Este heterismo (relaciones sexuales de mujeres no casadas con hombres, y prostitución de la mujer) deriva en línea recta del matrimonio por grupos, de la entrega propiciatoria con la que las mujeres adquirieron el derecho a la castidad (derecho a casarse con un solo hombre)
[…]El sacrificio de entregarse (“en carne” a un hombre: “pago” por el derecho antes mencionado), en un principio obligación de todas las mujeres, fue más tarde ejercido solamente por […] sacerdotisas, en sustitución de todas las demás. En otros pueblos, el […] (“pago”) proviene de la libertad sexual concedida a las jóvenes antes del matrimonio.
[…]Así pues, la herencia que el matrimonio por grupos legó a la civilización es doble, como también es doble, ambiguo, equívoco, contradictorio, todo lo que la civilización produce: por un lado, la monogamia, y por el otro, el heterismo, incluyendo su forma extrema, la prostitución. El heterismo es una institución social como cualquier otra y mantiene la antigua libertad sexual… en provecho de los hombres. No sólo tolerado de hecho, sino practicado libremente sobre todo por las clases dominantes, se reprueba de palabra. Pero, en realidad, esta reprobación nunca va dirigida contra los hombres que lo practican, sino solamente contra las mujeres, que son despreciadas y rechazadas, proclamando con ello, una vez más, la supremacía absoluta del hombre sobre el sexo femenino como ley fundamental de la sociedad.
Las aclaraciones, entre paréntesis, son mías.
Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 73.
En otras palabras, según Engels, la libertad sexual de la que gozan las jóvenes en nuestra sociedad, y la prostitución, son formas de “pagos”, impuestas por el género masculino al femenino, por el derecho, de las mujeres, al matrimonio con un solo hombre.