Características de la civilización: la producción mercantil

El estadio de la producción mercantil, con el que comienza la civilización, se distingue desde el punto de vista económico por la introducción de: 1) la moneda metálica y, con ella, del capital en dinero, el interés y la usura; 2) los mercaderes, como clase intermediaria entre los productores; 3) la propiedad privada de la tierra y la hipoteca; y 4) el trabajo esclavo como forma dominante de la producción.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 190.

Las tres grandes formas de sometimiento características de las tres grandes épocas de la civilización

Hemos visto cómo, en un estadio bastante temprano del desarrollo de la producción, la fuerza de trabajo humana llega a ser capaz de producir mucho más de lo que exige el sustento de los productores y cómo ese estadio de desarrollo es esencialmente el mismo en que nacen la división del trabajo y el intercambio entre individuos. No tardó mucho en ser descubierta la gran “verdad” de que el hombre también podía ser una mercancía, que la fuerza de trabajo humana podía llegar a ser objeto de intercambio y explotación si se hacía del hombre un esclavo. Apenas comenzaron los hombres a practicar el intercambio, ellos mismos se vieron intercambiados. El agente activo se convirtió en pasivo, independientemente de la voluntad de los hombres.
Con la esclavitud, que alcanzó su máximo desarrollo bajo la civilización, se realizó la primera gran división de la sociedad en una clase explotadora y una clase explotada. Esta división se ha mantenido durante todo el período civilizado. La esclavitud es la primera forma de explotación, la forma propia del mundo antiguo. Le suceden la servidumbre medieval y el trabajo asalariado de los tiempos modernos. Estas son las tres grandes formas de sometimiento características de las tres grandes épocas de la civilización. La esclavitud —franca al principio, más o menos disimulada después— siempre las acompaña.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 189 y 190.

Características del estado: la fuerza pública

El segundo rasgo característico es la institución de una “fuerza pública” que ya no es el pueblo armado. Esta fuerza pública especial se hace necesaria porque, desde la división de la sociedad en clases, es imposible una organización armada espontánea de la población, de la que también formaban parte los esclavos. En contraste con los 365.000 esclavos, los 90.000 ciudadanos de Atenas constituían una clase privilegiada. La milicia popular de la democracia ateniense era una fuerza pública aristocrática contra los esclavos, a quienes mantenía sumisos. Pero para tener también a raya a los ciudadanos se hizo necesaria una policía, como hemos dicho anteriormente. Esta fuerza pública existe en todo Estado y no está formada sólo por hombres armados, sino también por aditamentos materiales (cárceles e instituciones coercitivas de todo tipo) que la sociedad gentilicia no conocía. Esta fuerza pública puede ser muy poco importante, o hasta casi nula, en sociedades donde todavía no se han desarrollado los antagonismos de clase o en territorios lejanos, como sucedió en ciertos lugares y épocas en los Estados Unidos de América. Pero se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban dentro del país y a medida que se hacen más grandes y más poblados los países colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la fuerza pública, que amenaza con devorar a la sociedad entera e incluso al Estado mismo.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 184 y 185

Para qué nació el Estado

[…] acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y esclavos, en explotadores ricos y explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar esos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este tipo sólo podía existir en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí, o bajo el dominio de un tercer poder que, estando aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la llamada forma legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y reemplazado por el Estado.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 182

Cuando la familia empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad

La diferencia entre ricos y pobres se sumó a la existente entre libres y esclavos; de la nueva división del trabajo resultó una nueva división de la sociedad en clases. La desproporción de riqueza entre los distintos cabezas de familia destruyó las antiguas comunidades comunistas domésticas en todas partes donde se habían mantenido hasta entonces, poniendo fin al trabajo en común de la tierra por cuenta de dichas comunidades. El suelo cultivable se distribuyó entre las familias particulares, al principio de modo temporal, y más tarde para siempre. El paso a la propiedad privada completa se realizó poco a poco, paralelamente al tránsito desde el matrimonio sindiásmico a la monogamia. La familia individual empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 177.

La segunda gran división del trabajo: los oficios se separaron de la agricultura

El arte de tejer, el labrado de los metales y otros oficios, cada vez más especializados, dieron una variedad y una perfección creciente a la producción. La agricultura empezó a suministrar, además de grano, legumbres y frutas, aceite y vino, cuya preparación se había aprendido. Un trabajo tan variado no podía ser ya cumplido por un solo individuo, y se produjo la segunda gran división del trabajo: los oficios se separaron de la agricultura. El constante crecimiento de la producción y de la productividad del trabajo aumentó el valor de la fuerza de trabajo humana. La esclavitud, que en el anterior estadio estaba naciendo y era esporádica, se convirtió en un elemento esencial del sistema social. Los esclavos dejaron de ser simples auxiliares y eran llevados por decenas a trabajar en los campos o los talleres. Al dividirse la producción en las dos ramas principales (agricultura y oficios manuales), nació la producción directa para el intercambio —la producción mercantil— y, por consiguiente, el comercio, no sólo en el interior de la tribu y en las fronteras de su territorio, sino también en el exterior. Todo esto tenía aún muy poco desarrollo. Los metales preciosos empezaron a convertirse en la moneda predominante y universal; sin embargo, todavía no se acuñaban, sólo se cambiaban al peso.
La diferencia entre ricos y pobres se sumó a la existente entre libres y esclavos; de la nueva división del trabajo resultó una nueva división de la sociedad en clases.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 176 y 177.

La primera división del trabajo y la primera división de la sociedad en clases

A consecuencia del desarrollo de todas las ramas de la producción (ganadería, agricultura, oficios manuales domésticos), la fuerza de trabajo humana iba haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para su sostenimiento. También aumentó la cantidad de trabajo que diariamente le correspondía desempeñar a cada miembro de la gens, la comunidad doméstica o la familia aislada. Era ya conveniente conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran división social del trabajo —al aumentar la productividad del mismo y, por consiguiente, la riqueza, y al extender el campo de la actividad productiva— tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud. De la primera gran división social del trabajo nació la primera gran división de la sociedad en dos clases: señores y esclavos, explotadores y explotados.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 174.

El fin de la esclavitud y el comienzo del trabajo productivo

[…] El cristianismo no tuvo absolutamente nada que ver con la gradual extinción de la esclavitud. Durante siglos coexistió con ella en el Imperio Romano, y posteriormente jamás ha impedido el comercio de esclavos a cargo de cristianos, ni el de los germanos en el Norte, ni el de los venecianos en el Mediterráneo ni, más recientemente, la trata de negros.
La esclavitud acabó por desaparecer porque su producto era inferior a su coste. Pero, al morir, dejó tras ella su aguijón venenoso, bajo la forma de proscripción del trabajo productivo para los hombres libres. Tal era el callejón sin salida en que se encontró el mundo romano: la esclavitud era económicamente imposible y el trabajo de los hombres libres estaba moralmente proscrito. La primera ya no podía ser la forma básica de la producción social y el segundo no podía aún sustituirla. La única salida posible era una completa revolución.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 161.

Una característica esencial del Estado consiste en una fuerza pública separada de la masa del pueblo

Hemos visto que una característica esencial del Estado consiste en una fuerza pública separada de la masa del pueblo. Atenas no tenía entonces más que un ejército popular y una flota equipada directamente por el pueblo, que protegían la ciudad de los enemigos exteriores y mantenían en la obediencia a los esclavos, que en aquella época ya eran la mayoría de la población. Al principio, para los ciudadanos esa fuerza pública sólo existía en forma de policía; ésta es tan vieja como el Estado, y por eso los ingenuos franceses del siglo XVIII no hablaban de naciones civilizadas, sino de “naciones con policía” (nations policées). Los atenienses instituyeron, pues, una fuerza policial, una verdadera gendarmería de arqueros de a pie y de a caballo (Landjäger, como se les llama en el sur de Alemania y en Suiza). Pero esa gendarmería la formaban esclavos. Este oficio le parecía tan indigno al ateniense libre, que prefería ser detenido por un esclavo armado a cumplir él mismo tan viles funciones. Era una manifestación del antiguo espíritu gentilicio. El Estado no podía existir sin la policía, pero todavía era joven y no tenía la suficiente autoridad moral para hacer respetable un oficio que los antiguos miembros de las gens sólo podían considerar infame.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 127.

La hermosa aurora de la civilización ateniense

[…]La historia política ulterior de Atenas, hasta Solón, se conoce de un modo muy imperfecto. Las funciones del basileus cayeron en desuso; a la cabeza del Estado se colocó a arcontes salidos del seno de la nobleza. La autoridad de la aristocracia aumentó cada vez más, hasta llegar a hacerse insoportable hacia el año 600 antes de nuestra era. Y los principales medios para estrangular la libertad común fueron el dinero y la usura. La nobleza solía residir en Atenas y sus alrededores, donde el comercio marítimo y la piratería ocasional la enriquecían y concentraban en sus manos el dinero. Desde allí, el sistema monetario en desarrollo penetró, como un ácido corrosivo, en la vida tradicional de las antiguas comunidades agrícolas, basadas en la economía natural. El orden gentilicio es absolutamente incompatible con el sistema monetario. La ruina de los pequeños agricultores del Ática coincidió con la relajación de los antiguos lazos de la gens, que los protegían. Las letras de cambio y la hipoteca (porque los atenienses habían inventado ya la hipoteca) no respetaron ni la gens ni la fratría. Y el viejo orden gentilicio no conocía el dinero, ni las prendas, ni las deudas de dinero. Por eso el poder del dinero en manos de la nobleza, poder que se extendía sin cesar, creó nuevas leyes consuetudinarias para garantía del acreedor frente al deudor y para consagrar la explotación del pequeño agricultor por el poseedor del dinero. Todas las campiñas del Ática estaban erizadas de postes hipotecarios en los cuales estaba escrito que las fincas donde se emplazaban se hallaban empeñadas a fulano o mengano por tal o cual importe. Los campos que no tenían esos postes habían sido vendidos en su mayor parte, por haber vencido la hipoteca o no haber sido pagados los intereses, y eran ya propiedad del usurero noble. El campesino podía considerarse feliz cuando lo dejaban establecerse allí como colono y vivir con un sexto del producto de su trabajo, mientras tenía que pagar a su nuevo amo los cinco sextos, como precio del arrendamiento. Y esto no era todo: cuando el producto de la venta del lote de tierra no bastaba para cubrir el importe de la deuda o cuando se contraía la deuda sin asegurarla con prenda, el deudor tenía que vender a sus hijos como esclavos en el extranjero para satisfacer por completo al acreedor. La venta de los hijos por el padre: ¡éste fue el primer fruto del derecho paterno y de la monogamia! Y si el vampiro no quedaba todavía satisfecho, podía vender como esclavo al propio deudor. Tal fue la hermosa aurora de la civilización en el pueblo ateniense.

Semejante trastorno era imposible en el pasado, en la época en que las condiciones de existencia del pueblo aún correspondían a la constitución de la gens. Pero ahora se había producido, sin que nadie supiese cómo.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 120.