidos. Por eso dicen que aquello de lo cual se generan éstos es distinto 43.

104 SIMPL., Fís. 479, 30-480, 4: Tras demostrar que ningún cuerpo natural compuesto de muchas cosas puede ser infinito, Aristóteles muestra en seguidatampoco el cuerpo infinito puede ser uno y simple. En efecto, si fuera simple, sería o bien uno de los cuatro elementos o bien otra cosa aparte de ellos, tal como Anaximandro 44 habla de «lo que está aparte de los elementos», a partir de lo cual se generan los elementos. Y que ninguno de los elementos puede ser lo infinito es evidente también porque Anaximandro, con la intención de que el elemento fuera infinito, no propuso que fuera aire, fuego o alguno de los cuatro elementos; eso en razón del comportarse éstos contrariamente entre sí, de modo que, si alguno de ellos fuera infinito, sus contrarios serian destruidos por él.

105 SIMPL., Fís. 41, 17-18: El milesio Anaximandro, hijo de Praxíades, propuso como principio una cierta naturaleza distinta de los cuatro elementos.

106 ARIST., Fís. I 6, 189b: Como los que dicen que el todo es una naturaleza úmica, por ejemplo, agua o fuego o lo intermedios 45.

107 ARIST., Fís. III 4, 203a: Todos los físicos que proponen para lo infinito otra naturaleza, de los llamados elementos, como agua o aire o lo intermedio entre ellos.

108 SIMPL., Fís. 458, 19-26: Aristóteles acostumbraba llamar «físicos» a los que se ocupan de esta parte de la filosofía que es la Física, y entre ellos especialmente a los que concebían sólo —o sobre todo— el principio material. Estos físicos pensaban la materia para las cosas generadas y juzgaban que era lo infinito, probablemente todavía no como una sustancia sino por accidente. Algunos, suponiendo que hay un elemento único, dijeron que este es infinito en tamaño: así el agua para Tales, el aire para Anaxímenes y Diógenes, lo intermedio para Anaximandro.

109 ARIST., Fís. III 5, 205a: Ninguno de los físicos sostiene que lo uno e infinito es fuego o tierra, sino agua o aire o lo intermedio entre ellos.

110 ARIST., Del Cielo III 5, 303b: Puesto que necesariamente los elementos son limitados, queda por examinar si serán más de uno. Algunos, en efecto, propnen uno solo, pero para unos es agua, para otros aire, para otros fuego, mientras otros dicen que es más sutil que el agua y mas denso que el aire y que, por ser infinito, abarca todos los cielos.

111 ARIST., Met. I 8, 989a: Según esta razón, ninguno de los que hablan de aquellos elementos, excepto el fuego, ni los que proponen algo más denso que el aire y más sutil que el agua, habla correctamente.

112 ARIST., Met. I 7, 988a: Algunos hablan del principio como materia, ya sea que la conciban una o múltipie y que la consideren un cuerpo o algo incorpóreo. Así cuando Platón habla de lo Grande y lo Pequeño, los itálicos de lo infinito, Empédocles del fuego, tierra, agua y aire, Anaxágoras de la infinidad de homeomerías. Todos ellos han aludido a tal causa, y también los que proponen el aire, fuego o agua, o algo más denso que el fuego pera más sutil que el aire: de ese modo, en efecto, han dicho algunos que es el primer elemento.

113 ARIST., De gen. y corr. II 1, 328b: Algunos dicen que la materia sustrato de estos [cuerpos sensibles] es una, pensando que es aire o fuego o algo intermedio entre éstos.

114 ARIST., De gen. y corr. II 5, 332a: No es de uno solo de estos [cuatro elementos que se generan] todas las cosas, ni tampoco cle algo aparte de ellos, como algo intermedio entre aire y agua [más denso que el aire y más sutil que el agua] o entre aire y fuego [más denso que el aire y más sutil que el fuego]…, que nunca puede existir solo, tal como algunos dicen de lo infinito y lo abarcante.

115 (12 A 16) ARIST., Fís. I 4, 187a: Los físicos hablan de dos modos. Por un lado, algunos piensan que el cuerpo substrato es uno, sea uno de los tres [elementos, a saber, aire, agua o fuego] o algo que sea más denso que el fuego y más sutil que el aire, en tanto las demás cosas se generan por condensación y rarefacción, formando la multiplicidad… Por otro lado 46, algunos piensan que las contrariedades están en lo uno, a partir del cual se separan, como dicen Anaximandro y cuantos afirman que (lo real) es uno y múltiple, como Empédocles y Anaxágoras: pues ellos también piensan que las demás cosas se separan de la mezcla.

116 SIMPL., Fís. 149, 5-25: Todos, en efecto, suponen que es algo corpóreo, pero mientras algunos dicen que es uno de los tres elementos, como Tales e Hipón el agua, Anaxímenes y Diógenes el aire, Heráclito e Hípaso el fuego (ya que nadie pensó en proponer a la tierra, en razón de la dificultad en alterarla) 47, otros han concebido, en cambio, algo distinto de esos tres, más denso que el fuego y más liviano que el aire, o, como dice en otras partes, más denso que el aire y más liviano que el agua. Y Alejandro piensa que Anaximandro concibió esta índole de cuerpo aparte de los elementos. Porfirio, no obstante, dado que Aristóteles contrapone los que no definen el cuerpo sustrato a los que conciben a este cuerpo sustrato como uno de los tres elementos o como otra cosa intermedia entre fuego y aire, afirma que Anaximandro habla del cuerpo sustrato como infinito pero sin definir su especie, como fuego, agua o aire; en cuanto a lo intermedio, Porfirio, como también Nicolás de Damasco, lo atribuyen a Diógenes de Apolonia. Más natural me parece entender textualmente 48 no que el cuerpo es contrapuesto a los elementos y a lo intermedio, sino más bien distinguido entre los tres elementos. Dice Aristóteles, en efecto, «el cuerpo sustrato», «sea uno de los tres o algo que sea más denso que el fuego y más sutil que el aire»; y no obstante, igualmente respecto de las cosas dichas añade que las demás se engendran «por condensación y rarefacción»; aunque en cuanto a Anaximandro, como él dice, no piensa que se engendren así, sino por separación de lo infinito 49

117 (12 A 16) ARIST., Fís. I 4, 187a: Por otro lado, algunos piensan que las contrariedades están en lo uno, a partir del cual se separan, como dicen Anaximandro y cuantos afirman que [lo real] es uno y múltiple, como Empédocles y Anaxágoras: pues ellos también piensan que las demás cosas se separan de la mezcla 50.

118 (12 A 9 a) SIMPL., Fís. 154, 14-23: Y Teofrasto, conectando a Anaxágoras con Anaximandro, explica lo dicho por Anaxágoras de modo tal como si éste quisiera decir que el sustrato es una naturaleza única. Y escribe en la Historia de los Físicos así: «si se lo concibe de ese modo parecería que piensa que los principios materiales son infinitos, mientras la causa del movimiento y de la generación es única, como se ha dicho. Pero si se supone que la mezcla de todas las cosas es una naturaleza única e indefinida en cuanto a tamaño y figuras 51, como parecería que se quiere decir, viene a declarar que los principios son dos: la naturaleza de lo infinito y el intelecto, de modo que, en cuanto a los elementos corpóreos, parece proceder en todo de manera similar a Anaximandro» 52.

124 (12 A 16) ARIST., Fís. I 4, 187a: Algunos piensan que las contrariedades están en lo uno, a partir del cual se separan 56.

126 SIMPL., Fís. 150, 20-25: No explica las generaciones por alteración del sustrato, sino por separación. En efecto, las contrariedades están contenidas en el sustrato, que es un cuerpo infinito, y se separan, dice Anaximandro, el primero que llamó «principio» al sustrato. Ahora bien, contrariedades son: caliente, frío, seco, húmedo, etc. 57.

127 (12 A 1) D. L., I 1: Las partes se transforman, pero el Todo no se transforma.

128 (12 A 9) SIMPL., Fís. 24, 13-25: Entre los que dicen que [el principio y elemento] es uno, en movimiento e infinito, Anaximandro de Mileto, hijo de Praxíades, que fue sucesor y discípulo de Tales, dijo que el principio y elemento de todas las cosas es «lo Infinito», y fue el primero que introdujo este nombre de «principio». Afirma que éste no es agua ni ningún otro de los denominados elementos, sino una naturaleza distinta e infinita, a partir de la cual se generan los cielos y los mundos ❬contenidos❭ en éstos. Ahora bien, a partir de donde 58 hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, según la necesidad; «en efecto, pagan la culpa unas a otras y la reparación de la injusticia, de acuerdo con el ordenamiento del tiempo» 59, hablando así de estas cosas en términos más bien poéticos. Es evidente, entonces, que, tras haber observado la transformación de los cuatro elementos unos en otros, no considera que uno de ellos fuera el sustrato, sino otra cosa aparte de ellos; pero él piensa que la generación se produce no al alterarse el elemento sino al separarse los contrarios por obra del movimiento eterno. Por eso Aristóteles lo conecta con Anaxágoras 60.

129 (12 A 15) ARIST., Fís. III 4, 203b: Cualquier cosa es un principio o procede de un principio. Ahora bien, de lo infinito no hay principio, ya que [ése] sería un límite. Además, como principio, es inengendrado e indestructible, pues lo engendrado alcanza necesariamente un fin, y hay un término para toda destrucción. Por eso, según afirmamos, no hay principio de él, sino que él parece serlo de lo demás, y «abarca a todas las cosas y a todas gobierna», como dicen aquellos que no admiten, junto a lo Infinito, otras causas, tales como el Intelecto y la Amistad. Y esto es «lo divino», pues «es inmortal e imperecedero», como dicen Anaximandro y la mayoría de los físicos 61.

134 (12 A 9) SIMPL., Fís. 24, 18-20: Ahora bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan la culpa unas a otras y la reparación de la injusticia, de acuerdo con el ordenamiento del tiempo.

135 HOMERO, Il. I 69-70: Calcante, hijo de Téstor, el mejor de los augures, conocedor de las cosas que pasan, las que pasarán y las que pasaron.

136 HES., Teog. 38: [Las Musas] dirán las cosas que pasan, las que pasarán y las que pasaron.

137 (SOLÓN, fr. 3, 16 D.). Con el tiempo a todas partes llegará la reparación.

138 (SOLÓN, fr. 24, 3-5 D.). En el tribunal del tiempo testimoniará estas cosas la gran madre de las deidades olímpicas, la mejor, la negra Tierra 64.

139 (7 A 1) D. L., I 119: De (Ferécides) de Siro se ha conservado un libro que escribió y que comienza así: «Zeus, Tiempo y Tierra existieron siempre» 65.

140 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 1: [Anaximandro] habla del tiempo como si delimitara la generación, la existencia y la destrucción 66.

386 (24 A 3) ISÓCR., Antíd. 268: [Recomendaría a los jóvenes] que no se extravíen en las doctrinas de los antiguos sofistas; de los cuales uno afirmaba que la multitud de las cosas es infinita, mientras Empédocles decía que eran cuatro, y el Odio y la Amistad ❬obrando❭ en ellas; Ión, no más de tres; Alcmeón, sólo dos; Parménides y Meliso, una; Gorgias, absolutamente ninguna 5*.

395 (24 A 1) D. L., VIII 83: Algunas veces se ocupa de la naturaleza, como cuando dice: «la mayoría de las cosas humanas están (contrapuestas) en parejas» 8*.

396 (24 B 4) AECIO, V 30, 1: Alcmeón dijo que el mantenimiento de la salud se debe al equilibrio de las fuerzas: húmedo, seco, frío, caliente, amargo, dulce, etc.; y que, en cambio, el predominio de una sola produce la enfermedad. En efecto, el predominio de una sola de cada ❬pareja de fuerzas contrarias❭ es destructivo. Y la enfermedad sobreviene a causa del exceso de calor o frío, así como, en cuanto a la ocasión, de la abundancia o carencia de alimento; y en cuanto a la ubicación, en la sangre, en la médula o en el cerebro. También pueden sobrevenir por causas exógenas, como por ciertas aguas o regiones, o por esfuerzos o por tormentos o cosas similares a éstas. La salud, por el contrario, es una mezcla bien proporcionada de las cualidades 9*.

474 ARIST., Met. I 7, 989a: Ninguno de los que afirman que el elemento es uno considera que sea la tierra, evidentemente a causa del grosor de sus partes, mientras que cada uno de los tres elementos ha hallado un sostenedor, ya que unos dicen que es el fuego, otros el agua y otros el aire. ¿Por qué no dicen que es la tierra, como la mayoría de los hombres? Dicen, en efecto, que todas las cosas son tierra, y también Hesíodo afirma que la tierra fue el primero de los cuerpos en generarse 12*.

475 S. E., Adv. Math. X 313-314: Hípaso, Anaxímenes y Tales sostienen que todas las cosas son engendradas a partir de un elemento único y de una cualidad determinada: Hípaso y —según algunos— Heráclito de Éfeso han admitido que la generación se produce a partir del fuego; Anaxímenes, a partir de aire; Tales, a partir del agua; y Jenófanes, según algunos, a partir de la tierra:

«De la tierra nacen todas las cosas, y en la tierra terminan todas».

[Y entre los que sostienen que todas las cosas son engendradas] a partir de varios elementos que se pueden contar, el poeta Homero piensa que de dos, tierra y agua, cuando dice:

«Océano, génesis de dioses, y la madre Tetis» 13*

o también :

«Pero vosotros os convertiríais todos en agua y tierra».

Y con él parece, según algunos, estar de acuerdo el colofonia Jenófanes; éste dice, en efecto:

«Todos hemos nacido de tierra y agua».

476 (21 B 27) AECIO en TEODOR., IV 5: De Jenófanes es este verso:

«De la tierra nacen todas las cosas y en la tierra terminan todas».

580 PLATÓN, Crát. 440c-d: Los que siguen a Heráclito y muchos otros dicen… que nada de nada es sano sino que todo fluye como cántaros; y simplemente juzgan que, tal como los hombres se enferman de catarro, así las cosas están afectadas, y que todas son alcanzadas por flujo y catarro.

583 PLATÓN, Teet. 180c-d: ¿No tenemos acaso la tradición de los antiguos, quienes mediante la poesía ocultaban su pensamiento a la mayoría, al decir que Océano y Tetis son la génesis de todas las cosas 20, de modo que son como corrientes, y que nada está firme? Y los que vinieron después, más sabios, lo mostraron en forma más evidente, para que también los zapateros, al escucharlos, comprendieran su sabiduría, y cesaran de creer, insensatamente, que algunas de las cosas están firmes, mientras otras se mueven, y aprendieran que todas se mueven, y los honraran 21.

622 (22 A 10) PLATÓN, Sof. 242c-243a: Según alguno, son tres los seres, algunos de los cuales combaten a veces entre sí, pero también a veces se hacen amigos, y producen matrimonios, partos y sustento de los descendientes. Pero otro dice que son dos: húmedo y seco o caliente y frío, y los une en matrimonio. Junto a nosotros, el clan eleático, que comenzó con Jenófanes y aún antes, ha expuesto los mitos de que son una sola cosa las que llamamos «todas». Posteriormente, algunas Musas de Jonia y de Sicilia han pensado que es más seguro combinar ambas tesis y decir que el ser es tanto muchas cosas como una sola, cohesionándose por el Odio y la Amistad. En efecto, al diverger siempre convergen, dicen las más rígidas de las Musas; mientras las más dúctiles han morigerado la tesis de que esto sea siempre así: por turnos, dicen, el Todo unas veces es uno y pacífico por obra de Afrodita, otras veces múltiple y belicoso consigo mismo por alguna clase de odio.

633 (22 A 9a) FILÓN, Quis r. div. h. 43, 214: Prácticamente, todas las cosas que hay en el cosmos son contrarias por naturaleza… ¿no es esto lo que los griegos dicen que era el punto principal colocado por el gran Heráclito —tan celebrado por ellos— al frente de su filosofía, y del que se jactaba como de un descubrimiento nuevo?

634 (22 B 126) TZETZES, ESC. a Exeg. Il.: El antiguo Heráclito de Éfeso era llamado asombroso a causa de lo oscuro de sus palabras: «las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo reseco se humedece» 54*.

650 (22 B 1) S . E., Adv. Math. VII 132: «Aunque esta Razón existe siempre, los hombres se toman incapaces de comprenderla, tanto antes de oírla como una vez que la han oído. En efecto, aun cuando todo sucede según esta razón, parecen inexpertos al experimentar con palabras y acciones tales como las que yo describo, cuando distingo cada una según la naturaleza y muestro cómo es 61**; pero a los demás hombres les pasan inadvertidas cuantas cosas hacen despiertos, del mismo modo que les pasan inadvertidas cuantas hacen mientras duermen» 62.

652 (22 B 89) PLUT., De Superstit. 166c: Heráclito dice que «para los despiertos hay un mundo único y común, mientras que cada uno de los que duermen se vuelve hacia uno particular» 64.

907 SIMPL., Fís. 143, 9-10: Pero que tampoco dice Parménides que el Ente Uno sea animado, lo muestra al llamarlo lo inmóvil:
«único, existe inmóvil: ser, el nombre del Todo».

908 PLATÓN, Teet. 180d-e: ❬SÓCRATES❭ Pero por poco me olvido, Teodoro, que otros, a su vez, han declarado lo contrario que aquéllos, como por ejemplo «inmóvil es el nombre para todo el ser» y cuantas otras cosas Meliso y Parménides afirmen con fuerza oponiéndose a todos ellos, asegurando que todo es uno y permanece estable idéntico a sí mismo, en sí mismo, careciendo de lugar en el cual se pudiera mover.

909 (28 B 8, 26-27) SIMPL., Fís. 145, 27-28:
Pero inmóvil en los límites de grandes ligaduras existe sin comienzo ni fin.

910 (28 B 8, 37-41) SIMPL., Fís. 146, 10-14: Ya que el Hado lo ha forzado a ser íntegro e inmóvil; por eso son todo nombres que los mortales han impuesto, convencidos de que eran verdaderos: generarse y perecer, ser y no (ser), cambiar de lugar y mudar de color brillante 17.

4 Aunque Ferécides de Siro ha escrito una teogonia empleando un lenguaje mítico que ha engañado ya en el siglo IV a. C. sobre su antigüedad, hoy sabemos que es posterior a Tales y a Anaximandro, y debe situarse en la segunda mitad del s. VI. (Cf. JAEGER, Teología, cap. IV, págs. 71-76; cf. texto núm. 139.)

5 Plutarco sigue a Aristóteles burdamente en este pasaje. En efecto, en el texto núm. 18 se aprecia cómo Aristóteles llega a la afirmación de que para Tales el agua es el principio de todas las cosas, y cómo en ello pudo haber tenido un precedente en Homero (ver nota 13). A eso se añade la decisiva importancia que puede haber tenido Egipto para el acopio de sabiduría, y el viaje que allí hizo Tales. Pero llevar a Homero también a Egipto para aprender lo mismo, es absurdo.

12 Lo más probable es alue Tales haya estado más cerca de «los antiguos… y primeros en reflexionar sobre los dioses» que de la depurada ciencia de los principios y de las causas de Aristóteles. Por eso conviene precisar el contexto de los tres primeros capítulos de la Met. para una comprensión correcta de este texto.
En efecto, tras la mención de las diferentes formas de saber (eidénai) y la separación de dos ámbitos de conocimiento, el empírico y el teórico, Aristóteles se ocupa de una ciencia superior, a la que llama «sabiduría» (sophía), con las siguientes implicaciones: a) la «sabiduría» (sophía) es la ciencia de las primeras causas y de los primeros principios; b) supone que, gracias a eso, se alcanzará el conocimiento de todas las cosas; c) no tiene un fin utilitario; d) posee el más alto grado de universalidad y abstracción; e) conoce el fin por el cual debe hacerse cada cosa. Luego expone brevemente los cuatro sentidos del vocablo «causa» («material», «agente» o «eficiente», «formal» y «final») y se ocupa de las doctrinas filosóficas anteriores. Este enfoque queda parcializado por su concepción de la «sabiduría», ya que introduce términos como «sustancia», «accidente», «principio» y «elemento». Respecto de estos dos últimos vocablos véanse textos núms. 74 a 83 y las notas respectivas. U. HÖLSCHER, A. F., pág. 46, declara que «no tenemos fundamento alguno para considerar al agua como sustancia primaria que se transforma en todas las sustancias, ni para suponer que Tales fue conducido a esa concepción por la observación de la evaporación o sedimentación». De todos modos reconoce un origen oriental de tal concepción, que de «mítica» pasa «en Tales a convertirse en física».

13 Las palabras «quienes consideran» aluden sin duda a Platón, y «los más antiguos» a Homero.
En Ilíada XIV 201 se nana que Hera va a visitar, en los confines de la tierra, a «Océano, génesis de los dioses, y a la madre Tetis»; en XIV 246 menciona sólo a «Océano, quien, génesis para todas las cosas, las ha procreado». Platón cita el verso XIV 201 en el Teet. 152e, y algo menos literalmente en Crát. 402b, y en el Teet. 180c-d (como en Crát. b-c) asocia este verso, mezclado o confundido con XIV 245, a Heráclito y quienes ven las cosas como ríos en perpetuo flujo. En ningún caso Platón dice que para Homero o sucesores sean agua las cosas y más bien los toma como «movilistas», pero puesto que en el último pasaje menciona a Océano y a Tetis referidos a todas las cosas, parece probable que Aristóteles piense en Platón. (Ver también texto núm. 5.)

31 Teopompo, historiador del siglo IV a. C., incurre en un manifiesto error, acaso engañado por el estilo pseudo-cosmogónico de Ferécides (ver texto 139 y nota 65).
Cf. KAHN, Aximander, pág. 240, acerca de la fecha de «madurez» de Anaximandro como alrededor de treinta años anterior a la de Ferécides, y JAEGER, Teología, cap. IV, páginas 71-76. Ver nuestra nota 4.

36 Hemos subrayado la palabra «principio» en la última frase, porque sólo en ella aparece claramente discernida de lo que es el «elemento», con el cual Aristóteles (y ya Platón en el Timeo; cf. texto núm. 82) y Teofrasto la identifican siempre que hablan de los presocráticos.

37 Este es el primer sentido con que es usada la palabra «elemento» (acaso inventada por los maestros de gramática o sofistas), como primer constitutivo de una palabra, o sea, «letra» que a veces —sobre todo cuando es escrita— es cada «signo dibujado» o grámma, palabra de la cual el «elemento», que es sonido primordialmente, pasa a ser sinónimo.

38 Aquí se produce el cambio en que el vocablo «elemento» (stoicheîon) pasa a ser constitutivo último del Universo, no ya de una palabra. Esto sucede por vez primera en Platón, como según Simplicio (texto 79) narra Eudemo. Y se ve más claro que es Platón y su grupo o escuela en el texto núm. 82, cuando dice «los llamamos», y no «los llaman», a pesar de que se refiere ostensiblemente a Empédocles. Por eso Isócrates, en el texto núm. 386, habla toscamente de Empédocles, diciendo que para éste «la multitud de cosas» son «cuatro», sin mencionar términos como «principios» o «elementos», que, sin duda, Empédocles no usó.

39 Anaximandro no fue el primero en usar la palabra «principio», sino el primero en que Teofrasto ha creído hallar este vocablo en el sentido aristotélico del mismo.
En el texto núm. 77 la palabra «inicio» traduce al vocablo arché, que es el que Platón, Aristóteles y Teofrasto vierten como «principio». Aristóteles y Teofrasto conocían bien a Homero, por lo cunl el sentido de los textos núms. 75 y 76 (el núm. 74 se presta a mayor confusión) no es el de decir que Anaximandro fue el primer griego que usó la palabra arché, sino el de que fue el primero que la usó con las connotaciones que le da Aristóteles, que de algún modo proceden de Platón, como se ve en el texto núm. 83, pero con características muy precisas: lo primero y lo último, pero a la vez la «sustancia» que permanece tras el cambio «accidental» y el nacimiento y muerte de las cosas que comienzan desde eso «primero» y terminan en eso «último».

40 Traducimos tò ápeiron por «lo Infinito», para no complicar la redacción con perífrasis o términos siempre discutibles y, sobre todo, para no desorientar al lector que ha oído hablar de «lo Infinito» de Anaximandro y no violentar los testimonios doxográficos haciendo una traducción en términos en que evidentemente no pensaron. Pero si el concepto de «infinito» en un sentido temporal (o, más bien, cuantitativo) es posterior a Parménides, la idea de «infinito» aplicada a la multiplicidad de «elementos» o al carácter múltiple del «elemento» es un anacronismo de Aristóteles y Teofrasto, que lo aplican a Anaximandro a partir de la visión que se forjan de Anaxágoras y de los atomistas. En el lenguaje arcaico de Anaximandro, la sustantivación del adjetivo ápeiron, aplicado por Homero a la tierra y al mar para sugerir la imposibilidad de recorrerlos por completo y acaso también su profundo misterio, parecería indicar algo total, omniabacarcante —y, por lo tanto, en lo que se atiende no sólo a la tierra y al mar, sino al firmamento— y por eso mismo innombrable, por lo que recurre a sustantivar dicho adjetivo, como si fuera «lo más profundo, inescrutable, inabarcable».
Ver nuestra «Introducción» a los milesios, págs. 58-59. Los adjetivos «vasto/a» (textos núm. 89 y 92), «inmensa» (textos 90 y 91), «incontable» (texto 95), «profundo/a» (textos 96 y 98) traducen el adjetivo griego ápeiron (apeíron, en el jonio homérico), lo mismo que, en plural, «inextricables» (texto 97). Análogamente, el vocablo griego contrapuesto a ápeiron, péras (o peîrar, en el jonio homérico; traducido habitualmente por «límite») es el que corresponde a nuestras traducciones «confines» (textos núms. 93 y 94, en plural, peírata) y «fin» (texto 99, en plural en griego, también). El mismo MONDOLFO, El infinito en el pensamiento de la antigüedad Clásica (trad. F. González Ríos), Buenos Aires, 1952, pág. 48, que sustenta la tesis de que en todo momento y en todo sentido los griegos tuvieron la noción de «infinito», frente a pasajes como el que recortamos como texto núm. 89 —y muchos otros similares— apunta que la tierra aparece allí «concebida o sentida como inagotable lugar de exploración: forma característica de un pueblo de exploradores». Empero nos desilusiona al traducir esos pasajes como «la tierra infinita». ¿Cómo puede concebirse una tierra «infinita» si tiene «limites» o «confines»? Si la infinitud hubiera de ser concebida como «inexplorabilidad» o «inagotable lugar de exploración» (quitando el sentido meramente espacial), estaríamos de acuerdo hasta cierto punto en llamar a tò ápeiron de Anaximandro como «lo inexplorable»; pero no es ése el caso de Mondolfo (cf. ob. cit., págs. 77 sigs. y 286 sigs.), ni mucho menos, por supuesto, el de Teofrasto y los doxógrafos (textos núms. 84-88) que pensaban en términos aristotélicos.

Introducción a los milesios, págs. 58-59

No se trata simplemente de que Anaximandro no haya pensado en un «principio» o arché que fuera uno de los «cuatro elementos» en tiempos de Aristóteles: fuego, aire, agua y tierra. (Al fin y al cabo tampoco se ajustaría a esos esquemas el pensamiento de Tales ni el de Anaxímenes, que sepamos.) «Lo Infinito» de Anaximandro no es algo ilimitado, como malinterpreta Teofrasto: ápeiron se dice de la tierra y del mar, cuyos límites la literatura arcaica menciona una y otra vez. La tierra, o, si se prefiere, el universo, tiene limites precisos; si de todos modos pueden merecer el epíteto de ápeiron, es porque nunca se terminaría de recorrerlo, de penetrarlo. Es un Todo de profundidades insondables, en el cual Anaximandro descubre fuerzas en movimientos opuestos, movimientos opuestos que parecen estar implicados en un movimiento único y sujeto a leyes similares a las que implantan el orden en la sociedad.
De alguna manera «lo Infinito» de Anaximandro se asemeja —como queda sugerido en la transcripción que hacemos del pasaje 51a del Timeo en nuestro texto núm. 100— a la «madre y receptáculo» que Platón concibe (no sería raro que siguiendo la línea de pensamiento de Anaximandro, aunque en ese punto la tradición conceptual es mucho más amplia y antigua) como lugar en donde habitan las cosas reales. Claro que con la importante diferencia de que, en el caso de Anaximandro, no se trata de que las cosas «entren» en lo Infinito y «salgan» de él; sea esto concebido como lo sugiere semi-mitológicamente Platón o como lo plantea Aristóteles tomando como ejemplo la «mezcla» inicial de Anaxágoras. «Lo Infinito», es para Anaximandro el Todo, no hay un «fuera» de él donde desaparezcan o de donde emerjan las cosas, sino que la ley que dispone la «expiación de la culpa» o la «reparación de la injusticia» sólo procura una ordenada conservación del equilibrio interno.
Sin duda, el lenguaje que podía emplear Anaximandro estaba inmerso en buena parte en un mundo significativo cuyo discurso era preferentemente mítico; a la vez que manejaba conceptos modernos y aun términos como «principio» o arché, donde un peripatético se sentía muy cómodo y creía estar leyendo el cuaderno escolar de un aventajado alumno del Liceo.

41 Platón parece concebir a lo que denomina «madre y receptáculo de todo lo que nace» pensando en algo como tó ápeiron de Anaximandro, pero con la diferencia de que, aun cuando las frases platónicas acerca del entrar de las cosas (al nacer desde las Ideas?) y salir (al morir) pudieran ser metafóricas, se trata de un lenguaje que, a nuestro juicio, resultaría inaceptable para Anaximandro: tó ápeiron es el Todo (cf. texto 127), y por ello nada hay fuera de él: todo nace, vive y muere en él.

42 El equivocado —o al menos desconcertado— ha sido el doxógrafo, ya que los testimonios que más fidedignamente proceden de Teofrasto aseguran que lo Infinito es el «elemento»,
pero «lo que está aparte de los elementos» tradicionalmente conocidos.

43 La argumentación es típicamente aristotélica. También la forma en que menciona contrarios y los contrapone. Pero es posible que una forma más concreta de contrariedad en el seno de lo Infinito haya sido propuesta por Anaximandro. Cf. nota 57.

44 Esta afirmación de Simplicio debe provenir de Teofrasto o de una comparación con el libro de texto de Teofrasto que le permite saber que, al aludir a quienes hablan de «lo que está aparte de los elementos», en el texto núm. 103, Aristóteles se refiere a Anaximandro; h.referencia a «lo Infinito», además, podría facilitar tal inferencia. De todos modos, tiene todas las características de una fórmula peripatética (o del tipo de las fórmulas usadas en la antigua Academia o en el Liceo para uso escolar) y de ningún modo puede provenir de Anaximandro.

45 Este texto núm. 106, y, entre los que siguen inmediatamente, los núms. 107 y 109-115, forman un conjunto (en el cual intercalamos un par de comentanos de Simplicio que muestran la antigüedad del problema que crean y de su discusión) de nueve pasajes en que Aristóteles habla de un principio o elemento intermedio entre dos elementos (para «intermedio» usa expresiones como metaxý, textos núms. 102, 103 y 108, o como méson, textos núms. 104 y 109; o bien dice simplemente (que se trata de algo más sutil que un elemento y más denso que otro como en los textos núms. 105-107 y 110). Y algunos helenistas modernos entienden que en esos nueve textos Aristóteles alude a Anaximandro (cf. KAHN, Anaximander, págs. 44-46)

46 En vista de lo tratado en las notas 45 y 49, resulta importante advertir la claridad con que Aristóteles diferencia el modo en que dos grupos de pensadores (o pensadores agrupados por él en su esquema) hablan acerca de la generación de las cosas desde un cuerpo o cuerpos originarios: 1) algunos piensan que es por condensación y rarefacción; 2) otros juzgan que es por separación de los contrarios contenidos en ese sustrato originario.

47 Simplicio, al comentar el texto núm. 115, se siente obligado a explicar por qué Aristóteles habla sólo de tres elementos y no de cuatro. Esta razón la da Arístóteles en Met. 989a (cf. texto núm. 474), y es posible que sirva de base a la que aquí da Simplicio.

48 Como se echa de ver, lo que está en discusión en este comentario de Simplicio es (al menos para él y para Porfirio) lo que ha dicho «textualmente» Aristóteles, aunque nosotros hubiéramos preferido que se ocuparan de lo que «textualmente» haya dicho Anaximandro, ya que el libro de Aristóteles lo tenemos, y el de Anaximandro no. Sin duda, tampoco ellos lo tenían.

49 De los nueve pasajes en que Aristóteles alude a la tesis de que el sustrato primordial es algo «intermedio» entre dos elementos (ver nota 45), en sólo uno Aristóteles menciona a Anaximandro (texto núm. 115), y dentro del segundo grupo discriminado en dicho pasaje (ver nota 46); en el primer grupo incluye a los que piensan que el sustrato primordial es aire, agua o fuego, o bien algo intermedio. Cabe inferir, por ende, que Aristóteles no pensó que Anaximandro hablara de algo «intermedio».
KAHN, Anaximander, pág. 45, se aferra al hecho de que en los textos núms. 107, 109, 110 y 114 se habla de «lo infinito», así como que en los núms. 110 y 114 se usa el verbo periécho, «abarcar», un verbo muy «presocrático» y que, en el texto núm. 129, también a nosotros nos parece que puede haber empleado Anaximandro. Respecto del uso de la expresión «lo infinito» por Aristóteles, podría citarse una extensa lista de pasajes en que la emplea (no menos de 30 veces en el libro III de la Física; sólo una vez en conexión explícita con Anaximandro, texto núm. 129, dos con algo «intermedio», textos núms. 107 y 109, y por lo menos dos expresiones referidas a Anaxágoras) sin que nadie sostenga que alude a Anaximandro. Aquí bástenos con mencionar un pasaje de la Metafísica (texto núm. 112), donde dice que los «itálicos» toman como principio material tò ápeiron, y Anaxágoras hë apeiría («la infinitud») de homeomerías. Aristóteles suele «anaxagorizar» a otros pensadores, tal vez en particular a Anaximandro, lo cual es muy probable que acontezca en el núm. 114, donde se habla de «lo abarcante» (tò periéchon), expresión que no hallamos en ningún texto anterior a Anaxágoras (lo cual no significa que en el texto 114 o cualquier otro se atribuya a Anaxágoras el haber pensado en algo «intermedio»). Además, como dice Hölscher (A. F., 37), «¿cómo podría ser descrito lo «abarcante» como algo intermedio?».
Entonces los helenistas se preguntan: ¿a quién alude Aristóteles cuando menciona —sin nombrar— a quienes sostienen que el principio es «intermedio» entre dos elementos? Kirk piensa que no se trata de una referencia de valor histórico, sino «con miras a la exhaustividad», «meramente para ejemplificar» (K-R, pág. 112, y «Some Problems in Anaximander», incluido en SPP, I, especialmente págs. 327-334). Claro que podría dar ejemplos mucho más curiosos; además, si se proponía dar todos los ejemplos posibles, podría hacer tal mención en la lista de elementos propuestos, según Aristóteles, por presocráticos (en Met. I 3-5), y ser «exhaustivo» en cuanto a los casos de situaciones «intermedias». Sin embargo, rara vez menciona más de dos elementos en esos casos, y cuando ejemplifica con tres, como en el texto núm. 114, habla de «algo intermedio entre aire y agua» o «entre aire y fuego», pero no entre agua y fuego. Que ese caso lo concebía, está a la vista en el texto número 116, «excepcionalmente y, sin duda, por error», según Kirk (SPP, 1, pág. 327). Pero en De gen. y corr. II 4, 331b, vemos que no es excepcional, sino sólo más difícil porque, dice Aristóteles, deben cambiarse más cualidades para que el agua se cambie en fuego y viceversa.
Si la idea de «lo intermedio» puede corresponder a Diógenes de Apolonia, como afirma una y otra vez Nicolás de Damasco, es algo que se examinará en el capitulo respectivo. Pero conviene notar que quien propusiera un proceso de condensación y rarefacción a partir de un elemento, por ej. del aire en agua o del aire en fuego, de hecho tal propuesta (hecha por él o atribuida por él a Aristóteles) incluiría forzosamente el pasaje por situaciones intermedias, lo que no implica, naturalmente, convertir a alguno de esos momentos intermedios en «elemento» y «principio» (conceptos aristotélicos de todos modos, como hemos visto).
Lo que aquí interesa es que Aristóteles no atribuye a Anaximandro lo Infinito como principio «intermedio» entre dos elementos, y tampoco lo hace Teofrasto, quien introduce a Anaximandro en la lista de Met. I, 3, de la cual había sido omitido.

50 Ya en nota 43 hemos aludido a una posible concepción de contrarios en lo Infinito de Anaximandro, y remitido su tratamiento a nota 57. Aquí diremos que, aun cuando el texto de Aristóteles, a primera vista, reúna a Anaximandro con Empédocles y Anaxágoras en la tesis de una unidad primigenia de la cual se separan las cosas formando el mundo, esto tal vez valga para Empédocles —en forma alternada— y Anaxágoras, cosa que será examinada en los capítulos respectivos del segundo volumen. No así para Anaximandro: dicha tesis, con el agregado de la idea de «mezcla», implica una «anaxagorización» de Anaximandro. Que lo real es uno y múltiple, en cambio, vale también muy probablemente para éste, pero con el carácter de simultaneidad: ya hemos dicho (nota 41) que la multiplicidad de cosas no entra ni sale de lo uno, de modo tal que puede decirse que lo Infinito es a la vez «uno» (como todo) y «múltiple» (sus partes).

51 Teofrasto habla hasta aquí sólo de Anaxágoras; si es o no correcta su afirmación, será examinado en su oportunidad.

52 Ahora Teofrasto compara a Anaxágoras con Anaximandro: aquél se diferencia de éste en cuanto habla del «intelecto» como causa o principio distinto de «lo infinito», pero en cuanto a éste, se asemejan. Ciertamente, estamos seguros de que anacrónico, en cualquiera de los dos casos, hablar de «elementos corpóreos» pero esta expresión peripatética podría tener
apoyo en expresiones de ambos, aunque con rasgos distintos.
Ya hemos visto que lo ápeiron, que en el texto homérico núm. 95 significa «incontable»,  puede ser a la vez «uno» (en cuanto al Todo) y «múltiple» (en lo que hace a sus partes; nota 50). Pero «múltiple» no implica «infinito» (ver nota 40). Considerar que el ápeiron es «infinito» en el sentido de que es o contiene muchas cosas (no ya «elementos») es una «anaxagorización» típica de los procedimientos simplificadores de Aristóteles y Teofrasto. En ellos incurre CHERNISS, ACPP, pág. 377, cuando sugiere que el plural genérico «de los cuales» (que nosotros preferimos traducir «de donde»; cf. texto 128 y nota 58) puede implicar, como en Anaxágoras, que ápeiron consista en una «multitud ilimitada». Claro que esto es sólo sugerido, pero luego (página 378) le parece «satisfactorio» y lo defiende. Incluso en el texto núm. 95 «el pueblo incontable» que llora en Troya la muerte de Héctor no es, naturalmente, una «multitud ilimitada». Más bien es una alusión poética (y por Teofrasto, sabemos, texto núm. 128, que Anaximandro empleaba términos que resultaban «más bien poéticos» al mismísimo Teofrasto) a la extraordinaria cantidad de gente reunida y llorando. Insistimos, por consiguiente, en hacer de tò ápeiron, aun accediendo a traducirlo «lo Infinito», un Todo insondable, de profundidades de misterio como sugiere el firmamento; nos negamos, en cambio, a aplicar a la multiplicidad de «cosas» (para decirlo con la palabra vaga con la que, al fin y al cabo, parece expresarlo Anaximandro) —contenidas en «lo Infinito»— la condición de numéricamente infinitas.

56 Esto, que es atribuido a Anaximandro (ver texto 115), es un caso típico de «anaxagorización» por parte de Aristóteles.
En efecto, en el fr. 12 de Anaxágoras se afirma que «se separa lo raro de lo denso, lo caliente de lo frío, etc.», y no es cuestión de separarse sólo un contrario del otro, sino que se separan de la macla primigenia (fr. 4). En tal sentido, la distinción que hacen KIRK, K-R, págs. 120-130, KAHN, Anaximander, págs. 19-20 y 40-41, y LANZA, Anassagora, página 195, entre otros, entre el verbo apokrÍnesthai y ekkrínesthai parece irrelevante, y los ejemplos que se pueden hallar no acreditan una distinción importante.

57 Anteriormente a Heráclito (fr. 126) no hallamos testimonios de oposición de cualidades, como caliente, frío, seco y húmedo. Pero sin duda hallamos oposiciones de «cosas» que, vistas desde una perspectiva posterior, puede decirse que tienen cualidades. Probablemente ése sea el caso de Anaximandro.
W. BRÖCKER, «Heraklit zitiert Anaximander», Hermes 84 (1956), 382-384, sugiere que el fr. 126 de Heráclito («las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo reseco se humedece», ver texto 634 y nota respectiva), que «no suena en absoluto a heraclíteo», es una cita textual de Anaximandro, que debe ser intercalada en el texto de Teofrasto-Simplicio núm. 128, en lugar de la discutida frase «a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción». Y en su apoyo utiliza la última frase del texto que estamos comentando, «contrariedades son: caliente, frío, seco, húmedo, etc.», como si fuera una paráfrasis de Teofrasto de aquella cita (el «etc.», que molesta a semejante hipótesis —ya que el texto heracliteano menciona dos parejas, sin sugerir otras—, es considerado por Bröcker, «sin duda, un añadido de Teofrasto»). KAHN, Anaximander, págs. 182 y sigs., especialmente pág. 196, comparte la tesis en cuanto al sentido conceptual, pero no en lo que concierne a la literalidad de la presunta cita. G. E. R. LLOYD, «Hot and cold, dry and wet in Greek Philosophy», en JHS 84 (1964), especialmente págs. 96-100, admite que las palabras «pagan la culpa unas a otras, etc.» implican una lucha o una oposición de contrarios, pero no de cualidades; y sugiere (como también, en otro sentido, HÖLSCHER, en A. F., págs. 18-25) que Anaximandro tiende a inscribirse en una línea cosmogónica como la que, más tarde, tentativamente sigue Parménides en el «discurso de la opinión» (donde se habla del «fuego de la llama» como opuesto a la «noche oscura»). Esta idea nos parece más plausible, aun cuando no creamos —porque no hay testimonio que lo acredite— que Anaximandro haya adoptado figuras míticas de las cosmogonías tradicionales, y pensamos que ha buscado más explicaciones que permitieran una construcción cosmológica comprensible.

58 Las palabras que siguen hasta el vocablo «tiempo», tras el cual viene el comentario de Teofrasto sobre el tono poético del lenguaje de Anaximandro, son consideradas textuales por DK, junto con las primeras «…principio… de todas las cosas es lo Infinito» (12 B 1). No obstante, se discute dónde comienza la cita textual. Por lo demás, las expresiones que traducimos «a partir de donde» y «hacia allí» literalmente deberían vertirse «a partir de las cuales» y «hacia las mismas», es decir, en plural, lo cual ha inducido a veces a pensar que no se refieren a «lo Infinito», que es mencionado en singular. Nosotros hemos entrecomillado lo que consideramos textual. El fraseo peripatético que lo precede es aplicado por Aristóteles a Tales, Anaxímenes, etc. (en Met. I 3), con significativa omisión de Anaximandro, por lo cual nos parece un exceso de Teofrasto aplicarlo a éste y que, para colmo, se lo tome como textual. La frase que hemos entrecomillado aparece ligada, al menos por Teofrasto, a la anterior, y parece implicar una lucha entre opuestos pero también una legalidad que impone justicia.
Respecto del plural «a partir de las cuales» (o «de las cosas») y «hacia las mismas», existen cuando menos tres interpretaciones: 1) «el plural es genérico» (K-R. pág. 118); 2) el plural vale como plural, y se refiere a los «elementos» que son mencionados por Simplicio poco después de la cita de los «términos poéticos» que emplea Anaximandro (KAHN, Anaximander, págs. 166 sigs.); 3) el plural vale como plural, pero se refiere al Infinito, «que no es una entidad singular sino una magnitud» (CHERNISS, ACPP, pág. 377; ver nuestra nota 52). Aunque por motivos ya aducidos en notas anteriores nosotros preferimos la posición 1, dicha polémica pierde mucho su importancia en cuanto hay actualmente casi unanimidad en considerar la frase como una inserción peripatética. En general, empero, se estima que «según la necesidad» ha de pertenecer a la cita textual, por ser chreōn un término arcaico. Nosotros no la incluimos en ella, sin embargo, dado que, en el texto que tenemos de Simplicio, forma parte de la frase tenida por apócrifa; y al no poder saber con certeza cuál era el texto originario no sabemos tampoco cuál sería el presunto papel de «según la necesidad». BRÖCKER (art. cit., pág. 384) «reconstruye» la frase en base al fr. 126 de Heráclito, al fin del cual cabe bien «según la necesidad», pero ya hemos visto en nota 57 (cf. nota 54 a «Heráclito») la debilidad de su tesis. Quizá seria más apropiada la frase que entrecomillamos en texto núm. 129 (abarca a todas las cosas y a todas gobierna) para la sustitución, ya que hemos indicado que la cita de Anaximandro implica una legalidad que hace justicia, y esto conviene a la idea de «gobierno». Pero también tiene que incluir una referencia a la oposición entre contrarios, o, en fin, al tipo de comportamiento de las «cosas» que conduce a que paguen «la culpa unas a otras».

59 No es el tiempo quien ordena, sino que «la reparación de la injusticia» tiene lugar de acuerdo con la forma en que está ordenado el tiempo. Por ello lo primero que sugiere la cita que hace Teofrasto es la alusión al día y a la noche, al verano y al invierno, aunque la situación puede implicar muchas más «cosas», y además llevar una oposición como, por ejemplo, entre «luz» y «tinieblas» a una dimensión humana y no sólo cosmológica.
Sobre lo relativo al «tiempo», ver textos núms. 134-140 y notas 64 y 66. El hecho de que Simplicio —¿o Teofrasto?— interprete la frase como referida «poéticamente» a la «transformación de los cuatro elementos unos en otros», no significa que debamos acogenios a la misma, cambiando sólo, con KAHN, Anaximander, págs. 178 sigs., la inequívocamente peripatética expresión «los cuatro elementos» por parejas varias de contrarios, como «frío y calor, humedad y sequía, oscuridad y luz», etc. En nota 57 nos hemos manifestado más propensos a ver oposiciones entre «cosas» más concretas como «llama» y «noche». En cualquier caso, el temor jurídico de la legalidad propuesta es innegable —lo cual es violentado por la reformulación peripatética— y lo mismo la referencia al tiempo. Como se suele decir, un contrario prevalece un período de tiempo, y como expiación debe ceder su lugar al opuesto, lo que, en la frase precedente, ha sido interpretado por Teofrasto como el nacimiento de uno y la muerte del otro a partir y hacia lo Infinito.

60 Aristóteles conecta a Anaximandro con Anaxágoras en cuanto le atribuye la separación de los contrarios a partir de lo Infinito, lo cual lo hemos considerado como una «anaxagorización».
R. MONDOLFO, «Eraclito e Anassimandro», en Studi e Ricerche di Storia della Filosofia, Turín, 1959, hace notar que el texto que estamos comentando dice expresamente que el elemento del cual los opuestos se generan es lo Infinito y procede no por vía de la alteración sino de la separación recíproca debida al movimiento, y que la generación se cumple simultáneamente a través de ambos componentes de toda pareja de opuestos. Esta interpretación crearía dificultades a la de Kahn y Bröcker, entre otros. Pero por nuestra parte consideramos que todo eso es una reformulación aristotélica en términos de Anaxágoras (cf. texto 124 y nota 56), y que no hay cuestión de separación de contrarios en Anaximandro —y menos a partir de lo Infinito, hacia afuera— sino de lucha, predominio temporario y expiación de su falta.

61 En este pasaje, aunque pleno de términos aristotélicos en su argumentación, encontramos algunas frases que son atribuidas a Anaximandro, y que nos enfrentan con el carácter divino de lo Infinito, omniabarcante y gobernante de las «cosas» que contiene.
C. J. CLASSEN, «Anaximander». Hermes 90 (1962), 168-169, declara que, de acuerdo con el texto 128, «según Anaximandro, el equilibrio de los contrarios no depende de un poder más alto, sino que es garantizado por si mismo en el orden del tiempo», de lo cual infiere que no se puede atribuir a lo Infinito de Anaximandro un «gobernar». Lo que pasa es que para Classen «el ápeiron de Anaximandro debe ser entendido ante todo espacialmente» (pág. 167), y siendo así le corresponde «abarcar» todo, mas no «gobernar». Pero el hecho de que el ápeiron pueda ser considerado espacial no significa que sea sólo espacial o ante todo espacial. Lo que está en juego aquí no es «un» dios sino «lo divino» (como dicen, según los que hablan de lo Infinito, pero sin añadir Intelecto, como Anaxágoras, o Amistad, como Empédocles, si bien Empédocles parece ser traído a cuento sólo con miras a señalar una diferencia en este trío que hemos visto suele ser artificialmente reunido). Por consiguiente, no es un «poder más alto», al menos más alto que el ápeiron, sino el ápeiron quien gobierna, lo cual no puede ser entendido como una acción personificadora, sino significativa de que todo tiene sentido.

64 No hay necesidad de ver aquí una personificación del tiempo para darle el justo sentido al texto de Solón, que es el mismo del texto núm. 137.
W. JAEGER, Paideia, I, págs. 180-182, interpreta la frase del texto núm. 128 que hemos traducido «de acuerdo con el ordenamiento del tiempo» en comparación con un pleito ante un juez «que fija la pena» (para lo cual puede usarse el verbo táttein, correspondiente al sustantivo táxis, «orden» u «ordenamiento»). Dice Jaeger que el juez es el tiempo: «cuando uno de los contendientes ha tomado demasiado del otro, le es quitado de nuevo el exceso y dado a aquel que ha conservado poco». F. DIRLMEIER, «Der Satz des Anaximandros», RhM 87 (1938), 376-382, y «Nochmals Anaximandros von Milet», Hermes 75 (1940), 329, advierte que la única base que tiene Jaeger para dar al vocablo táxis —y a todo el fragmento de Anaximandro— carácter judicial es un yambo de Solón, de donde extraemos los versos que figuran como nuestro texto núm. 138, en el que aparecen las palabras en díkēi chrónou («en la corte del tiempo», traduce KIRK, K-R, pág. 120). Dirlmeier interpreta que el peso mayor en el texto de Solón recae sobre Díke, la divinidad de la justicia, de la cual el tiempo es sólo auxiliar y aliado. Para eso, propone enmendar el texto, de modo que diga en Díkes thrónoi («en el trono de la justicia»). Ello resulta forzado. Solón pretende decir, en este yambo, lo mismo que en el texto anterior (núm. 137): con el tiempo se hará justicia, con el tiempo (núm. 138) se me hará justicia. No hay necesidad de personificar al Tiempo ni convertirlo en juez para dar sentido a estos textos y al de Anaximandro; de cualquier modo, el tono jurídico de este último es innegable.

65 La cosmogonía de Ferécides, aun conservando un ropaje mítico, supone no sólo un avance sobre Hesíodo sino un conocimiento de Anaximandro.
Cf. texto núm. 139 y notas 4 y 31. Con una leve modificación, el mítico Cronos —padre de Zeus— se convierte en Chronos, «tiempo». Pero esta personificación del tiempo no juega un papel significativo en la cosmogonía de Ferécides, y en todo caso no puede ser nunca un antecedente sino un derivado de Anaximandro.

66 Aunque con lenguaje anacrónico, esta dexografía reprodduce mejor el sentido de la frase de Anaximandro sobre el tiempo.

5* Tanto Aristóteles como Isócrates prestan su apoyo a la consideración de Alcmeón como «filósofo de la naturaleza», pero Aristóteles lo hace en forma demasiado breve como para justificarla. El texto de Isócrates es particularmente interesante, ya que debe ser independiente de Aristóteles y, naturalmente, de toda la tradición doxográfica (tanto para Alcmeón como para los otros autores que cita).
Por el mismo motivo, debe cuidarse de no «aristotelizar» el pasaje de Isócrates, como hace G. NORLIN en su traducción del Antídosis en LCL, II, pág. 333, en que habla de «elementos»(«infinitos», o bien «cuatro», etc.) «de los que están hechas» las cosas. Para un helenista sería triste insertar estos conceptos aristotélicos allí donde aún puede uno encontrar frases no viciadas por ellos. De todas modos, los conocimientos de que hace gala Isócrates sobre el tema no pueden ser tomados demasiado en serio. La mencidn de Alcmeón, como la que hace Aristóteles en la frase del texto precedente:, serán aclaradas en nota 8, pero aquí están fuera de contexto. Salvo la referencia al número infinito de cosas, que formaría parte del acervo de los intelectuales para aludir a los atomistas (lo mismo en lo concerniente al difundido tratado del sofista Gorgias), sus menciones parecen provenir de diálogos platónicos, como el Teeteto (180e y 183e: Parménides y Meliso) y el Sofista 242c-e: los eléatas lo Uno, alguien dos (húmedo-seco, caliente-frío; ver texto núm. 622), alguien que postula tres (aquí el único motivo que hallamos pueda haber sugerido a Isócrates que Platón hablaba de Ión de Quíos, es el que éste haya compuesto un poema con el título de Triadas). La acción de la Amistad y del Odio pueden haber derivado del mismo pasaje de Platón, aunque ya por entonces también la tesis de los cuatro principios o elementos de Empédocles debía haber alcanzado cierto grado de difusión (cf. Timeo 48b-d).

8* La reducción de las cosas a dos, según Isócrates, y la consideración de los contrarios como principios de las cosas, según Aristóteles (ver nota 5*), no tiene alcances cósmicos, sino sólo humanos.
Los ejemplos que da Aristóteles sugieren una extensión a campos como el ético —bueno malo—, pero el fr. 4 (texto núm. 396) muestra que no es así, y que más bien es Aristóteles quien toma los ejemplos «al azar», para contraponerlos a la década de parejas de contrarios encolumnados paralelamente. Aquí no son o no tienen por qué ser diez; sin duda Alcmeón sólo ha dado algunos ejemplos que no enfrentan una columna presuntamente positiva con otra presuntamente negativa. Por eso Aristóteles se queja de que no dice «cuántas y cuáles eran las oposiciones». Pero de todos modos trata de convertir a las oposiciones en principios cósmicos, quizá por la importancia que ha visto que les da a los contrarios.

9* El principio del equilibrio de los contrarios en el organismo como decisorio de la salud —junto a factores circunstanciales y a la precisión del lugar donde se produce el desequilibrio— parecen haber sido la doctrina médica de Alcmeón.
En general, se dan por textuales en este fr. 4 sólo las palabras isonomía y monarchía, que hemos traducido, respectivamente, por «equilibrio» y «predominio de un(a) sol(a)». Dice G. E. R. LLOYD, «Hot and Cold, Dry and Wet in Greek Philosophy», JHS 84 (1964), 94-95: «Caliente y frío, seco y húmedo parecen haber sido usados en teorías patológicas ya por Alcmeón, pero ¿hasta dónde podemos retrotraer su uso en doctrinas cosmológicas?» Puesto que en lo referente a las doctrinas cosmológicas, que es lo que Lloyd cuestiona, ya hemos tocado el tema al hablar de Anaximandro, no afecta lo concerniente a Alcmeón. El mismo autor, en otro artículo («Who is attacked in On Ancient Medicine?», Phr. VIII, 2 [1963], 113-114), desecha la hipótesis de que el autor atacado en la obra pseudo-hipocrática (cf. A. J. FESTUGIERE, Hippocrate. L’ancienne médecine, París, 1948, página XIII) sea Alcmeón; y, a la luz del Anonymus Londinense, conjetura que el autor atacado es Filolao. Pues aun cuando el médico hipocrático critica a quienes utilizan en medicina postulados tales como «caliente o frío o húmedo o seco o cualquier otra cosa, restringiendo el principio causal de las enfermedades y de la muerte … a un solo postulado o dos», no se puede atribuir sin error tal pensamiento a Alcmeón. Precisamente, dice Lloyd, el fr. 4 nos muestra la interferencia de otros factores, como el exceso o deficiencia en la dieta, etc. Por el contrario. en cierta medida puede decirse que hay conceptos de Alcmeón en el autor hipocrático (cap. XIV, págs. 12-13, ed. Festugière): lo seco y la húmedo, lo caliente y lo frío, junto con miles de otras fuerzas, como lo amargo y lo dulce, dice en lenguaje más elaborado, al estar mezcladas y atemperadas una por otras, son necesarias al hombre. Hemos subrayado la palabra «fuerzas» (dynámeis), porque pensamos que ella también debe ser considerada como textual en Alcmeón, a diferencia de «cualidades» (quizá la expresión integra «mezcla de cualidades» este puesta anacrónicamente). No puede haber cuestión de «cualidades», opinamos (en contra de SCHUMACHER, págs. 68-72): no porque se trate de «elementos», sino porque la que está en juego son más bien fuerzas «sustantivas», aunque no por eso se trate de «humores»; no están precisadas aún como órganos, actividades o sustancias determinadas, pero tampoco son adjetivas (aunque así aparezcan en la ejemplificación de Aristóteles). Cf. T. TRACY, Physiological Theory and the Doctrine of the Mean in Plato and Aristotle, La Haya-París, 1966, pág. 22 n. 2: «Nótese que isonomía implica una distribución balanceada de poderes».

12*Aquí Aristóteles pone en claro que ningún presocrático que haya sostenido que el «elemento» primordial fuera uno lo ha identificado con la tierra (contra textos núms. 475 y 476).
Respecto de la atribución a Hesíodo, cf. Teog. 116-117: en rigor, allí se dice que en primer lugar se generó Cháos, y luego la Tierra, pero Cháos, «abismo», es concebido por Aristóteles (Fís. IV 8, 208b, donde cita casi íntegramente ambos versos) no como «cuerpo» sino como «lugar» en que están los «cuerpos»; el primer «cuerpo», en sentido estrictamente aristotélico, sería la Tierra.

13* Il. XIV 201 (texto núm. 94). Sobre el empleo de este verso por Platón y Aristóteles para inferir de él una tesis sobre el poder generador universal del agua, ver textos núms. 18 y 583.
Pero nada avala la posible asimilación de Tetis a la tierra; ni en Homero, ni en Hesíodo, ya que, en Teog. 133-136 figuran ambos —Océano y Tetis, pero entre otros— como hijos del Cielo y la Tierra, y luego, en pareja, procrean diversos ríos (337).

20* Il. XIV 201: «Océano, generador de los dioses, y la madre Tetis». Cf. XIV 246 y la cita de Aristóteles en el texto número 18.

21* Heráclito, según lo dicho en Crát. 160d (texto núm. 580).

54* En forma parecida a Kirk a propósito del texto anterior, W. BRÖCKER, Hermes 84 (1956), 382, dice: «esto no suena en absoluto a heraclíteo», como si Heráclito tuviera una forma única o usual de establecer contraposiciones o hacer que suenen.

61** Este párrafo nos ofrece el testimonio de cómo interpreta Heráclito su propia tarea: descubrir palabras y acciones distinguiendo cada una según la naturaleza y mostrando cómo es (n. 60).
Es lo que hace, por ej., al hablar del «día» o de la «guerra» de modo distinto al de los poetas como Hesíodo y Homero, respectivamente. Se trata de insertar cada hecho y cada cosa en el orden armónico de los contrarios. La frase «muestro cómo es» en una reiteración enfática, y no una alusión al «ser» tras un «nacer», como interpreta GIGON, UH, págs. 9-10.

62 El que comprende al Logos y obra como Heráclito, está «despierto» y consciente. Según el fr. 2 y el fr. 89 (texto número 652), los despiertos atienden a lo «común», en tanto los «dormidos» tienen un mundo «particular» (el de sus sueños), obran como si tuvieran una «inteligencia particular».
En este último párrafo, traducimos del mismo modo —«les pasan inadvertidas»— el verbo lanthánō y su compuesto epilanthánomai, que son sinónimos. Kirk y Marcovich traducen, en el segundo caso, «olvidan». Para eso hay que suponer, con KIRK, pág. 44, no sólo que lo que «hacen mientras duermen» es soñar, sino que «olvidan», una vez despiertos («presumiblemente», dice Kirk, pero no se ve cómo podrían «olvidar» sus sueños mientras sueñan o duermen), con lo cual se destruye la contraposición «despiertos»-«dormidos». Para aceptar que lo que «hacen mientras duermen» es soñar y no convertirse en sonámbulos, hay que admitir la autenticidad del fr. 89 (texto núm. 652), del cual precisamente Kirk y Marcovich desconfían.

64 Con VLASTOS, AJP 76 (1955), 344, y MARCOVICH, págs. 98-100, considero textual de Heráclito la cita integra que hace Plutarco.

17 Una de las características principales de «lo existente» es la de «inmóvil», lo cual debe entenderse en Parménides en sentido ontológico y no meramente físico.
Las citas de Simplicio y Platón —textos núms. 907 y 908 (a las que se podría añadir SIMPL., Fis. 29, 18) son corrupciones del verso 28 B 8, 38 (texto núm. 910), originadas en una cita descuidada de Platón o en una mala copia de un escriba. En forma independiente y con resultados algo distintos, CORNFORD, Plato’s Theory of Knowledge, pág. 94 n. 1, y LOENEN, págs. 75-76, piensan que ambos pasajes no derivan del 8, 38, si bien Cornford admite la necesidad de modificarlo y procura integrarlo al fin del fr. 19. El argumento de Cornford es más fuerte que el de Loenen: alude al hecho de que Simplicio «lo cita dos veces, sin referencia al Teeteto». Pero (y dejando de lado la posibilidad de que el texto mismo de Platón esté corrupto) está bien claro que el contexto tiene más bien un tono irónico, y no contiene ninguna otra frase que sea tomada como referencia semi-textual. Además tanto Cornford como Loenen se ven obligados a corregir el hoîon («como», «por ejemplo») de los manuscritos de Platón y de Simplicio por un oîon («único») que dé sentido a la frase, pero que resulta forzado. En el texto núm. 907 hemos adoptado esa corrección —al traducirla— solo para que el lector vea cuál es el resultado de la misma. En el pasaje del Teeteto (texto núm. 908), en cambio, nos hemos atenido a los manuscritos. Hay que destacar, además, que aunque la palabra Being siempre arregla todo, éste sería el único caso de sustantivación de «ser» en Parménides sin artículo. Finalmente, y con relación al texto núm. 909, consideramos con KlRK y STOKES, Phr. V (1960), 1-4, que la frase «careciendo de lugar en el cual se pudiera mover» está parafraseando al verso 41 del fr. 8 (texto núm. 910: «cambiar de lugar») pero no es un argumento válido para rechazar el cambio espacial por la inexistencia de un «vacío» = «nada». El cambio es, en cualquier caso, básicamente existencial.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 58, 59, 62, 63, 66 a 68, 84, 87 a 101, 104 a 112, 248 a 253, 284 a 287, 327, 346, 347, 351, 356 a 358, 429 a 431.

De lo que se puede desprender de las palabras de Simplicio, y de los análisis de los autores, para Anaxágoras las «cosas», que son infinitas en número, son una mezcla de todo: en cada «cosa» hay de todas las otras, por pequeñas que sean las porciones de estas «otras cosas» en cada «cosa»; de tal manera, las diferencias que podemos captar con los sentidos de las diferentes «cosas» se debe a que, si bien es cierto estas son una mezcla de «todo», en ellas prevalece una «cosa» en particular, lo que hace que esta se haga manifiesta y notemos las diferencias. Esto no ocurría en la mezcla primigenia, donde solamente el aire y el éter, por ser las «cosas» más grandes que hay en el conjunto, tanto en cantidad como en tamaño, eran manifiestas: el aire y el éter —dice Anaxágoras— sostenían a las demás «cosas» —infinitas en cantidad—, de las que no se podía diferenciar ninguna dado que eran infinitamente pequeñas

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna, tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto , ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

677 (59 B 1 ) SIMPL., Fís. 155, 23-30: Que Anaxágoras afirma que de una mezcla única se separan las homeomerías, infinitas en número y existentes todas en todo, caracterizándose cada una según lo que en ella prevalece, es patente por lo que dice al comienzo del libro I de la Física 31: «Todas las cosas estaban juntas, infinitas tanto en cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era infinito. Y cuando todas las cosas estaban juntas, nada era manifiesto, a causa de la pequeñez. El aire y el éter sujetaban a todas las cosas, por ser ambos infinitos; en efecto, tales son las cosas más grandes que hay en el conjunto, tanto en cantidad como en tamaño» 32.

715 (59 B 2 ) SIMPL., Fís. 155, 30-156, 1: Y poco después dice: «Y en efecto, tanto el aire como el éter se separan de la multiplicidad abarcante, y lo abarcante es infinito en cantidad» 58.

716 (59 B 14) SMPL., Fís. 157, 7-8: «El intelecto, que existe siempre, y ahora también allí donde existen todas las demás cosas, en la multiplicidad abarcante».

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

31 Véase el final de nuestra nota 19.

32 Sobre el papel del aire y del éter ver nota 58. La que puede anotarse aquí es que son consideradas «cosas» en cierto modo distintas de las mezcladas, aunque ligadas a éstas en cuanto debían contenerlas, sujetarlas circundándolas (fr. 2). En ese conjunto en que el aire y el éter operan a modo de contención, son las cosas más grandes «tanto en cantidad como en tamaño». Esto último es difícil descifrar: ¿en cantidad de qué? Hablar de partículas resulta insostenible; lo más probable es que sea una expresión de redundancia enfática.
Coling STRANG, en un artículo de 1963 («The Physical Theory of Anaxagoras») incluido en SPP II, pág. 376, propone una traducción tan original como extravagante de los vocablos plēthos y mégethos («cantidad» y «tamaño», tradujimos): «volumen» y «espesor», respectivamente.

58 «Lo abarcante» desde por lo menos Anaxágoras (si no Anaximandro y Anaxímenes) hasta el Timeo (31a) tiene un significado que no puede despojarse de connotaciones que llevan a pensar, si no en algo divino, al menos en algo supremo. De los frs. 1 y 2 se infiere que, cuando «todas las cosas estaban juntas», eso «abarcante» contenía las sustancias que nosotros sabemos eran más «sutiles», a saber, el aire y el éter. Por el fr. 12 sabemos que «la más sutil de todas las cosas» es el intelecto. Y en el texto siguiente (núm. 716; fr. 14) se menciona la presencia del intelecto «en la multiplicidad abarcante», aunque no sea muy clara esta expresión. En todo caso, dado lo tenue de las sustancias y del intelecto, da pie para suponer una afinidad (véase en el tomo I, texto núm. 129, referido a Anaximandro, y la respectiva nota 61) de lugar y función.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 319, 320, 332, 333, 355 y 356.

129 (12 A 15) ARIST., Fís. III 4, 203b: Cualquier cosa es un principio o procede de un principio. Ahora bien, de lo infinito no hay principio, ya que [ése] sería un límite. Además, como principio, es inengendrado e indestructible, pues lo engendrado alcanza necesariamente un fin, y hay un término para toda destrucción. Por eso, según afirmamos, no hay principio de él, sino que él parece serlo de lo demás, y «abarca a todas las cosas y a todas gobierna», como dicen aquellos que no admiten, junto a lo Infinito, otras causas, tales como el Intelecto y la Amistad. Y esto es «lo divino», pues «es inmortal e imperecedero», como dicen Anaximandro y la mayoría de los físicos 61.

61 En este pasaje, aunque pleno de términos aristotélicos en su argumentación, encontramos algunas frases que son atribuidas a Anaximandro, y que nos enfrentan con el carácter divino de lo Infinito, omniabarcante y gobernante de las «cosas» que contiene.
C. J. CLASSEN, «Anaximander». Hermes 90 (1962), 168-169, declara que, de acuerdo con el texto 128, «según Anaximandro, el equilibrio de los contrarios no depende de un poder más alto, sino que es garantizado por si mismo en el orden del tiempo», de lo cual infiere que no se puede atribuir a lo Infinito de Anaximandro un «gobernar». Lo que pasa es que para Classen «el ápeiron de Anaximandro debe ser entendido ante todo espacialmente» (pág. 167), y siendo así le corresponde «abarcar» todo, mas no «gobernar». Pero el hecho de que el ápeiron pueda ser considerado espacial no significa que sea sólo espacial o ante todo espacial. Lo que está en juego aquí no es «un» dios sino «lo divino» (como dicen, según los que hablan de lo Infinito, pero sin añadir Intelecto, como Anaxágoras, o Amistad, como Empédocles, si bien Empédocles parece ser traído a cuento sólo con miras a señalar una diferencia en este trío que hemos visto suele ser artificialmente reunido). Por consiguiente, no es un «poder más alto», al menos más alto que el ápeiron, sino el ápeiron quien gobierna, lo cual no puede ser entendido como una acción personificadora, sino significativa de que todo tiene sentido.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 108 y 109.

Para Anaxágoras, al comienzo, todas las cosas estaban juntas: todas estas cosas eran, y son, infinitas tanto en cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era infinito —dice—, y ninguna era manifiesta, a causa de dicha pequeñez

665 (59 A 35) PLATÓN, Ap. 26d-e:

MELETO. — Señores jueces: precisamente Sócrates dice que el sol es una piedra y la luna, tierra.

SÓCRATES. — Pero querido Meleto , ¿no será Anaxágoras a quien crees acusar? ¿O subestimas a estos señores, tomándolos por ignorantes en lo que concierne a lecturas, como para no saber que los libros del clazomenio Anaxágoras están llenos de afirmaciones como ésas? ¡Y precisamente los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por una dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales doctrinas! 19.

677 (59 B 1 ) SIMPL., Fís. 155, 23-30: Que Anaxágoras afirma que de una mezcla única se separan las homeomerías, infinitas en número y existentes todas en todo, caracterizándose cada una según lo que en ella prevalece, es patente por lo que dice al comienzo del libro I de la Física 31: «Todas las cosas estaban juntas, infinitas tanto en cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era infinito. Y cuando todas las cosas estaban juntas, nada era manifiesto, a causa de la pequeñez. El aire y el éter sujetaban a todas las cosas, por ser ambos infinitos; en efecto, tales son las cosas más grandes que hay en el conjunto, tanto en cantidad como en tamaño» 32.

715 (59 B 2 ) SIMPL., Fís. 155, 30-156, 1: Y poco después dice: «Y en efecto, tanto el aire como el éter se separan de la multiplicidad abarcante, y lo abarcante es infinito en cantidad» 58.

716 (59 B 14) SMPL., Fís. 157, 7-8: «El intelecto, que existe siempre, y ahora también allí donde existen todas las demás cosas, en la multiplicidad abarcante».

19 Esta afirmación que Platón pone en boca de Sócrates revela que a comienzos del siglo IV a. C. la obra de Anaxágoras se vendía a un precio módico por ejemplar, y que había una buena disponibilidad de ejemplares (solamente el tribunal incluía 500 personas).
Aunque la «orquestra» era la denominación usual del espacio del teatro en que danzaba el «coro», aquí debe indicar algún lugar que sirviera de tienda o librería. Para que el lector tenga una idea aproximada del valor de una dracma, daremos unos pocos datos: a fines del siglo v a. C., un labriego ganaba una dracma por día (según una inscripción griega: cf. la edición de E. R. DODDS del Gorgias de Platón, pág. 347). En Gorgias 511d-e se nos informa que un viaje desde Egipto, el Ponto o lugares más remotos, cuesta dos dracmas, incluyendo el pasaje del señor de la familia, hijos, mujeres (criadas o esclavas, se supone, aparte de la esposa) y bienes. Un trayecto considerablemente más corto, como lo es el de la vecina isla de Egina hasta Atenas, cuesta dos óbolos, o sea, un tercio de una dracma. Como contrapartida, D. L., X 52, nos hace saber que Protágoras cobraba 100 dracmas por un curso, en tanto Platón hace decir a Sócrates (Crát. 384b-c) que Pródico dictaba un curso de 50 dracmas, si bien ha ofrecido uno abreviado por una dracma, que es el que Sócrates ha podido seguir. La expresión «libros» no implica forzosamente más de una obra, sino secciones de la misma (así lo da a entender Simplicio cuando afirma, «dice Anaxágoras en el libro I de la Física»): dicha expresión, anota BURNET (EGP, pág. 257, n. 6), «tal vez implica que abarcaba más de un rollo».

31 Véase el final de nuestra nota 19.

32 Sobre el papel del aire y del éter ver nota 58. La que puede anotarse aquí es que son consideradas «cosas» en cierto modo distintas de las mezcladas, aunque ligadas a éstas en cuanto debían contenerlas, sujetarlas circundándolas (fr. 2). En ese conjunto en que el aire y el éter operan a modo de contención, son las cosas más grandes «tanto en cantidad como en tamaño». Esto último es difícil descifrar: ¿en cantidad de qué? Hablar de partículas resulta insostenible; lo más probable es que sea una expresión de redundancia enfática.
Coling STRANG, en un artículo de 1963 («The Physical Theory of Anaxagoras») incluido en SPP II, pág. 376, propone una traducción tan original como extravagante de los vocablos plēthos y mégethos («cantidad» y «tamaño», tradujimos): «volumen» y «espesor», respectivamente.

58 «Lo abarcante» desde por lo menos Anaxágoras (si no Anaximandro y Anaxímenes) hasta el Timeo (31a) tiene un significado que no puede despojarse de connotaciones que llevan a pensar, si no en algo divino, al menos en algo supremo. De los frs. 1 y 2 se infiere que, cuando «todas las cosas estaban juntas», eso «abarcante» contenía las sustancias que nosotros sabemos eran más «sutiles», a saber, el aire y el éter. Por el fr. 12 sabemos que «la más sutil de todas las cosas» es el intelecto. Y en el texto siguiente (núm. 716; fr. 14) se menciona la presencia del intelecto «en la multiplicidad abarcante», aunque no sea muy clara esta expresión. En todo caso, dado lo tenue de las sustancias y del intelecto, da pie para suponer una afinidad (véase en el tomo I, texto núm. 129, referido a Anaximandro, y la respectiva nota 61) de lugar y función.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 319, 320, 332, 333, 355 y 356.

129 (12 A 15) ARIST., Fís. III 4, 203b: Cualquier cosa es un principio o procede de un principio. Ahora bien, de lo infinito no hay principio, ya que [ése] sería un límite. Además, como principio, es inengendrado e indestructible, pues lo engendrado alcanza necesariamente un fin, y hay un término para toda destrucción. Por eso, según afirmamos, no hay principio de él, sino que él parece serlo de lo demás, y «abarca a todas las cosas y a todas gobierna», como dicen aquellos que no admiten, junto a lo Infinito, otras causas, tales como el Intelecto y la Amistad. Y esto es «lo divino», pues «es inmortal e imperecedero», como dicen Anaximandro y la mayoría de los físicos 61.

61 En este pasaje, aunque pleno de términos aristotélicos en su argumentación, encontramos algunas frases que son atribuidas a Anaximandro, y que nos enfrentan con el carácter divino de lo Infinito, omniabarcante y gobernante de las «cosas» que contiene.
C. J. CLASSEN, «Anaximander». Hermes 90 (1962), 168-169, declara que, de acuerdo con el texto 128, «según Anaximandro, el equilibrio de los contrarios no depende de un poder más alto, sino que es garantizado por si mismo en el orden del tiempo», de lo cual infiere que no se puede atribuir a lo Infinito de Anaximandro un «gobernar». Lo que pasa es que para Classen «el ápeiron de Anaximandro debe ser entendido ante todo espacialmente» (pág. 167), y siendo así le corresponde «abarcar» todo, mas no «gobernar». Pero el hecho de que el ápeiron pueda ser considerado espacial no significa que sea sólo espacial o ante todo espacial. Lo que está en juego aquí no es «un» dios sino «lo divino» (como dicen, según los que hablan de lo Infinito, pero sin añadir Intelecto, como Anaxágoras, o Amistad, como Empédocles, si bien Empédocles parece ser traído a cuento sólo con miras a señalar una diferencia en este trío que hemos visto suele ser artificialmente reunido). Por consiguiente, no es un «poder más alto», al menos más alto que el ápeiron, sino el ápeiron quien gobierna, lo cual no puede ser entendido como una acción personificadora, sino significativa de que todo tiene sentido.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 108 y 109.

Aristóteles: el ser de Meliso es infinito porque lo concibió según la materia y, es necesariamente, solo cantidad

Para Aristóteles, la noción de infinito está asociada a cantidad, no así la de sustancia y cualidad, por tanto, si el ser de Meliso fuera corpóreo, sería sustancia y cantidad y, por consiguiente, doble no uno; en cambio, si es sustancia solamente, no será infinito y no tendrá, entonces, magnitud, lo que quiere decir que para que sea incorpóreo e infinito, debe ser solamente cantidad. Adicionalmente, para Aristóteles, Parménides captó lo uno según la forma, en cambio Meliso, según la materia, y por eso es que el primero dice que lo que es es limitado y el segundo que lo que es es ilimitado (infinito)
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Los filósofos presocráticos II, Meliso de Samos, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 110 a 112