En la filosofía de Empédocles, para que las cosas puedan formarse necesitan, en algún grado, ser aunadas, homogeneizadas o vueltas semejantes por la Amistad (en este momento de pluralidad, esta última, solo puede contraponerse al Odio en un grado mínimo, pero suficiente para que las cosas se formen)

g) Composición de las criaturas.

328 (31 B 22) SIMPL., Fís. 160, 26:

Del mismo modo, aquellas cosas que son más aptas para la mezcla se aman entre sí, habiéndose vuelto semejantes por obra de Afrodita96.

329 (31 B 23) SIMPL., Fís. 159, 27: Y también, pone un claro ejemplo de la producción de los diferentes seres a partir de ellos:

Y como cuando los pintores decoran las ofrendas religiosas —hombres bien diestros en su arte por la comprensión que poseen— ellos, tomando pinturas multicolores en sus manos y mezclándolas con armonía, con un poco más de unas y menos de otras, ejecutan con ellas figuras que se asemejan a todas las cosas creando árboles, hombres y mujeres, fieras, aves y peces que se nutren en el agua, y también dioses de larga vida, superiores en dignidad97.

330 (31 A 34) GAL., in Hipp. nat. hom. XV 32: Creía Empédocles que la naturaleza de los cuerpos compuestos procede de los cuatro elementos inmutables, estando los elementos primarios de tal modo mezclados entre sí, tal como si alguien, después de desmenuzarlos por completo y hacerlos polvo, mezclara herrumbre, pirita de cobre, calamina y tierra vitriólica, de modo de que no pueda manipular ninguno de ellos por separado.

331 (31 A 43) ARIST., De Gen. y Corr. 11 7 , 334a: ¿Cuál será el modo [de constitución de las cosas a partir de los elementos] según aquellos que opinan como Empédocles? Pues será necesario que la unión se produzca tal como en una pared de ladrillos y piedras. Y ésta será una mezcla de elementos que se conservan tal como son y que se hallan yuxtapuestos en partículas unos junto a otros. De este modo ocurre con la carne y con cada una de las otras cosas98.

332 (31 B 96) ARIST., Del Alma I 5, 410a: No es de cualquier manera como cada una de estas cosas posee a los elementos, sino en una determinada proporción y composición, tal como dice Empédocles del hueso:

Y la amable tierra, en los crisoles de su amplio pecho, obtuvo dos octavas partes del fulgor de Nestis, y cuatro de Hefesto. Y nacieron los blancos huesos…99.

333 (31 B 98) SIMPL., Fís. 32, 3: Y por cierto dice esto a menudo, también en los versos siguientes:

Y la tierra se encontró con ellos en proporciones casi iguales, con Hefesto, con la lluvia y con el éter resplandeciente100, tras amarrar en los puertos terminales de Cipris, ya en proporción un poco mayor o menor que el máximo. Y de ellos nació la sangre y otras formas de carne.

96 Para que cosas diversas puedan participar de una misma mezcla, deben ser en algún grado «aunadas», homogeneizadas o vueltas semejantes (en el texto homoiothénta) por Afrodita o la Amistad. Se trata del mismo poder que en otro momento del ciclo cósmico edificó la unidad absoluta del Esfero, pero que en el mundo no puede lograr más que una mezcla armónica donde sus componentes no pierden la identidad, debido a la pluralidad básica instaurada por el Odio.

97 Empédocles compara la composición de un cuadro a partir de las pinturas con la constitución de las criaturas a partir de los elementos. Con toda probabilidad tiene en cuenta que los colores básicos que usaban los pintores en su época eran cuatro (cf. Ps. ARÍSTOTELES, De Mundo 396b12). Aecio, además, refiere (I 15, 3 = 31A93) que Empédocles equiparaba los colores a los elementos: blanco, negro, rojo y amarillo.

98 Cuesta saber como concebía nuestra til6sofo el modo en que se obraba la mezcla propia de las criaturas del mundo. La inmutabilidad de los elementos exigiría que se trate de una combinación en la cual éstos subsistan como tales, lo cual llevaría a suponer una yuxtaposición de pequeñas partículas. Tal interpretación la hallamos en los dos textos anteriores, sobre todo en la imagen aristotélica del «muro de ladrillos». Ahora bien, la versión de Aristóteles es especialmente peligrosa, porque parece asimilar indebidamente a Empédocles a los atomistas.

CHERNISS, ACPP, n. 139, págs. 190-1, habla de la tendencia de Aristóteles a tratar a Empédocles como un atomista inconsciente y a suponer como objetos individuales a los fragmentos de una raíz, dirección que es llevada a su último grado en la afirmación de AECIO, I 31, 1 = 31A43: «Empédocles dice que hay partículas diminutas homeoméricas anteriores a los elementos, como si se tratara de elementos anteriores a los elementos».

99 No es descartable que Empédocles haya determinado con cierta claridad matemática la proporción de las raíces o fórmula propia de la mezcla de una cierta cantidad de sustancias (como aquí se utiliza para los huesos la fórmula de agua 2/8, fuego 4/8, tierra 2/8; y en el texto siguiente se dice que la sangre posee partes de los cuatro elementos en modo proporcionado). Observa MINAR, pág. 140, n. 1, que «el fr. 98 muestra que, aunque él pensaba que había una ratio en cada caso, no le asigna gran importancia a establecerla con precisión matemática». De este modo Minar, acertadamente, busca minimizar la cuestión de la influencia pitagórica que, según algunos autores, explicaría la presencia de dichas proporciones matemáticas en Empédocles. Pero aun en el caso de que él pensara en un número considerablemente alto de fórmulas claramente establecidas, aun así, creemos, la hipótesis de la influencia pitagórica sigue siendo gratuita.

100 Aithér («éter»), antes que se impusiera la doctrina de los cinco elementos, designaba al aire mezclado con fuego, brillante, de la atmósfera exterior; nombra, por lo tanto, fundamentalmente a la raíz aire, pero por su carácter ígneo puede oponerse (quizá como fuego) al aire inferior de la atmósfera. Ver notas 72 y 73.

Así aparece aithér en el frag. 100 distinguido de aér (aire) y en el frag. 38 el «titán éter» es mencionado diferenciado del «aire húmedo», por lo cual puede pensarse que, por ser ígneo, podría en ocasiones designar al fuego. Pero el uso más frecuente de aithér es el que lo hace significar «aire», como en el presente fragmento (aquí es opuesto a Hefesto, nombre simbólico del fuego) y en los frags. 71 y 109.

Los filósofos presocráticos II, Empédocles de Agrigento, N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce, C. Eggers Lan, Editorial Gredos, 1994, páginas 185 a 188