Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito decían, según Aristóteles, que la superficie de la tierra es plana y que esta es la causa de su estabilidad: al estar contra el aire que está debajo y al no tener este lugar suficiente para moverse por estar abajo, permanece compacto

394 (31 B 100) ARIST., De Respir. VII 473a-b: También Empédocles habla de la respiración, sin embargo no pone en claro ni el hecho de cuál sea su finalidad ni tampoco el de si todos los animales respiran o no. Y cuando habla de la respiración por la nariz considera que se está refiriendo al principal tipo de respiración… Y expresa que la inspiración y la espiración se producen a causa de que existen ciertas venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, más angostos que las partículas del cuerpo pero mayores que las del aire. Y puesto que está en la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasladarse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiración, mientras que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la espiración. Compara lo que aquí sucede con las clepsidras:

De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacíos de sangre,
y en sus bocas, abundantes conductos perforan
los últimos extremos de la piel de parte a parte, de tal modo que la sangre
es albergada, al tiempo que se obtiene un libre acceso para el éter.
Entonces, cuando la delicada sangre se retira de allí,
el éter hirviente irrumpe con furiosas olas,
y cuando ella salta fuera, se produce la espiración. Tal como cuando una muchacha
juega con una clepsidra de brillante bronce:
Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo
y la sumerge en la masa de agua plateada que retrocede,
nada de lluvia penetra en el vaso, sino que es apartada
por el volumen de aire que presiona desde dentro sobre los abundantes orificios,
hasta que ella deje de contener la abundante corriente. Entonces, por el contrario,
al retroceder el soplo aéreo penetra una cantidad equivalente de agua.
Del mismo modo, cuando el agua se halla en la profundidad del bronce
estando cubierta la boca o poro por la carne mortal,
el éter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia
controlando su superficie sobre las puertas de la criba estrepitosa,
hasta que ella suelte su mano. Entonces, al revés de lo que antes ocurría,
al avanzar el soplo aéreo una cantidad equivalente de agua emprende la retirada.
Y lo mismo sucede con la delicada sangre que se agita a lo largo de los miembros
cuando volviendo sobre sus pasos se retira al interior,
al punto desciende la corriente de éter, precipitándose en oleadas,
pero cuando aquélla salta hacia afuera, en seguida se expira una cantidad semejante 139.

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

726 (59 A 87) Exc. ASTRON., Cod. Vat. 381: Que la tierra no es cóncava, como piensa Demócrito, ni plana, como Anaxágoras 64.

727 ARIST., Del Cielo III 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 65.

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

730 (59 A 69) [ARIST.], Probl. XVI 8, 914b – 915a: La causa de los fenómenos que suceden en la clepsidra parece ser la que dice Anaxágoras. En efecto, el aire encerrado en ella es causa de que el agua no penetre cuando el tubo está tapado ❬en su abertura superior❭. El aire en sí mismo no es, sin embargo, la causa, pues si se introduce [la clepsidra] en forma inclinada en el agua, habiendo tapado el tubo ❬en su abertura superior❭, el agua entra ❬por los orificios inferiores❭. Por ello no explica adecuadamente cómo [el aire] es causa, bien que, tal como se ha dicho, el aire es causa. Éste, sea impulsado o moviéndose por sí mismo sin ser compelido, se mueve por naturaleza en línea recta, tal como los demás elementos. Si la clepsidra se sumerge en forma inclinada, [el aire], manteniendo su curso recto, es expelido por el agua a través de los orificios opuestos a los [sumergidos] en el agua, y, al irse, el agua ingresa. Si en cambio la clepsidra se sumerge en forma recta en el agua, [el aire] no puede seguir su curso recto porque las partes superiores están obstruidas, y permanece en torno a los primeros orificios, pues no puede comprimirse en sí mismo. Y la prueba de que el aire, cuando no se puede mover, es capaz de excluir al agua, está en lo que sucede en la clepsidra.
En efecto, si se llena el balón [de la clepsidra] y se tapa el tubo ❬en su abertura superior❭, y se da vuelta [la clepsidra] con el tubo hacia abajo, el agua no corre a través del tubo hacia la boca de salida. Y cuando ésta es abierta, el agua no corre inmediatamente a través del tubo, sino sólo un momento después, puesto que no está sobre la boca de salida del tubo, sino que se mueve a través de éste después de que se ha abierto. Si, en cambio, la clepsidra está llena y en posición recta, apenas abierto el tubo, [el agua] pasa a través del colador, por estar en contacto con éste y no estar en contacto con las extremidades del tubo.
El agua, por consiguiente, no entra en la clepsidra, por la causa antes mencionada; pero sale una vez abierto el tubo porque el aire que está en él, al moverse hacia arriba y hacia abajo, provoca un gran vaciamiento del agua en la clepsidra. El agua, entonces, impulsada hacia abajo y deslizándose en forma natural en esa dirección, fluye, predominando por su violencia sobre el aire que está fuera de la clepsidra, aire que se mueve y es igual en fuerza al aire que empuja [desde arriba], pero que es más débil que éste por causa de la resistencia ❬del agua❭, que fluye rápidamente y cada vez con mayor intensidad a través del estrecho tubo hasta caer en el agua. Si el tubo hubiera estado cerrado, la causa de que el agua no corriera es la de que, al entrar en la clepsidra, el agua expelería de ella con violencia al aire. Una prueba de esto es el viento y ruido que se producen en ella.
Al entrar el agua, ❬el aire❭ hace presión con violencia y se precipita en el tubo; y como cuñas de madera o de bronce insertas en la hendidura, permanece así sin otra ligazón, ❬pero salta fácilmente cuando❭ es rechazada desde la [dirección] opuesta, tal como saltan de los leños las clavijas de maderas astilladas. Esto sucede una vez abierto el tubo, por las causas ya mencionadas. Si es por estas causas, es natural que [el agua] no fluya hacia afuera o bien que el aire, soplando con violencia, le impida salir. Y el ruido muestra que el agua es atraída hacia arriba por el aire, como sucede en muchos casos. Pero al ser atraída y por ser continua en si misma, toda el agua permanece bajo la presión del aire, hasta que es expelida nuevamente por éste. Y si al principio permanece quieta, también el resto se comporta así, por ser el agua una y continua 66.

139 La «clepsidra» en cuestión, utilizada por Empédocles como símil de la respiración, no es el reloj de agua del mismo nombre sino un artefacto que se utilizaba para trasvasar líquidos de un recipiente mayor a otro menor. Consistía en un tubo de metal similar al pico de las regaderas de jardín, con un extremo —el más estrecho— descubierto, y el otro cerrado pero perforado con pequeños orificios al modo de una criba. Al sumergir el extremo cribado en un líquido, este no penetra en el tubo en tanto se tape la otra boca con la mano (pues el aire que ocupa el tubo impide la entrada del liquido), pero si se libera la boca superior, entonces penetrará tanto líquido como aire desalojado. Además, si se retira la clepsidra del recipiente cuando ella se ha llenado de líquido, este no caerá por los pequeños orificios en tanto se mantenga tapado el otro extremo. La boca perforada del artefacto equivale a los poros que hay en la piel, la otra salida del tubo equivale a la nariz, el liquido a la sangre existente en los tubos de carne que atraviesan el cuerpo desde la nariz hasta los poros. La sangre palpita en dichos tubos y, cuando se retira hacia los poros, penetra aire por la nariz; en cambio, cuando la sangre abandona los poros, ella ocupa el lugar del aire que es expelido por la nariz. En fin, el movimiento oscilatorio de la sangre determina la inspiración y la espiración: al penetrar aire por la nariz, sale por los poros y viceversa. La agudeza de Empédocles al utilizar este símil es destacable, pero se trata nada más que de una ilustración empírica de un proceso a cuyo conocimiento Empédocles no a arribó —de más esta decirlo— por nada que se parezca a las modernas técnicas científicas de investigación. No vale la pena discutir las anacrónicas observaciones de quienes, como Farrington y Burnet (cf. EGP, página 27), suponen que estamos ante el primer caso de un «experimento científico».
La explicación del símil que hemos dado se basa en la de D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», JHS 77 (1957), 31-34. Ella se basa en considerar que se alude a la respiración a través de todo el cuerpo y no solamente por la nariz, lo que implica afirmar que Aristóteles se habría equivocado al tomar rinõn en el v. 4 como el genitivo plural de rís (nariz), cuando en verdad se trata de la piel (rinós). Una teoría de la respiración por los poros del cuerpo (quizá la misma teoría) puede hallarse en el Timeo platónico (79a-c). N . B. Booth ofrece una interpretación bien distinta del fragmento (cf. «Empedocles’ account of breathing», JHS 80 (1960), 10-15), para lo cual supone —contra Diels y Furley— que el rinõn significa «narices» (por lo cual se estaría hablando sólo de la respiración nasal), que en el v. 2 se habla de lo interior del cuerpo y no de su superficie (la palabra pýmaton es ambigua) y que el aire de la clepsidra simboliza la sangre de la respiración.

64 También a Anaxímenes (tomo I, textos nums. 210 y 213) los doxógrafos atribuyen el haber sostenido que la tierra es plana y que «cabalga» en el aire. Tal verbo (epocheîsthai) hemos sugerido que podría pertenecer textualmente a Anaxímenes (nuestra nota 99 en ese capítulo). Pero si allí se sostenía que para Anaxímenes la tierra tiene forma de tabla (tomo I, texto núm. 211), aquí tenemos que la doxografía atribuye a Anaxágoras haber dicho que tiene forma de tambor (o de tímpano, texto núm. 725, aunque esto podría entrar en conflicto con la afirmación, repetida, de que la tierra es plana). De ser así, la forma sería cilíndrica, como dicen los doxógrafos que lo era para Anaximandro (tomo I, textos núms. 158 a 160), y lo que es plano, es la superficie.

65 En sus típicas agrupaciones de pensadores para atribuir una tesis, Aristóteles endosa una idea compleja o un complejo de ideas —como se prefiera— a tres pensadores notoriamente distantes entre sí en el tiempo. Ya se ha dicho que, aun cuando no haya sido discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras puede haber seguido algunas de las líneas de su cosmología. Aquí tal vez lo único que parece corresponder a Anaxímenes es la idea de la superficie plana de la tierra, en lo cual coincidiría con Anaxágoras —aun dando formas distintas a la tierra, ver nota 64—, y posiblemente dejando lo de que «es la causa de su estabilidad» como una explicación que introduce Aristóteles. Véase nota 100 a Anaxímenes. Lo que es dable advertir aquí, como en los tres textos siguientes, es la idea de una presión del aire: lo que denominaríamos presión atmosférica. Presión, en todo caso, y por eso da el ejemplo de la clepsidra. Ver texto núm. 730 y nota 66.

66 La clepsidra mencionada aquí no es un «reloj de agua» sino una pequeña vasija, empleada habitualmente para transvasar líquidos, y que Anaxágoras ha utilizado para hacer experimentos que comprobaran la presión que ejerce el aire, cuya consistencia es ignorada por el común de las gentes hasta el punto de creer que es «vacío».
Cf. fr. 100 de Empédocles (texto núm. 394 en este volumen) y respectiva nota 139. La mayoría de los estudios respecto del funcionamiento y experimentos realizados con la clepsidra en la época griega clásica se refieren a Empédocles. Entre otros, cf. GUTHRIE, II, págs. 224-226, D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», ensayo de 1957 reimpreso en SPP II, con un «Postscript july 1971», en que se refiere brevemente a seis estudios aparecidos entre su propio artículo y su inclusión en SPP II. Como se sostiene en los estudios que hemos citado, no cabe hablar de un experimento de Empédocles, sino de un símil con el proceso de respiración. El texto pseudo-aristotélico de los Problemas, que refiere sin duda experimentos de Anaxágoras, ha merecido menor atención por parte de los estudiosos. El opúsculo de GERSHENSON y GREENBERG, Anaxagoras and the Birth of Scientific Method, pretende, por el contrario, darle su significación científica a los experimentos de Anaxágoras con la clepsidra. Lamentablemente, en este punto como en otros de la obra del clazomenio, ni hay referencia a los textos que pueden servir de apoyo, ni se ve que se siga con fidelidad a esos textos (lo que sugiere un empleo indirecto y parcial de los mismos). Así dichos autores solo hablan de sumergir la clepsidra (en rigor, dicen erróneamente «un reloj de agua», «un simple instrumento destinado a medir el tiempo», pág. 40; pero en ello pueden haber sido influidos por la Oxford’s Translation dirigida por Ross, tomo VII, donde también E. S. Forster traduce «Water-clock» la palabra klepsýdra en el texto que comentamos; a pesar de LSJ, primera acepción) «verticalmente» en el agua, y aluden sólo a estas situaciones: en una se colocaba un tapón en su boca superior de salida, estando vacío el interior de la clepsidra: no obstante, no ingresaba agua por los orificios inferiores, debido a que el aire ejercía presión desde el interior de la clepsidra (hemos usado las palabras de Gershenson y Greenberg, en el sentido de que se sumergía la «clepsidra vacía», y luego la conclusión anaxagórea que contradecía la frase anterior, al explicar que lo que impedía el ingreso del agua era «el aire dentro de la clepsidra»; lo que muestra que los autores en cuestión hablan como «el común de las gentes», al llamar «vacío» al «aire»; si bien entendemos que su intención en la primera frase es la de que la clepsidra está vacía de agua). En seguida, los autores hablan de otra situación, pero dividida en dos: la clepsidra está ahora llena de agua, y no es sumergida, pero en un caso, está puesto el tapón y el agua no sale por abajo; en el otro se saca el tapón y el agua fluye.
Si el lector revisa el texto pseudo-aristotélico, hallará que eso sólo es parte —mal transcrita— de lo que allí se describe, por más que haya que convenir que es de difícil lectura. Para facilitarla, describiremos primero la clepsidra que allí se usa, de acuerdo con THALHEIM (RE, XI, 1922, cols. 807-808) y lo inferimos de la lectura del texto. La clepsidra es una vasija pequeña, en la que podríamos distinguir dos partes: un balón, en cuya base hay orificios que forman una suerte de «colador» como se lo denomina en el mismo texto; y un tubo que hacía las veces de un «asa de forma semicircular» y «estaba en conexión por ambos lados con el interior de la vasija y tenía en su punto superior una abertura que se podía cerrar fácilmente con el pulgar» (Thalheim). Así podía sumergirse en un tonel de vino, llenar el balón, tapar con el dedo la abertura superior y llevarla hasta una jarra, donde se sacaba el dedo —o sea, se la destapaba- y el vino caía por abajo. En el primer caso que presenta el texto pseudo-aristotélico, se sumerge la clepsidra en forma inclinada (o bien, oblicuamente, como se prefiera), caso que no es contemplado en la descripción de Gershenson y Greenberg, y que es contrapuesto a la inmersión en forma recta. En el primer caso, al sumergirse en forma inclinada en el agua, hay orificios del «colador» que permanecen fuera del agua, y permiten que salga el aire que es expulsado por el agua que entra por los «orificios opuestos», que están sumergidos en el agua. Si se sumerge en forma recta, en cambio, el aire no puede salir (ni el agua entrar). En estos dos primeros casos el tubo está tapado. El experimento del balón lleno también presenta un aspecto que no describen los autores mencionados: la clepsidra se invierte, esto es, el balón queda arriba y el tubo abajo. El hecho de que, mientras la boca de salida esté tapada, el agua permanece en el balón sin correr a través del tubo, y que, cuando se destape aquélla, el agua no corra inmediatamente hacia la boca de salida, supone precisamente que el tubo,como en la descripción de Thalheim, sea un asa o argolla unida por ambos extremos a la parte superior del balón. Se trata de un espacio en el cual, aun cuando se llena de líquido el balón, el aire frena el paso del líquido. En la posición en que la clepsidra es invertida, la presión del liquido es mayor, pero mientras no se saque el dedo o el tapón, se mantiene la presión del aire, que cede al destaparse el tubo, lo cual permite que fluya el agua, aunque no inmediatamente. En la posición recta, en cambio (la única considerada por los dos autores mencionados, cuando se quita el tapón el agua sale inmediatamente por los orificios inferiores que constituyen el «colador». Aquí tampoco está sumergida en agua la clepsidra, y al destaparse el tubo se produce un «gran vaciamiento del agua» (no aceptamos la enmienda propuesta por Forster, kínesis, «movimiento», en lugar de kénosis, «vaciamiento») dentro de la clepsidra. En este caso, entre el aire encerrado en el tubo y que es destapado, y el agua que cae a través del «colador» pueden más, naturalmente, que la presión del aire externo a la clepsidra. En todo el pasaje, pues, se aprecia aquello a lo que ya en los dos textos anteriores (núms. 728 y 729) Antóteles se ha referido: la negación del vacío por Anaxágoras y la afirmación de éste de que muchos se equivocan al hablar, y denominan «vacío» al aire (como Gershenson y Greenberg). Pero lo principal es demostrar la fuerza o presión que ejerce el aire, aun cuando no existiera un concepto de «presión atmosférica», que puede justificar la aserción de que el aire sirva de soporte a la tierra (texto núm. 725).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 214 a 216 y 358 a 365

158 (12 A 10) Ps. PLUT., 2: En cuanto a la forma, la tierra es cilíndrica, y su espesor es un tercio de su ancho.

159 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 3; Su forma [esto es, la de la tierra], es anular, redonda, semejante a una columna de piedra; en una de sus superficies planas estamos situados, pues hay otra antípoda.

160 (12 A 25) AECIO, III 10, 2: Anaximandro dice que la tierra es similar a una columna de piedra 74.

210 (13 A 6) Ps. PLUT., 3: El aire, al comprimirse, genera primeramente la tierra, de la cual dice que es completamente plana 98 y, también por la misma razón, cabalga en el aire 99.

211 (13 A 20) AECIO, III 10, 3: Anaxímenes dice que la tierra tiene forma de tabla.

212 (13 a 6) ARIST., Del Cielo II 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 100.

213 (13 A 20) AECIO, III 15, 18: Anaxímenes dice que la tierra cabalga en el aire por causa de lo plano [de su superficie].

74 La expresión «semejante a una columna de piedra» tiene visos de ser textual, y ha de ser posiblemente la que más tarde ha sido sustituida por «cilíndrica» (de forma).

98 La generación de la tierra directamente del agua no es contradictoria con otros testimonios que mencionan pasos diversos en el proceso de condensación (viento, nube, agua) del aire antes de llegar a ser tierra, pues aquí no se habla de la tierra como «elemento» o una «cosa como el «agua», «viento», etc., sino de la tierra que habitamos, como se ve por la referencia a su superficie plana y al «cabalgar en el aire».
Por lo tanto, no hay tal «dificultad mayor» como la que ve MADD., lonici, págs. 186 sigs. Y se nos antoja que el verbo «comprimirse» no tiene aquí el mismo significado que «condensarse».

99 Traducimos epocheîsthai por .«cabalgar» (si bien también podría decirse «sostenerse», pero la otra acepción parece más arcaica), y por su índole puede ser textual de Anaxímenes.

100 Que la tierra sea plana y tenga forma de tabla implica un retroceso de Anaxímenes frente a la tierra cilíndrica que concebía Anaximandro. Pero por lo demás Aristóteles intenta una explicación probablemente incorrecta del «cabalgar» de la tierra en el aire, asimilando a Anaxímenes en una explicación que los doxógrafos atribuyen a Anaxágoras (y él mismo lo menciona).
Cf. 59 A 42, donde se usa el mismo verbo epocheîsthai que vimos en nota 99, y que puede ser fuente del malentendido. Kirk objeta que «para Anaxímenes el aire circundante era absolutamente ilimitado», aunque no es bueno usar terminología aristotélica para objetar a Aristóteles. De todos modos, si el «aire» es lo «divino», y fuerza generadora de lo demás, no es lícito tomarlo aquí como «encerrado» como el agua en una clepsidra.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 120, 137 y 138.

Según los autores, Anaxágoras coincidiría con Anaxímenes en la idea de una superficie plana de la tierra, aun dando ambos formas distintas a la misma

394 (31 B 100) ARIST., De Respir. VII 473a-b: También Empédocles habla de la respiración, sin embargo no pone en claro ni el hecho de cuál sea su finalidad ni tampoco el de si todos los animales respiran o no. Y cuando habla de la respiración por la nariz considera que se está refiriendo al principal tipo de respiración… Y expresa que la inspiración y la espiración se producen a causa de que existen ciertas venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, más angostos que las partículas del cuerpo pero mayores que las del aire. Y puesto que está en la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasladarse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiración, mientras que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la espiración. Compara lo que aquí sucede con las clepsidras:

De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacíos de sangre,
y en sus bocas, abundantes conductos perforan
los últimos extremos de la piel de parte a parte, de tal modo que la sangre
es albergada, al tiempo que se obtiene un libre acceso para el éter.
Entonces, cuando la delicada sangre se retira de allí,
el éter hirviente irrumpe con furiosas olas,
y cuando ella salta fuera, se produce la espiración. Tal como cuando una muchacha
juega con una clepsidra de brillante bronce:
Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo
y la sumerge en la masa de agua plateada que retrocede,
nada de lluvia penetra en el vaso, sino que es apartada
por el volumen de aire que presiona desde dentro sobre los abundantes orificios,
hasta que ella deje de contener la abundante corriente. Entonces, por el contrario,
al retroceder el soplo aéreo penetra una cantidad equivalente de agua.
Del mismo modo, cuando el agua se halla en la profundidad del bronce
estando cubierta la boca o poro por la carne mortal,
el éter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia
controlando su superficie sobre las puertas de la criba estrepitosa,
hasta que ella suelte su mano. Entonces, al revés de lo que antes ocurría,
al avanzar el soplo aéreo una cantidad equivalente de agua emprende la retirada.
Y lo mismo sucede con la delicada sangre que se agita a lo largo de los miembros
cuando volviendo sobre sus pasos se retira al interior,
al punto desciende la corriente de éter, precipitándose en oleadas,
pero cuando aquélla salta hacia afuera, en seguida se expira una cantidad semejante 139.

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

726 (59 A 87) Exc. ASTRON., Cod. Vat. 381: Que la tierra no es cóncava, como piensa Demócrito, ni plana, como Anaxágoras 64.

727 ARIST., Del Cielo III 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 65.

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

730 (59 A 69) [ARIST.], Probl. XVI 8, 914b – 915a: La causa de los fenómenos que suceden en la clepsidra parece ser la que dice Anaxágoras. En efecto, el aire encerrado en ella es causa de que el agua no penetre cuando el tubo está tapado ❬en su abertura superior❭. El aire en sí mismo no es, sin embargo, la causa, pues si se introduce [la clepsidra] en forma inclinada en el agua, habiendo tapado el tubo ❬en su abertura superior❭, el agua entra ❬por los orificios inferiores❭. Por ello no explica adecuadamente cómo [el aire] es causa, bien que, tal como se ha dicho, el aire es causa. Éste, sea impulsado o moviéndose por sí mismo sin ser compelido, se mueve por naturaleza en línea recta, tal como los demás elementos. Si la clepsidra se sumerge en forma inclinada, [el aire], manteniendo su curso recto, es expelido por el agua a través de los orificios opuestos a los [sumergidos] en el agua, y, al irse, el agua ingresa. Si en cambio la clepsidra se sumerge en forma recta en el agua, [el aire] no puede seguir su curso recto porque las partes superiores están obstruidas, y permanece en torno a los primeros orificios, pues no puede comprimirse en sí mismo. Y la prueba de que el aire, cuando no se puede mover, es capaz de excluir al agua, está en lo que sucede en la clepsidra.
En efecto, si se llena el balón [de la clepsidra] y se tapa el tubo ❬en su abertura superior❭, y se da vuelta [la clepsidra] con el tubo hacia abajo, el agua no corre a través del tubo hacia la boca de salida. Y cuando ésta es abierta, el agua no corre inmediatamente a través del tubo, sino sólo un momento después, puesto que no está sobre la boca de salida del tubo, sino que se mueve a través de éste después de que se ha abierto. Si, en cambio, la clepsidra está llena y en posición recta, apenas abierto el tubo, [el agua] pasa a través del colador, por estar en contacto con éste y no estar en contacto con las extremidades del tubo.
El agua, por consiguiente, no entra en la clepsidra, por la causa antes mencionada; pero sale una vez abierto el tubo porque el aire que está en él, al moverse hacia arriba y hacia abajo, provoca un gran vaciamiento del agua en la clepsidra. El agua, entonces, impulsada hacia abajo y deslizándose en forma natural en esa dirección, fluye, predominando por su violencia sobre el aire que está fuera de la clepsidra, aire que se mueve y es igual en fuerza al aire que empuja [desde arriba], pero que es más débil que éste por causa de la resistencia ❬del agua❭, que fluye rápidamente y cada vez con mayor intensidad a través del estrecho tubo hasta caer en el agua. Si el tubo hubiera estado cerrado, la causa de que el agua no corriera es la de que, al entrar en la clepsidra, el agua expelería de ella con violencia al aire. Una prueba de esto es el viento y ruido que se producen en ella.
Al entrar el agua, ❬el aire❭ hace presión con violencia y se precipita en el tubo; y como cuñas de madera o de bronce insertas en la hendidura, permanece así sin otra ligazón, ❬pero salta fácilmente cuando❭ es rechazada desde la [dirección] opuesta, tal como saltan de los leños las clavijas de maderas astilladas. Esto sucede una vez abierto el tubo, por las causas ya mencionadas. Si es por estas causas, es natural que [el agua] no fluya hacia afuera o bien que el aire, soplando con violencia, le impida salir. Y el ruido muestra que el agua es atraída hacia arriba por el aire, como sucede en muchos casos. Pero al ser atraída y por ser continua en si misma, toda el agua permanece bajo la presión del aire, hasta que es expelida nuevamente por éste. Y si al principio permanece quieta, también el resto se comporta así, por ser el agua una y continua 66.

139 La «clepsidra» en cuestión, utilizada por Empédocles como símil de la respiración, no es el reloj de agua del mismo nombre sino un artefacto que se utilizaba para trasvasar líquidos de un recipiente mayor a otro menor. Consistía en un tubo de metal similar al pico de las regaderas de jardín, con un extremo —el más estrecho— descubierto, y el otro cerrado pero perforado con pequeños orificios al modo de una criba. Al sumergir el extremo cribado en un líquido, este no penetra en el tubo en tanto se tape la otra boca con la mano (pues el aire que ocupa el tubo impide la entrada del liquido), pero si se libera la boca superior, entonces penetrará tanto líquido como aire desalojado. Además, si se retira la clepsidra del recipiente cuando ella se ha llenado de líquido, este no caerá por los pequeños orificios en tanto se mantenga tapado el otro extremo. La boca perforada del artefacto equivale a los poros que hay en la piel, la otra salida del tubo equivale a la nariz, el liquido a la sangre existente en los tubos de carne que atraviesan el cuerpo desde la nariz hasta los poros. La sangre palpita en dichos tubos y, cuando se retira hacia los poros, penetra aire por la nariz; en cambio, cuando la sangre abandona los poros, ella ocupa el lugar del aire que es expelido por la nariz. En fin, el movimiento oscilatorio de la sangre determina la inspiración y la espiración: al penetrar aire por la nariz, sale por los poros y viceversa. La agudeza de Empédocles al utilizar este símil es destacable, pero se trata nada más que de una ilustración empírica de un proceso a cuyo conocimiento Empédocles no a arribó —de más esta decirlo— por nada que se parezca a las modernas técnicas científicas de investigación. No vale la pena discutir las anacrónicas observaciones de quienes, como Farrington y Burnet (cf. EGP, página 27), suponen que estamos ante el primer caso de un «experimento científico».
La explicación del símil que hemos dado se basa en la de D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», JHS 77 (1957), 31-34. Ella se basa en considerar que se alude a la respiración a través de todo el cuerpo y no solamente por la nariz, lo que implica afirmar que Aristóteles se habría equivocado al tomar rinõn en el v. 4 como el genitivo plural de rís (nariz), cuando en verdad se trata de la piel (rinós). Una teoría de la respiración por los poros del cuerpo (quizá la misma teoría) puede hallarse en el Timeo platónico (79a-c). N . B. Booth ofrece una interpretación bien distinta del fragmento (cf. «Empedocles’ account of breathing», JHS 80 (1960), 10-15), para lo cual supone —contra Diels y Furley— que el rinõn significa «narices» (por lo cual se estaría hablando sólo de la respiración nasal), que en el v. 2 se habla de lo interior del cuerpo y no de su superficie (la palabra pýmaton es ambigua) y que el aire de la clepsidra simboliza la sangre de la respiración.

64 También a Anaxímenes (tomo I, textos nums. 210 y 213) los doxógrafos atribuyen el haber sostenido que la tierra es plana y que «cabalga» en el aire. Tal verbo (epocheîsthai) hemos sugerido que podría pertenecer textualmente a Anaxímenes (nuestra nota 99 en ese capítulo). Pero si allí se sostenía que para Anaxímenes la tierra tiene forma de tabla (tomo I, texto núm. 211), aquí tenemos que la doxografía atribuye a Anaxágoras haber dicho que tiene forma de tambor (o de tímpano, texto núm. 725, aunque esto podría entrar en conflicto con la afirmación, repetida, de que la tierra es plana). De ser así, la forma sería cilíndrica, como dicen los doxógrafos que lo era para Anaximandro (tomo I, textos núms. 158 a 160), y lo que es plano, es la superficie.

65 En sus típicas agrupaciones de pensadores para atribuir una tesis, Aristóteles endosa una idea compleja o un complejo de ideas —como se prefiera— a tres pensadores notoriamente distantes entre sí en el tiempo. Ya se ha dicho que, aun cuando no haya sido discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras puede haber seguido algunas de las líneas de su cosmología. Aquí tal vez lo único que parece corresponder a Anaxímenes es la idea de la superficie plana de la tierra, en lo cual coincidiría con Anaxágoras —aun dando formas distintas a la tierra, ver nota 64—, y posiblemente dejando lo de que «es la causa de su estabilidad» como una explicación que introduce Aristóteles. Véase nota 100 a Anaxímenes. Lo que es dable advertir aquí, como en los tres textos siguientes, es la idea de una presión del aire: lo que denominaríamos presión atmosférica. Presión, en todo caso, y por eso da el ejemplo de la clepsidra. Ver texto núm. 730 y nota 66.

66 La clepsidra mencionada aquí no es un «reloj de agua» sino una pequeña vasija, empleada habitualmente para transvasar líquidos, y que Anaxágoras ha utilizado para hacer experimentos que comprobaran la presión que ejerce el aire, cuya consistencia es ignorada por el común de las gentes hasta el punto de creer que es «vacío».
Cf. fr. 100 de Empédocles (texto núm. 394 en este volumen) y respectiva nota 139. La mayoría de los estudios respecto del funcionamiento y experimentos realizados con la clepsidra en la época griega clásica se refieren a Empédocles. Entre otros, cf. GUTHRIE, II, págs. 224-226, D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», ensayo de 1957 reimpreso en SPP II, con un «Postscript july 1971», en que se refiere brevemente a seis estudios aparecidos entre su propio artículo y su inclusión en SPP II. Como se sostiene en los estudios que hemos citado, no cabe hablar de un experimento de Empédocles, sino de un símil con el proceso de respiración. El texto pseudo-aristotélico de los Problemas, que refiere sin duda experimentos de Anaxágoras, ha merecido menor atención por parte de los estudiosos. El opúsculo de GERSHENSON y GREENBERG, Anaxagoras and the Birth of Scientific Method, pretende, por el contrario, darle su significación científica a los experimentos de Anaxágoras con la clepsidra. Lamentablemente, en este punto como en otros de la obra del clazomenio, ni hay referencia a los textos que pueden servir de apoyo, ni se ve que se siga con fidelidad a esos textos (lo que sugiere un empleo indirecto y parcial de los mismos). Así dichos autores solo hablan de sumergir la clepsidra (en rigor, dicen erróneamente «un reloj de agua», «un simple instrumento destinado a medir el tiempo», pág. 40; pero en ello pueden haber sido influidos por la Oxford’s Translation dirigida por Ross, tomo VII, donde también E. S. Forster traduce «Water-clock» la palabra klepsýdra en el texto que comentamos; a pesar de LSJ, primera acepción) «verticalmente» en el agua, y aluden sólo a estas situaciones: en una se colocaba un tapón en su boca superior de salida, estando vacío el interior de la clepsidra: no obstante, no ingresaba agua por los orificios inferiores, debido a que el aire ejercía presión desde el interior de la clepsidra (hemos usado las palabras de Gershenson y Greenberg, en el sentido de que se sumergía la «clepsidra vacía», y luego la conclusión anaxagórea que contradecía la frase anterior, al explicar que lo que impedía el ingreso del agua era «el aire dentro de la clepsidra»; lo que muestra que los autores en cuestión hablan como «el común de las gentes», al llamar «vacío» al «aire»; si bien entendemos que su intención en la primera frase es la de que la clepsidra está vacía de agua). En seguida, los autores hablan de otra situación, pero dividida en dos: la clepsidra está ahora llena de agua, y no es sumergida, pero en un caso, está puesto el tapón y el agua no sale por abajo; en el otro se saca el tapón y el agua fluye.
Si el lector revisa el texto pseudo-aristotélico, hallará que eso sólo es parte —mal transcrita— de lo que allí se describe, por más que haya que convenir que es de difícil lectura. Para facilitarla, describiremos primero la clepsidra que allí se usa, de acuerdo con THALHEIM (RE, XI, 1922, cols. 807-808) y lo inferimos de la lectura del texto. La clepsidra es una vasija pequeña, en la que podríamos distinguir dos partes: un balón, en cuya base hay orificios que forman una suerte de «colador» como se lo denomina en el mismo texto; y un tubo que hacía las veces de un «asa de forma semicircular» y «estaba en conexión por ambos lados con el interior de la vasija y tenía en su punto superior una abertura que se podía cerrar fácilmente con el pulgar» (Thalheim). Así podía sumergirse en un tonel de vino, llenar el balón, tapar con el dedo la abertura superior y llevarla hasta una jarra, donde se sacaba el dedo —o sea, se la destapaba- y el vino caía por abajo. En el primer caso que presenta el texto pseudo-aristotélico, se sumerge la clepsidra en forma inclinada (o bien, oblicuamente, como se prefiera), caso que no es contemplado en la descripción de Gershenson y Greenberg, y que es contrapuesto a la inmersión en forma recta. En el primer caso, al sumergirse en forma inclinada en el agua, hay orificios del «colador» que permanecen fuera del agua, y permiten que salga el aire que es expulsado por el agua que entra por los «orificios opuestos», que están sumergidos en el agua. Si se sumerge en forma recta, en cambio, el aire no puede salir (ni el agua entrar). En estos dos primeros casos el tubo está tapado. El experimento del balón lleno también presenta un aspecto que no describen los autores mencionados: la clepsidra se invierte, esto es, el balón queda arriba y el tubo abajo. El hecho de que, mientras la boca de salida esté tapada, el agua permanece en el balón sin correr a través del tubo, y que, cuando se destape aquélla, el agua no corra inmediatamente hacia la boca de salida, supone precisamente que el tubo,como en la descripción de Thalheim, sea un asa o argolla unida por ambos extremos a la parte superior del balón. Se trata de un espacio en el cual, aun cuando se llena de líquido el balón, el aire frena el paso del líquido. En la posición en que la clepsidra es invertida, la presión del liquido es mayor, pero mientras no se saque el dedo o el tapón, se mantiene la presión del aire, que cede al destaparse el tubo, lo cual permite que fluya el agua, aunque no inmediatamente. En la posición recta, en cambio (la única considerada por los dos autores mencionados, cuando se quita el tapón el agua sale inmediatamente por los orificios inferiores que constituyen el «colador». Aquí tampoco está sumergida en agua la clepsidra, y al destaparse el tubo se produce un «gran vaciamiento del agua» (no aceptamos la enmienda propuesta por Forster, kínesis, «movimiento», en lugar de kénosis, «vaciamiento») dentro de la clepsidra. En este caso, entre el aire encerrado en el tubo y que es destapado, y el agua que cae a través del «colador» pueden más, naturalmente, que la presión del aire externo a la clepsidra. En todo el pasaje, pues, se aprecia aquello a lo que ya en los dos textos anteriores (núms. 728 y 729) Antóteles se ha referido: la negación del vacío por Anaxágoras y la afirmación de éste de que muchos se equivocan al hablar, y denominan «vacío» al aire (como Gershenson y Greenberg). Pero lo principal es demostrar la fuerza o presión que ejerce el aire, aun cuando no existiera un concepto de «presión atmosférica», que puede justificar la aserción de que el aire sirva de soporte a la tierra (texto núm. 725).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 214 a 216 y 358 a 365

158 (12 A 10) Ps. PLUT., 2: En cuanto a la forma, la tierra es cilíndrica, y su espesor es un tercio de su ancho.

159 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 3; Su forma [esto es, la de la tierra], es anular, redonda, semejante a una columna de piedra; en una de sus superficies planas estamos situados, pues hay otra antípoda.

160 (12 A 25) AECIO, III 10, 2: Anaximandro dice que la tierra es similar a una columna de piedra 74.

210 (13 A 6) Ps. PLUT., 3: El aire, al comprimirse, genera primeramente la tierra, de la cual dice que es completamente plana 98 y, también por la misma razón, cabalga en el aire 99.

211 (13 A 20) AECIO, III 10, 3: Anaxímenes dice que la tierra tiene forma de tabla.

212 (13 a 6) ARIST., Del Cielo II 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para m u
verse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 100.

213 (13 A 20) AECIO, III 15, 18: Anaxímenes dice que la tierra cabalga en el aire por causa de lo plano [de su superficie].

74 La expresión «semejante a una columna de piedra» tiene visos de ser textual, y ha de ser posiblemente la que más tarde ha sido sustituida por «cilíndrica» (de forma).

98 La generación de la tierra directamente del agua no es contradictoria con otros testimonios que mencionan pasos diversos en el proceso de condensación (viento, nube, agua) del aire antes de llegar a ser tierra, pues aquí no se habla de la tierra como «elemento» o una «cosa como el «agua», «viento», etc., sino de la tierra que habitamos, como se ve por la referencia a su superficie plana y al «cabalgar en el aire».
Por lo tanto, no hay tal «dificultad mayor» como la que ve MADD., lonici, págs. 186 sigs. Y se nos antoja que el verbo «comprimirse» no tiene aquí el mismo significado que «condensarse».

99 Traducimos epocheîsthai por .«cabalgar» (si bien también podría decirse «sostenerse», pero la otra acepción parece más arcaica), y por su índole puede ser textual de Anaxímenes.

100 Que la tierra sea plana y tenga forma de tabla implica un retroceso de Anaxímenes frente a la tierra cilíndrica que concebía Anaximandro. Pero por lo demás Aristóteles intenta una explicación probablemente incorrecta del «cabalgar» de la tierra en el aire, asimilando a Anaxímenes en una explicación que los doxógrafos atribuyen a Anaxágoras (y él mismo lo menciona).
Cf. 59 A 42, donde se usa el mismo verbo epocheîsthai que vimos en nota 99, y que puede ser fuente del malentendido. Kirk objeta que «para Anaxímenes el aire circundante era absolutamente ilimitado», aunque no es bueno usar terminología aristotélica para objetar a Aristóteles. De todos modos, si el «aire» es lo «divino», y fuerza generadora de lo demás, no es lícito tomarlo aquí como «encerrado» como el agua en una clepsidra.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 120, 137 y 138.

Según los autores, Anaxágoras no fue discípulo de Anaxímenes, como se suele creer, sin embargo, puede haber seguido algunas líneas de su cosmología

394 (31 B 100) ARIST., De Respir. VII 473a-b: También Empédocles habla de la respiración, sin embargo no pone en claro ni el hecho de cuál sea su finalidad ni tampoco el de si todos los animales respiran o no. Y cuando habla de la respiración por la nariz considera que se está refiriendo al principal tipo de respiración… Y expresa que la inspiración y la espiración se producen a causa de que existen ciertas venas en las que hay sangre, pero sin embargo no se hallan colmadas de ella. Dichas venas poseen poros hacia el aire exterior, más angostos que las partículas del cuerpo pero mayores que las del aire. Y puesto que está en la naturaleza de la sangre el moverse hacia arriba y hacia abajo, al trasladarse ella hacia abajo penetra el aire y se produce la inspiración, mientras que al dirigirse hacia arriba el aire es arrojado fuera y se produce la espiración. Compara lo que aquí sucede con las clepsidras:

De este modo todos los seres inspiran y expiran: en todos ellos se extienden
a lo largo de la superficie del cuerpo tubos de carne vacíos de sangre,
y en sus bocas, abundantes conductos perforan
los últimos extremos de la piel de parte a parte, de tal modo que la sangre
es albergada, al tiempo que se obtiene un libre acceso para el éter.
Entonces, cuando la delicada sangre se retira de allí,
el éter hirviente irrumpe con furiosas olas,
y cuando ella salta fuera, se produce la espiración. Tal como cuando una muchacha
juega con una clepsidra de brillante bronce:
Cuando coloca su esbelta mano sobre la boca del tubo
y la sumerge en la masa de agua plateada que retrocede,
nada de lluvia penetra en el vaso, sino que es apartada
por el volumen de aire que presiona desde dentro sobre los abundantes orificios,
hasta que ella deje de contener la abundante corriente. Entonces, por el contrario,
al retroceder el soplo aéreo penetra una cantidad equivalente de agua.
Del mismo modo, cuando el agua se halla en la profundidad del bronce
estando cubierta la boca o poro por la carne mortal,
el éter exterior que presiona por entrar retiene la lluvia
controlando su superficie sobre las puertas de la criba estrepitosa,
hasta que ella suelte su mano. Entonces, al revés de lo que antes ocurría,
al avanzar el soplo aéreo una cantidad equivalente de agua emprende la retirada.
Y lo mismo sucede con la delicada sangre que se agita a lo largo de los miembros
cuando volviendo sobre sus pasos se retira al interior,
al punto desciende la corriente de éter, precipitándose en oleadas,
pero cuando aquélla salta hacia afuera, en seguida se expira una cantidad semejante 139.

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

726 (59 A 87) Exc. ASTRON., Cod. Vat. 381: Que la tierra no es cóncava, como piensa Demócrito, ni plana, como Anaxágoras 64.

727 ARIST., Del Cielo III 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para moverse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 65.

728 (59 A 68) ARIST., Del Cielo IV 2, 309a: Algunos de los que niegan que exista el vacío no se han pronunciado con precisión acerca de lo liviano y lo pesado, como Anaxágoras y Empédocles.

729 (59 A 6 8 ) ARIST., Fís. IV 6, 213a: Los que intentan demostrar que [el vacío] no existe no rechazan lo que los hombres entienden al decir «vacío», sino en cuanto se equivocan al hablar: así Anaxágoras y los que refutan de ese modo [la existencia del vacío]. Demuestran, en efecto, que el aire es algo, retorciendo odres, y prueban también que el aire es resistente, encerrándolo en clepsidras.

730 (59 A 69) [ARIST.], Probl. XVI 8, 914b – 915a: La causa de los fenómenos que suceden en la clepsidra parece ser la que dice Anaxágoras. En efecto, el aire encerrado en ella es causa de que el agua no penetre cuando el tubo está tapado ❬en su abertura superior❭. El aire en sí mismo no es, sin embargo, la causa, pues si se introduce [la clepsidra] en forma inclinada en el agua, habiendo tapado el tubo ❬en su abertura superior❭, el agua entra ❬por los orificios inferiores❭. Por ello no explica adecuadamente cómo [el aire] es causa, bien que, tal como se ha dicho, el aire es causa. Éste, sea impulsado o moviéndose por sí mismo sin ser compelido, se mueve por naturaleza en línea recta, tal como los demás elementos. Si la clepsidra se sumerge en forma inclinada, [el aire], manteniendo su curso recto, es expelido por el agua a través de los orificios opuestos a los [sumergidos] en el agua, y, al irse, el agua ingresa. Si en cambio la clepsidra se sumerge en forma recta en el agua, [el aire] no puede seguir su curso recto porque las partes superiores están obstruidas, y permanece en torno a los primeros orificios, pues no puede comprimirse en sí mismo. Y la prueba de que el aire, cuando no se puede mover, es capaz de excluir al agua, está en lo que sucede en la clepsidra.
En efecto, si se llena el balón [de la clepsidra] y se tapa el tubo ❬en su abertura superior❭, y se da vuelta [la clepsidra] con el tubo hacia abajo, el agua no corre a través del tubo hacia la boca de salida. Y cuando ésta es abierta, el agua no corre inmediatamente a través del tubo, sino sólo un momento después, puesto que no está sobre la boca de salida del tubo, sino que se mueve a través de éste después de que se ha abierto. Si, en cambio, la clepsidra está llena y en posición recta, apenas abierto el tubo, [el agua] pasa a través del colador, por estar en contacto con éste y no estar en contacto con las extremidades del tubo.
El agua, por consiguiente, no entra en la clepsidra, por la causa antes mencionada; pero sale una vez abierto el tubo porque el aire que está en él, al moverse hacia arriba y hacia abajo, provoca un gran vaciamiento del agua en la clepsidra. El agua, entonces, impulsada hacia abajo y deslizándose en forma natural en esa dirección, fluye, predominando por su violencia sobre el aire que está fuera de la clepsidra, aire que se mueve y es igual en fuerza al aire que empuja [desde arriba], pero que es más débil que éste por causa de la resistencia ❬del agua❭, que fluye rápidamente y cada vez con mayor intensidad a través del estrecho tubo hasta caer en el agua. Si el tubo hubiera estado cerrado, la causa de que el agua no corriera es la de que, al entrar en la clepsidra, el agua expelería de ella con violencia al aire. Una prueba de esto es el viento y ruido que se producen en ella.
Al entrar el agua, ❬el aire❭ hace presión con violencia y se precipita en el tubo; y como cuñas de madera o de bronce insertas en la hendidura, permanece así sin otra ligazón, ❬pero salta fácilmente cuando❭ es rechazada desde la [dirección] opuesta, tal como saltan de los leños las clavijas de maderas astilladas. Esto sucede una vez abierto el tubo, por las causas ya mencionadas. Si es por estas causas, es natural que [el agua] no fluya hacia afuera o bien que el aire, soplando con violencia, le impida salir. Y el ruido muestra que el agua es atraída hacia arriba por el aire, como sucede en muchos casos. Pero al ser atraída y por ser continua en si misma, toda el agua permanece bajo la presión del aire, hasta que es expelida nuevamente por éste. Y si al principio permanece quieta, también el resto se comporta así, por ser el agua una y continua 66.

139 La «clepsidra» en cuestión, utilizada por Empédocles como símil de la respiración, no es el reloj de agua del mismo nombre sino un artefacto que se utilizaba para trasvasar líquidos de un recipiente mayor a otro menor. Consistía en un tubo de metal similar al pico de las regaderas de jardín, con un extremo —el más estrecho— descubierto, y el otro cerrado pero perforado con pequeños orificios al modo de una criba. Al sumergir el extremo cribado en un líquido, este no penetra en el tubo en tanto se tape la otra boca con la mano (pues el aire que ocupa el tubo impide la entrada del liquido), pero si se libera la boca superior, entonces penetrará tanto líquido como aire desalojado. Además, si se retira la clepsidra del recipiente cuando ella se ha llenado de líquido, este no caerá por los pequeños orificios en tanto se mantenga tapado el otro extremo. La boca perforada del artefacto equivale a los poros que hay en la piel, la otra salida del tubo equivale a la nariz, el liquido a la sangre existente en los tubos de carne que atraviesan el cuerpo desde la nariz hasta los poros. La sangre palpita en dichos tubos y, cuando se retira hacia los poros, penetra aire por la nariz; en cambio, cuando la sangre abandona los poros, ella ocupa el lugar del aire que es expelido por la nariz. En fin, el movimiento oscilatorio de la sangre determina la inspiración y la espiración: al penetrar aire por la nariz, sale por los poros y viceversa. La agudeza de Empédocles al utilizar este símil es destacable, pero se trata nada más que de una ilustración empírica de un proceso a cuyo conocimiento Empédocles no a arribó —de más esta decirlo— por nada que se parezca a las modernas técnicas científicas de investigación. No vale la pena discutir las anacrónicas observaciones de quienes, como Farrington y Burnet (cf. EGP, página 27), suponen que estamos ante el primer caso de un «experimento científico».
La explicación del símil que hemos dado se basa en la de D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», JHS 77 (1957), 31-34. Ella se basa en considerar que se alude a la respiración a través de todo el cuerpo y no solamente por la nariz, lo que implica afirmar que Aristóteles se habría equivocado al tomar rinõn en el v. 4 como el genitivo plural de rís (nariz), cuando en verdad se trata de la piel (rinós). Una teoría de la respiración por los poros del cuerpo (quizá la misma teoría) puede hallarse en el Timeo platónico (79a-c). N . B. Booth ofrece una interpretación bien distinta del fragmento (cf. «Empedocles’ account of breathing», JHS 80 (1960), 10-15), para lo cual supone —contra Diels y Furley— que el rinõn significa «narices» (por lo cual se estaría hablando sólo de la respiración nasal), que en el v. 2 se habla de lo interior del cuerpo y no de su superficie (la palabra pýmaton es ambigua) y que el aire de la clepsidra simboliza la sangre de la respiración.

64 También a Anaxímenes (tomo I, textos nums. 210 y 213) los doxógrafos atribuyen el haber sostenido que la tierra es plana y que «cabalga» en el aire. Tal verbo (epocheîsthai) hemos sugerido que podría pertenecer textualmente a Anaxímenes (nuestra nota 99 en ese capítulo). Pero si allí se sostenía que para Anaxímenes la tierra tiene forma de tabla (tomo I, texto núm. 211), aquí tenemos que la doxografía atribuye a Anaxágoras haber dicho que tiene forma de tambor (o de tímpano, texto núm. 725, aunque esto podría entrar en conflicto con la afirmación, repetida, de que la tierra es plana). De ser así, la forma sería cilíndrica, como dicen los doxógrafos que lo era para Anaximandro (tomo I, textos núms. 158 a 160), y lo que es plano, es la superficie.

65 En sus típicas agrupaciones de pensadores para atribuir una tesis, Aristóteles endosa una idea compleja o un complejo de ideas —como se prefiera— a tres pensadores notoriamente distantes entre sí en el tiempo. Ya se ha dicho que, aun cuando no haya sido discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras puede haber seguido algunas de las líneas de su cosmología. Aquí tal vez lo único que parece corresponder a Anaxímenes es la idea de la superficie plana de la tierra, en lo cual coincidiría con Anaxágoras —aun dando formas distintas a la tierra, ver nota 64—, y posiblemente dejando lo de que «es la causa de su estabilidad» como una explicación que introduce Aristóteles. Véase nota 100 a Anaxímenes. Lo que es dable advertir aquí, como en los tres textos siguientes, es la idea de una presión del aire: lo que denominaríamos presión atmosférica. Presión, en todo caso, y por eso da el ejemplo de la clepsidra. Ver texto núm. 730 y nota 66.

66 La clepsidra mencionada aquí no es un «reloj de agua» sino una pequeña vasija, empleada habitualmente para transvasar líquidos, y que Anaxágoras ha utilizado para hacer experimentos que comprobaran la presión que ejerce el aire, cuya consistencia es ignorada por el común de las gentes hasta el punto de creer que es «vacío».
Cf. fr. 100 de Empédocles (texto núm. 394 en este volumen) y respectiva nota 139. La mayoría de los estudios respecto del funcionamiento y experimentos realizados con la clepsidra en la época griega clásica se refieren a Empédocles. Entre otros, cf. GUTHRIE, II, págs. 224-226, D. J. FURLEY, «Empedocles and the Clepsydra», ensayo de 1957 reimpreso en SPP II, con un «Postscript july 1971», en que se refiere brevemente a seis estudios aparecidos entre su propio artículo y su inclusión en SPP II. Como se sostiene en los estudios que hemos citado, no cabe hablar de un experimento de Empédocles, sino de un símil con el proceso de respiración. El texto pseudo-aristotélico de los Problemas, que refiere sin duda experimentos de Anaxágoras, ha merecido menor atención por parte de los estudiosos. El opúsculo de GERSHENSON y GREENBERG, Anaxagoras and the Birth of Scientific Method, pretende, por el contrario, darle su significación científica a los experimentos de Anaxágoras con la clepsidra. Lamentablemente, en este punto como en otros de la obra del clazomenio, ni hay referencia a los textos que pueden servir de apoyo, ni se ve que se siga con fidelidad a esos textos (lo que sugiere un empleo indirecto y parcial de los mismos). Así dichos autores solo hablan de sumergir la clepsidra (en rigor, dicen erróneamente «un reloj de agua», «un simple instrumento destinado a medir el tiempo», pág. 40; pero en ello pueden haber sido influidos por la Oxford’s Translation dirigida por Ross, tomo VII, donde también E. S. Forster traduce «Water-clock» la palabra klepsýdra en el texto que comentamos; a pesar de LSJ, primera acepción) «verticalmente» en el agua, y aluden sólo a estas situaciones: en una se colocaba un tapón en su boca superior de salida, estando vacío el interior de la clepsidra: no obstante, no ingresaba agua por los orificios inferiores, debido a que el aire ejercía presión desde el interior de la clepsidra (hemos usado las palabras de Gershenson y Greenberg, en el sentido de que se sumergía la «clepsidra vacía», y luego la conclusión anaxagórea que contradecía la frase anterior, al explicar que lo que impedía el ingreso del agua era «el aire dentro de la clepsidra»; lo que muestra que los autores en cuestión hablan como «el común de las gentes», al llamar «vacío» al «aire»; si bien entendemos que su intención en la primera frase es la de que la clepsidra está vacía de agua). En seguida, los autores hablan de otra situación, pero dividida en dos: la clepsidra está ahora llena de agua, y no es sumergida, pero en un caso, está puesto el tapón y el agua no sale por abajo; en el otro se saca el tapón y el agua fluye.
Si el lector revisa el texto pseudo-aristotélico, hallará que eso sólo es parte —mal transcrita— de lo que allí se describe, por más que haya que convenir que es de difícil lectura. Para facilitarla, describiremos primero la clepsidra que allí se usa, de acuerdo con THALHEIM (RE, XI, 1922, cols. 807-808) y lo inferimos de la lectura del texto. La clepsidra es una vasija pequeña, en la que podríamos distinguir dos partes: un balón, en cuya base hay orificios que forman una suerte de «colador» como se lo denomina en el mismo texto; y un tubo que hacía las veces de un «asa de forma semicircular» y «estaba en conexión por ambos lados con el interior de la vasija y tenía en su punto superior una abertura que se podía cerrar fácilmente con el pulgar» (Thalheim). Así podía sumergirse en un tonel de vino, llenar el balón, tapar con el dedo la abertura superior y llevarla hasta una jarra, donde se sacaba el dedo —o sea, se la destapaba- y el vino caía por abajo. En el primer caso que presenta el texto pseudo-aristotélico, se sumerge la clepsidra en forma inclinada (o bien, oblicuamente, como se prefiera), caso que no es contemplado en la descripción de Gershenson y Greenberg, y que es contrapuesto a la inmersión en forma recta. En el primer caso, al sumergirse en forma inclinada en el agua, hay orificios del «colador» que permanecen fuera del agua, y permiten que salga el aire que es expulsado por el agua que entra por los «orificios opuestos», que están sumergidos en el agua. Si se sumerge en forma recta, en cambio, el aire no puede salir (ni el agua entrar). En estos dos primeros casos el tubo está tapado. El experimento del balón lleno también presenta un aspecto que no describen los autores mencionados: la clepsidra se invierte, esto es, el balón queda arriba y el tubo abajo. El hecho de que, mientras la boca de salida esté tapada, el agua permanece en el balón sin correr a través del tubo, y que, cuando se destape aquélla, el agua no corra inmediatamente hacia la boca de salida, supone precisamente que el tubo,como en la descripción de Thalheim, sea un asa o argolla unida por ambos extremos a la parte superior del balón. Se trata de un espacio en el cual, aun cuando se llena de líquido el balón, el aire frena el paso del líquido. En la posición en que la clepsidra es invertida, la presión del liquido es mayor, pero mientras no se saque el dedo o el tapón, se mantiene la presión del aire, que cede al destaparse el tubo, lo cual permite que fluya el agua, aunque no inmediatamente. En la posición recta, en cambio (la única considerada por los dos autores mencionados, cuando se quita el tapón el agua sale inmediatamente por los orificios inferiores que constituyen el «colador». Aquí tampoco está sumergida en agua la clepsidra, y al destaparse el tubo se produce un «gran vaciamiento del agua» (no aceptamos la enmienda propuesta por Forster, kínesis, «movimiento», en lugar de kénosis, «vaciamiento») dentro de la clepsidra. En este caso, entre el aire encerrado en el tubo y que es destapado, y el agua que cae a través del «colador» pueden más, naturalmente, que la presión del aire externo a la clepsidra. En todo el pasaje, pues, se aprecia aquello a lo que ya en los dos textos anteriores (núms. 728 y 729) Antóteles se ha referido: la negación del vacío por Anaxágoras y la afirmación de éste de que muchos se equivocan al hablar, y denominan «vacío» al aire (como Gershenson y Greenberg). Pero lo principal es demostrar la fuerza o presión que ejerce el aire, aun cuando no existiera un concepto de «presión atmosférica», que puede justificar la aserción de que el aire sirva de soporte a la tierra (texto núm. 725).

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 214 a 216 y 358 a 365

158 (12 A 10) Ps. PLUT., 2: En cuanto a la forma, la tierra es cilíndrica, y su espesor es un tercio de su ancho.

159 (12 A 11) HIPÓL., I 6, 3; Su forma [esto es, la de la tierra], es anular, redonda, semejante a una columna de piedra; en una de sus superficies planas estamos situados, pues hay otra antípoda.

160 (12 A 25) AECIO, III 10, 2: Anaximandro dice que la tierra es similar a una columna de piedra 74.

210 (13 A 6) Ps. PLUT., 3: El aire, al comprimirse, genera primeramente la tierra, de la cual dice que es completamente plana 98 y, también por la misma razón, cabalga en el aire 99.

211 (13 A 20) AECIO, III 10, 3: Anaxímenes dice que la tierra tiene forma de tabla.

212 (13 a 6) ARIST., Del Cielo II 13, 294b: Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito dicen que lo plano [de la superficie de la tierra] es la causa de su estabilidad, pues no corta [el aire] sino que cubre como una tapa al aire de abajo, lo cual parece que hacen los cuerpos que tienen [superficie] plana; pues también éstos se mantienen firmemente contra los vientos por la resistencia [que ofrecen]. Y esto mismo dicen que hace la tierra, por su [superficie] plana, contra el aire que está debajo: al no tener [el aire] lugar suficiente para m u
verse por estar abajo [de la tierra], permanece compacto, como el agua en la clepsidra 100.

213 (13 A 20) AECIO, III 15, 18: Anaxímenes dice que la tierra cabalga en el aire por causa de lo plano [de su superficie].

74 La expresión «semejante a una columna de piedra» tiene visos de ser textual, y ha de ser posiblemente la que más tarde ha sido sustituida por «cilíndrica» (de forma).

98 La generación de la tierra directamente del agua no es contradictoria con otros testimonios que mencionan pasos diversos en el proceso de condensación (viento, nube, agua) del aire antes de llegar a ser tierra, pues aquí no se habla de la tierra como «elemento» o una «cosa como el «agua», «viento», etc., sino de la tierra que habitamos, como se ve por la referencia a su superficie plana y al «cabalgar en el aire».
Por lo tanto, no hay tal «dificultad mayor» como la que ve MADD., lonici, págs. 186 sigs. Y se nos antoja que el verbo «comprimirse» no tiene aquí el mismo significado que «condensarse».

99 Traducimos epocheîsthai por .«cabalgar» (si bien también podría decirse «sostenerse», pero la otra acepción parece más arcaica), y por su índole puede ser textual de Anaxímenes.

100 Que la tierra sea plana y tenga forma de tabla implica un retroceso de Anaxímenes frente a la tierra cilíndrica que concebía Anaximandro. Pero por lo demás Aristóteles intenta una explicación probablemente incorrecta del «cabalgar» de la tierra en el aire, asimilando a Anaxímenes en una explicación que los doxógrafos atribuyen a Anaxágoras (y él mismo lo menciona).
Cf. 59 A 42, donde se usa el mismo verbo epocheîsthai que vimos en nota 99, y que puede ser fuente del malentendido. Kirk objeta que «para Anaxímenes el aire circundante era absolutamente ilimitado», aunque no es bueno usar terminología aristotélica para objetar a Aristóteles. De todos modos, si el «aire» es lo «divino», y fuerza generadora de lo demás, no es lícito tomarlo aquí como «encerrado» como el agua en una clepsidra.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 120, 137 y 138

Según Simplicio, para Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras, la tierra es como la tapa de un tambor, sostenida por el aire subyacente, y de esta manera no se le permite desplazarse

725 (59 A 88) SIMPL., Del Cielo 520, 28-30: Entre los que afirman que la tierra permanece sostenida por el aire subyacente, al que la tierra —por ser plana y con forma de tambor— cubre como una tapa y no le permite desplazarse: así parecen decir Anaxímenes, Demócrito y Anaxágoras.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 358.

Según los autores, «lo abarcante» desde por lo menos Anaxágoras (si no Anaximandro y Anaxímenes) hasta el Timeo time un significado que no puede despojarse de connotaciones que llevan a pensar, si no en algo divino, al menos en algo supremo

715 (59 B 2) SIMPL., Fís. 155, 30-156, 1: Y poco después dice: «Y en efecto, tanto el aire como el éter se separan de la multiplicidad abarcante, y lo abarcante es infinito en cantidad» 58.

716 (59 B 14) SMPL., Fís. 157, 7-8: «El intelecto, que existe siempre, y ahora también allí donde existen todas las demás cosas, en la multiplicidad abarcante»

58 «Lo abarcante» desde por lo menos Anaxágoras (si no Anaximandro y Anaxímenes) hasta el Timeo (31a) time un significado que no puede despojarse de connotaciones que llevan a pensar, si no en algo divino, al menos en algo supremo. De los frs. 1 y 2 se infiere que, cuando «todas las cosas estaban juntas», eso «abarcante» contenía las sustancias que nosotros sabemos eran más «sutiles», a saber, el aire y el éter. Por el fr. 12 sabemos que «la más sutil de todas las cosas» es el intelecto. Y en el texto siguiente (núm. 716; fr. 14) se menciona la presencia del intelecto «en la multiplicidad abarcante», aunque no sea muy clara esta expresión. En todo caso, dado lo tenue de las sustancias y del intelecto, da pie para suponer una afinidad (véase en el tomo I, texto núm. 129, referido a Anaximandro, y la respectiva nota 61) de lugar y función.

Los Filósofos Presocráticos II, Anaxágoras de Clazómenas, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, página 355 y 356.

Aristóteles: Empédocles concibe un estado precósmico, llamado Esfero, donde todas las cosas «estaban unidas» gracias a la Amistad. Eventualmente, el Esfero es destruido por el Odio, formándose la pluralidad en que vivimos. El ciclo formación del Esfero, destrucción del Esfero, se repite eternamente

Para Aristóteles, Empédocles es un filósofo pluralista emparejado con Anaxágoras y los atomistas. Todos ellos habrían dividido el ser eleático en principios sustanciales eternos e inmutables a partir de los cuales, por mezcla o combinación, se constituye el universo.

Para Empédocles, estos principios son las cuatro raíces (que Aristóteles concibe como «elementos») y que reúnen a los diferentes principios que propusieron los filósofos jonios (el agua de Tales, el aire de Anaxímenes, el fuego de Heráclito, a los cuales se agrega la tierra). Sobre estos actúan dos causas eficientes eternas: la Amistad y el Odio, las que, respectivamente, los combinan y disgregan. Cuando reina en modo absoluto la primera de ellas, los cuatro elementos se combinan generando una mezcla única llamada Esfero. Sin embargo este reinado se alterna con el del Odio, el que destruye dicho Esfero, formándose la pluralidad en que vivimos. Y así, sucesivamente, ocurre un proceso y otro, por lo que la realidad se halla en un ciclo eterno donde lo único permanente son las cuatro raíces. El Esfero constituye para Aristóteles un estado precósmico, no demasiado distinto del de Anaxágoras, en el que todas las cosas estaban unidas.

Los neoplatónicos introducen una novedad a esta interpretación de Aristóteles, de la filosofía de Empédocles, asocian el Esfero al mundo inteligible, haciéndolo, por tanto, coexistente con el mundo de la pluralidad cósmica, asimilado, a su vez, al mundo sensible. Esta versión neoplatónica desvirtúa la esencia del ciclo cósmico, pero en compensación, coloca en primer lugar la radical distinción entre lo Uno (Esfero) y lo Múltiple (el cosmos).
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Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 130 y 131

Tales y Anaxímenes sostuvieron que el principio es uno, en movimiento y contradictorio consigo mismo

22 SIMPL.*, Fís. 10, 14-16: Entre los que sostienen que el principio es uno y en movimiento, como Tales y Anaxímenes, al explicar la generación por condensación y rarefacción, sostienen que la condensación y rarefacción son principios contrarios.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 66-70.

* SIMPL.= Simplicio de Cilicia

Tales de Mileto: El agua como principio de todas las cosas

III. Principios cósmicos.

a) El agua como principio de todas las cosas.

18 (11 a 12) ARIST., Met. I 3, 983b: La mayoría de los que filosofaron por primera vez consideraron que los únicos principios de todas las cosas son de especie material. Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en que se corrompen, permaneciendo la sustancia mientras cambian los accidentes, dicen que es el elemento y el principio de las cosas que existen; por esto consideran que nada se genera ni se corrompe, pues tal naturaleza se conserva siempre… Debe de haber, pues, alguna naturaleza única o múltiple a partir de la cual se generan las demás cosas, conservándose ella. No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua (y por ello también manifestó que la tierra está sobre agua). Tal vez llegó a esta concepción tras observar que todas las cosas tienen un alimento húmedo y que el calor se produce y se mantiene en la humedad (ya que aquello a partir de lo cual se generan las cosas es el principio de todas ellas). Por eso llegó a esta concepción y también porque todas las simientes son de naturaleza húmeda y el agua es el principio natural de las cosas húmedas*. Pero hay quienes consideran que los más antiguos, muy anteriores a la generación actual y primeros en reflexionar sobre los dioses, pensaron así sobre la naturaleza e hicieron a Océano y Tetis padres de la generación**.

* Lo más probable es que Tales haya estado más cerca de «los antiguos… y primeros en reflexionar sobre los dioses» que de la depurada ciencia de los principios y de las causas de Aristóteles.[…]

** Las palabras «quienes consideran» aluden sin duda a Platón, y «los más antiguos» a Homero.[…]

19 (11 A 13) SIMPL., Fís. 23, 21-29: De los que mencionaron un principio único y en movimiento —a quienes con propiedad Aristóteles llama «físicos»—, unos dicen que el mismo es limitado, como el milesio Tales, hijo de Examio, y también Hipón, que parece que se hizo ateo, dijeron que el principio de las cosas que aparecen es agua, y fueron conducidos a esto por la observación, pues lo caliente vive por la humedad y los cadáveres se secan, mientras que las simientes de todas las cosas son húmedas y todo alimento es jugoso, y cada cosa se alimenta naturalmente de aquello de donde procede. El agua es el principio de la naturaleza húmeda y lo que comprende en sí a todas las cosas. En consecuencia, pensaron que el agua es el principio de todo y sostuvieron que la tierra reposa sobre agua.

20 (11 A 13) SIMPL., Fís. 458, 23-25: Algunos, suponiendo que hay un elemento único, dijeron que este es infinito en tamaño: así el agua para Tales.

21 SIMPL., Fís. 36, 10-11: Tales prestó atención al aspecto generador, nutritivo, cohesionador y vivificante del agua.

22 SIMPL., Fís. 10, 14-16: Entre los que sostienen que el principio es uno y en movimiento, como Tales y Anaxímenes, al explicar la generación por condensación y rarefacción, sostienen que la condensación y rarefacción son principios contrarios.

23 HIPÓL., I 1, 1: Se: dice que el milesio Tales, uno de los siete sabios, fue el primero que se abocó a la filosofía natural. Dijo que el agua es principio y fin de todo. A partir de ella, por reunión, se forman todas las cosas y, a la inversa, al disolverse, son llevadas nuevamente hacia ella*.

* Aunque este texto no figure en DK, su contenido esta implícito en el testimonio de Aristóteles, y asimismo responde a su concepción de filosofía «natural».

Las expresiones physiké theoría, philosophía physiké, etc., reconocen una inspiración aristotélica que hace de la «naturaleza» (phýsis) el objeto de investigación de «los primeros que filosofaron», a quienes llama indistintamente physikoi (literalmente: «naturalistas») o physiológoi (literalmente: «los que hablan de la naturaleza»). En sentido estricto, el calificativo lo aplica a quienes dicen que el principio de todo se mueve (Fís. I 2, 184b-185a, en contraposición con Parménides y Meliso), ya que la «naturaleza» es «principio y causa del movimiento y del reposo en aquello que la tiene por sí y primeramente, y no por accidente» (Fís. II 1, 192b); pero dado ese carácter sustancial, vale para todas las cosas, y es aplicado en consecuencia a quienes se supone han pensado en lo que es sustancial para todas las cosas.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 66-70.

ARIST.= Aristóteles de Estagira

SIMPL.= Simplicio de Cilicia

HIPÓL.= Hipólito

El afán —en Tales, Anaximandro y Anaxímenes— por buscar un orden en el universo, y de ver en el movimiento del mismo un proceso con un sentido

En esto (y esto) hay que destacar dos cosas fundamentales: la primera, un afán por medir el universo y sus partes, ciclópeo intento para desarrollar con magro instrumental, lo que habría de provocar la ironía cáustica de Heráclito, pero que equivalía a buscar un orden en el mundo y, por consiguiente, hallar un orden o trazar un orden, hacer del mundo un «cosmos», que resultara inteligible y viable para el hombre.
La segunda, la de ver en el mundo en movimiento un proceso con determinadas fases que se podían precisar de un modo u otro, pero sobre todo con un sentido que lo convirtiera en significativo para quien lo pensara.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, página 57.

La aclaración entre paréntesis es mía.

Las cosas que se le atribuyen —correctamente, o no— a Anaximandro

Anaximandro, por su parte, figura —bien o mal— como inventor o introductor del reloj de sol en Grecia, del cálculo de solsticios y equinoccios (ya a Tales se le atribuía el pronóstico de un célebre eclipse), el primero que confeccionó un mapa de la tierra que los griegos conocían. Y parece haberse atrevido a diseñar (sea por escrito, sea por medio de la «esfera» que habría ideado para representar el universo) la forma interna del universo, esto es, su estructuración en distintos cielos —según la ubicación de los astros, en lo cual se atribuye a Anaxímenes algún avance— y la tierra en el medio del firmamento, a cierta distancia de la luna y del sol, de formas y tamaños diferentes, según sus cálculos.

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, editorial Gredos, Madrid, España, 1981, páginas 56 y 57.