Para el materialismo, la sensación es una propiedad de la materia en movimiento

«Hemos visto ya, cuáles son las verdaderas opiniones de los materialistas. Estriban en tener la sensación por una de las propiedades de la materia en movimiento, y no en deducirla del movimiento de la materia o reducirla al movimiento de la misma. En esta cuestión, Engels mantenía el punto de vista de Diderot y se apartaba de los materialistas “vulgares” Vogt, Büchner y Moleschott, entre otras co­sas, precisamente porque ellos se equivocaban al opinar que el cerebro segrega el pensamiento igual que el hígado segrega la bilis.»

V.I. Lenin, Obras Completas. Tomo 18. Materialismo y Empiriocriticismo. LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO DEL EMPIRIOCRITICISMO Y LA DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO, página 42. Editorial Progreso. URSS 1983.

Características de la civilización: el testamento

[…] El testamento, por medio del cual el propietario puede disponer de sus bienes incluso después de muerto. Este documento legal, que es un golpe directo al antiguo orden gentilicio, fue desconocido en Atenas hasta los tiempos de Solón; en Roma se introdujo muy pronto, pero ignoramos en qué época. En Alemania lo implantaron los clérigos, para que los cándidos alemanes pudiesen dejar sus legados a la Iglesia con total libertad.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 190.

Cuando todavía existía “la propiedad fruto del trabajo personal”

Ya hemos seguido el curso de la disolución de la gens en los tres grandes ejemplos particulares de griegos, romanos y germanos. Para concluir, investiguemos las condiciones económicas generales que en el estadio superior de la barbarie minaban ya la organización gentilicia de la sociedad y la hicieron desaparecer con la entrada en escena de la civilización. El capital de Marx nos será tan necesario aquí como el libro de Morgan.
Nacida en el estadio medio del salvajismo y desarrollada en su estadio superior, la gens alcanzó su esplendor en el estadio inferior de la barbarie, según juzgamos a tenor de los documentos disponibles. Por tanto, este grado de evolución es el que tomaremos como punto de partida.
En él, donde los pieles rojas de América nos sirven de ejemplo, encontramos completamente desarrollada la constitución gentilicia.
Una tribu se divide en varias gens, por lo común en dos. Al aumentar la población, cada una de estas gens primitivas se segmenta en varias gens hijas, para las cuales la gens madre aparece como fratría; la tribu misma se subdivide en varias tribus, donde en la mayoría de los casos encontramos las antiguas gens; una confederación, por lo menos en ciertas ocasiones, enlaza a las tribus emparentadas. Esta sencilla organización responde por completo a las condiciones sociales que la han engendrado. No es más que un agrupamiento espontáneo apto para allanar todos los conflictos que puedan nacer en el seno de una sociedad así organizada. Los conflictos exteriores los resuelve la guerra, que puede acabar en la aniquilación de la tribu, pero no en su sometimiento. La grandeza del régimen de la gens, pero también su limitación, es que en ella no tienen cabida la dominación ni la servidumbre. En su seno no existe aún diferencia entre derechos y deberes. Para el indio no existe el problema de saber si es un derecho o un deber tomar parte en los asuntos sociales, sumarse a una venganza de sangre o aceptar una compensación; el planteárselo le parecería tan absurdo como preguntarse si comer, dormir o cazar es un deber o un derecho. Tampoco puede haber división de la tribu o de la gens en clases distintas. Y esto nos conduce al examen de la base económica de este orden de cosas.
La densidad de población es en extremo baja. Sólo es alta en el lugar de asentamiento de la tribu, alrededor del cual se extiende, en vasto círculo, el territorio de caza; luego viene la zona neutral de bosque protector que la separa de otras tribus. La división del trabajo es totalmente espontánea: sólo existe entre los dos sexos. El hombre
caza y pesca, va a la guerra, procura los alimentos y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de la casa, prepara la comida y hace los vestidos. Cada uno es el amo en su dominio: el hombre, en el bosque; la mujer, en la casa. Cada uno es el propietario de los instrumentos que elabora y usa: el hombre, de sus armas y pertrechos de caza y pesca; la mujer, de sus utensilios caseros. La economía doméstica es comunista, común para varias familias, y a menudo para muchas.
Lo que se hace y utiliza en común es de propiedad común: la casa, el huerto, la canoa. Por tanto, aquí, y solamente aquí, existe todavía realmente “la propiedad fruto del trabajo personal” que los jurisconsultos y los economistas atribuyen falsamente a la sociedad civilizada y que es el último subterfugio jurídico en el cual se apoya hoy la propiedad capitalista.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, páginas 171 y 172.

Todas las revoluciones han sido para proteger un tipo de propiedad frente a otro

Hasta la fecha, todas las revoluciones han sido para proteger un tipo de propiedad frente a otro. En la gran Revolución Francesa, la propiedad feudal fue sacrificada para salvar la propiedad burguesa; en la de Solón (antigua Grecia, Atenas) la propiedad de los acreedores fue la que tuvo que sufrir en provecho de los deudores. Sencillamente, las deudas fueron anuladas. No conocemos con exactitud los detalles, pero Solón se jacta en sus poemas de haber hecho quitar los postes hipotecarios de los campos empeñados en pago de deudas y de haber repatriado a los hombres que, a causa de ellas, habían sido vendidos como esclavos o habían huido al extranjero. Esto sólo pudo hacerse mediante una descarada violación de la propiedad. Y, de hecho, de la primera a la última, todas las llamadas revoluciones políticas se han hecho en defensa de la propiedad, de un tipo de propiedad, y se han realizado por medio de la confiscación (o dicho de otra manera, del robo) de otro tipo de propiedad. Tanto es así que desde hace dos mil quinientos años la propiedad privada sólo ha podido mantenerse mediante la violación de los derechos de propiedad.

Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Fundación Federico Engels, 2006, página 123.